Versión 3
Vengo de...

Y voy a...

¡Y llego tarde!

El colmo del frikismo

Por si me escribes...

Visualizando


Sober [P!nk]

En el metro voy leyendo...

Y en la mesilla de noche tengo...

La serie que estoy viendo

Cuenta atrás

Esa maravillosa juventud...
lunes, 31 de marzo de 2008

A menudo tengo la sensación de que me estoy volviendo una carca antes de tiempo. Que pese a que todavía estoy en los veintitantos (por poco que me quede en ellos) me he vuelto bastante reaccionaria a según qué comportamientos típicamente asociados a la gente joven.

Lo que pasa es que siempre he creído que ser joven no tenía que ser, necesariamente, sinónimo de inmaduro e irresponsable. Que se podía ser idealista, rebelde, contestatario y utópico y, a la vez, tener dos dedos de frente. Sin embargo, la cruda realidad me muestra día a día que la juventud, tal y como yo la presuponía, no existe. Muchos de mis amigos están hartos de oír mis quejas acerca de la excesiva dilatación de la adolescencia que permite la sociedad de consumo en la que vivimos. De que se pasa de la niñez a la adolescencia sin casi darnos cuenta y que ésta se extiende hasta que, de golpe y porrazo y porque no queda más remedio, la peña se instala en la madurez, muy probablemente, con los cuarenta bien cumplidos.

Me indigna hasta límites intolerables la desfachatez, la abulia y la irresponsabilidad de muchos (¡Ojo! Digo muchos pero no digo todos) de mis compañeros de generación. O de la cobardía con la que se enfrentan a la vida adulta y la comodidad de la casa paterna en la que se refugian para retrasar lo máximo posible dicho enfrentamiento. No puedo, de verdad. Me pone enferma. Y cuando creo que mi indignación ha alcanzado cotas impensables siempre me encuentro con algún individuo o individua que supera la marca. Y para muestra, varios botones:

-G. tenía, la última vez que hablé con ella, 27 años (ahora anda cerca de los 32). Era la cuarta hija (y la única chica) de un matrimonio opusino, facha e intolerante. Para colmo era (bueno, supongo que lo seguirá siendo) lesbiana. Estudió una carrera de letras y se marchó a París durante un año con una beca Erasmus. Esa época de su vida siempre la recordaba con nostalgia, supongo que porque fue la única vez que pudo ser realmente libre sin sentir el aliento de sus padres en el cogote. Al volver a España, comenzó a encadenar una serie de trabajos por aquello de convertirse en una mujer de provecho mientras soportaba estoicamente el maltrato psicológico de la autora de sus días (el padre vivía feliz en la inopia más absoluta) debido a su orientación sexual. Intentaba ahorrar con la ingenua excusa de abrir una cuenta ahorro vivienda con la que poder comprarse un piso (y digo ingenua porque con su salario era y es totalmente imposible conseguir una hipoteca) mientras justificaba una y otra vez que no podía marcharse de casa de sus padres porque aquello podría suponer el fin de su relación con ellos y es que, pese al maltrato, los interrogatorios a los que la sometían y las continuas faltas de respeto e intrusiones en su intimidad, había sucumbido a un particular síndrome de Estocolmo. No era capaz de ser libre (y es que nada asusta más que la libertad). Se agarraba a sus recuerdos de París y se enredaba en relaciones destructivas en las que, subconscientemente, lo único que buscaba era reproducir el mismo maltrato psicológico al que la sometían sus queridos papis. A día de hoy no sé nada de ella pero, dada su trayectoria, imagino que seguirá en la casa familiar, ahorrando para su pisito de soltera y argumentando su decisión de cuidar de sus padres hasta que se mueran porque es lo que tiene que hacer. Y supongo que cuando esto ocurra (y no creo que falte mucho, si es que no ha ocurrido ya, puesto que eran bastante mayores) G. se encontrará al borde de los cuarenta o con ellos ya sobrepasados dándose cuenta de que ha malgastado la mayor parte de su vida. En mi opinión, claro.

-El caso de I. es menos melodramático pero no por ello menos indignante (de hecho es en el que más extenderé porque es el que más me enerva). A sus 27 años es una excelente profesional en su campo. Estudió una ingeniera y, tras acabarla, se marchó a Sheffield (Reino Unido) a mejorar su inglés y, en sus propias palabras, “encontrarse a sí misma”. Esa búsqueda interior se refería (creo yo, por lo que pude entresacar de su discurso) a acabar de aceptar su bisexualidad. En este caso sus padres no eran opusimos y, aunque profundamente cristianos (que no católicos), su ideología tendía más hacia la izquierda, por lo que el anuncio de la ambigüedad de su hija pequeña (sí, esta también era la menor de varios hermanos, en este caso de tres) no causó excesivo malestar aunque, según contaba, su propia madre sentía cierto recelo a la hora de asociar a su niña con esa masa frívola y carnavalesca que se manifiesta todos los años en cuanto aprieta el calor.

Una vez I. se encontró a sí misma por las calles de Sheffield en una corta estancia de apenas unos meses, regresó a su ciudad natal dispuesta a introducirse en el mercado laboral. Y también comenzó una relación con otra chica (creo que la primera, no he podido indagar mucho al respecto). Durante un año y medio su vida estuvo supeditada a esta otra persona, dejando a un lado a sus amigos, su familia e, incluso, su trabajo. En sus propias palabras, la historia duró más de lo debido y cuando acabó se encontró a sí misma totalmente destruida. “Me miraba en el espejo y no me gustaba lo que veía, me daba asco”, me decía. Supongo que se refería a un nivel interno porque su rostro no estaba desfigurado ni nada por el estilo y, aunque no es especialmente atractiva, tampoco es un adefesio. Entonces decidió reorientar su vida, centrarse en su trabajo, retomar la relación con sus antiguos amigos y cuidar más de su familia. Perfecto. Maravilloso. Encomiable.

Su proceso de reconstrucción duró cerca de año y medio. Pero se volcó tanto en el trabajo que éste se convirtió en el centro de su vida. Jornadas de, como mínimo, diez o doce horas se convirtieron en tónica habitual. En consecuencia, el poco tiempo libre lo quemaba al máximo saliendo hasta bien entrado el día y emborrachándose para olvidar la dura semana. Sin embargo la reconstrucción se estaba tornando en destrucción y su excesivo celo en el trabajo repercutía en el resto de aspectos de su vida que siempre salían perdiendo.

A I. le debo la anécdota del DVD que aparece en mi última novela. Una noche, hablando sobre las películas que ambas descargamos de Internet, ante el hecho de que las veía en el portátil o, en su defecto, en el iPod, le pregunté que por qué no se compraba un reproductor de esos de marca Nisu que valen no más de veinte euros y que reproducen todo tipo de formatos. Su respuesta me dejó anonada. “Es que no voy a ser yo la única que lo utilice”, adujo sin sombra de rubor ni vergüenza. Al ver mi cara, ella misma se dio cuenta de la burrada que acababa de soltar y trató de defenderse: “Ya, ya sé que yo no pago el agua con el que se lava mi ropa ni… pero es que me jode comprar algo que no va a ser sólo mío”. Ya. Claro. Sólo las idiotas como yo compran reproductores de DVD por la astronómica cantidad de veinte euros para que se los machaquen sus compañeros de piso.

También me regaló, otra noche de farra, una nueva anécdota con la que reafirmar su ruindad: Estaba harta de que todas sus bragas fueran sobaqueras (para entendernos, enooooormes). Y es que, pobrecita, era su madre la encargada de proveerla de ropa interior. Alcé mi ceja en modo Sarcasmo On y rápidamente I. desvió el tema porque debió ver que en mi frente la frase: “Pues cómpratelas tú” titilaba como el neón de un casino de Las Vegas.

I., al igual que G., también tiene la futura intención de comprarse un piso. Para ello, se ha abierto una cuenta ahorro vivienda y debe de meter mucho dinero al mes porque siempre entra en bares y restaurantes preguntando el precio de las consumiciones. Además I. tiene su vida planificada al milímetro: lo primero es conseguir una estabilidad laboral para poder comprarse un piso y vivir sola una temporada; después encontrar una pareja con la que poder formar una familia y, para acabar, el adosado en las afueras, los niños, el perro y el monovolumen en la puerta. Y todo tiene que ser en ese orden. Quizá por eso cuando algún elemento de esa lista se le adelanta, declina la posibilidad aduciendo que “no está preparada”.

Poco tiempo después, harta de esas jornadas laborales extenuantes, consiguió cambiar de trabajo con la esperanza de tener más tiempo libre. Y la cosa pintaba bien. Pero algo falló en sus cálculos y pasó de trabajar diez horas de lunes a viernes a permanecer en la oficina quince y dieciséis horas diarias de lunes a domingos con los festivos incluidos. Pero ella está contenta porque le gusta lo que hace, porque se siente realizada, porque se siente respetada y porque tiene a un equipo de cinco personas a su cargo aunque para conseguir todo eso tenga que hacerse fotos periódicamente y dejárselas a sus padres pegadas a la nevera con un imán para que no se olviden de ella.

En mi opinión, I. tiene todas las papeletas para ser una infeliz. Me explico. Está muy bien eso de realizarse a una misma con un trabajo que te guste. Pero no a costa de sacrificar el resto de facetas de tu vida. A lo que hace ella yo lo llamo autoengaño. Sin embargo, en cierto modo, se lo monta bien. Como buena víctima del síndrome de Peter Pan (condición de la que, además, presume orgullosa), su afán de volcarse en su carrera es la excusa perfecta para retrasar al máximo el paso a la madurez. ¿Quién va a echarle en cara que le dedique tanto tiempo al trabajo cuando ése es uno de los pilares de la vida de una persona? Así, mientras ella se concentra en sus proyectos laborales, se exime de asumir las responsabilidades de la vida adulta tales como relaciones personales y sentimentales, compromisos y ese tipo de cosas que tanto agobian a los de nuestra quinta. La excelente y competente profesional que sale de la oficina cada noche (o cada madrugada) no deja de ser una adolescente cuando regresa a la casa de papi y mami en donde se encuentra el plato en la mesa, la nevera llena, la casa limpia, su ropa lavada, planchada y doblada dentro del armario y todas las facturas pagadas dentro del plazo. Y me imagino los siguientes pasos a dar. Cuando la cuenta ahorro vivienda le venza tendrá unos treinta años. Como se verá obligada a comprar algo, lo hará sobre plano, lo cual le dará una prorroga de entre uno y tres años más de tranquilidad en el hogar paterno. Prorroga que dilatará indefinidamente cuando por fin le den las llaves del hipotético piso con la excusa de amueblarlo y acondicionarlo. Eso si entremedias no le da por comprarse un coche nuevo (porque con la cafetera que tiene actualmente, cualquier día se piña por la M-30). En conclusión, llegará a los treinta y muchos con una esforzada carrera profesional en la que habrá trabajado más que otros en toda su vida pero, en mi opinión, seguirá con las manos vacías porque no tendrá nada más a lo que agarrarse.

-Y por último tenemos a M., cuyo caso conozco menos pero que también me parece ilustrativo. M. tiene 30 años, cursó una licenciatura de letras enfocada a la docencia. Al acabar se largó a Manchester durante un año y medio a trabajar y mejorar su inglés (vaya tour nos estamos haciendo). En cuanto a su entorno familiar sólo sé que tiene un hermano mayor (vamos reduciendo la familia) y que ahora vive con su padre (de la madre no sé nada como tampoco sé de qué pie cojea). Tampoco ha manifestado un especial interés en comprarse un piso y supongo que bastante tiene con administrarse el dinero que le reportan las clases que da en una academia (para más inri, sin contrato). Lo que sí me ha llamado la atención es la tremenda sentencia con la que auguró su futuro más cercano: se ha dado unos meses de plazo y si no encuentra un trabajo decente se irá a Estados Unidos o a Australia a buscarse la vida (ya puestos, podría barajar Plutón, que está más lejos y seguro que algún alienígena habrá con ganas de aprender español). En principio M. es la que podría parecer la más normal de las tres individuas de las que estoy hablando. Sin embargo el otro día se descolgó con un comentario muy parecido a la anécdota de I. y ese reproductor de DVD de la discordia. Hablando de que no tenía Internet en casa (y, seamos sinceros, cada día resulta más raro encontrar a alguien de nuestra edad que no disponga de conexión en su hogar), mi ceja volvió a alzarse y un nuevo neón iluminó mi frente: “¿Por qué?”. Su respuesta: “Llevo desde noviembre intentando convencer a mi padre”. “¿Y? ¿Es que tu padre no quiere?”. “No, si mi padre sí que quiere”. “¿Y por qué no lo pones tú?”. “Porque mi padre también la usaría”. “Pues pagadlo a medias”. “Qué ecuánime eres tú, ¿no?”. “¿Y tú? ¿Cuántos años tienes?”, le preguntó con sorna otra de las presentes ahorrándome a mí el esfuerzo de mostrarle lo absurdo de su postura.

Todas estas historias y anécdotas podrían parecer risibles y de poca importancia si no fuera por la triste realidad que subyace bajo ellas. La mayoría de la gente joven hoy en día no quiere madurar. La mayoría de la gente joven hoy en día quiere ser eternamente adolescente merced a una familia más tolerante, abierta y permisiva (salvo en casos como el de G.). Su empeño en centrarse en sus carreras no deja de ser sospechoso por lo que de cobarde tiene: ese empeño facilita la mejor de las excusas para escaquearse y no asumir las responsabilidades emocionales propias de una edad que ya empieza a ser considerable.

No estoy al corriente ni de estadísticas ni de la situación en otros países pero me da la sensación de que esta “adultescencia” es más acusada en España que en otros lugares. Hasta hace quince años a una persona de mi edad se la consideraba adulta y llevaba una vida como tal. Hoy a todos, incluso a los que llevamos más de una década independizados y totalmente dueños de nuestras vidas, nos rodea un halo de puerilidad del que a duras penas conseguimos escapar. La precariedad laboral y el difícil acceso a la vivienda han pasado de ser una queja a convertirse en una excusa fácil. Asumamos de una vez que la vida es dura, complicada, jodida. Seguir manteniendo el colchón de aire de unos padres excesivamente complacientes sólo hará que el golpe sea más fuerte cuando ese colchón desaparezca. Y luego vienen los traumas, las depresiones y las frustraciones. Yo me agobio inmensamente cuando abro el buzón y sólo encuentro facturas, cuando abro el frigorífico y resuena eco dentro de él, cuando mi móvil berrea con el número de mi casero porque me he retrasado con el alquiler, cuando veo que es día 20 y mi cuenta está a cero. Pero la sensación de saberme independiente, dueña de mi vida y de mirar hacia atrás y darme cuenta de todo lo que he conseguido sin dejar de ser joven, alocada o, incluso, irresponsable en ocasiones, no lo cambio por una cuenta ahorro vivienda ni por una conexión a Internet gratis ni porque mis padres me compren un DVD para poder ver las películas que me descargo gracias a las facturas que ellos pagan.

Pero claro, ya sabemos que yo soy muy rarita.


Mi alter ego hoy también está combativo hablando de activismo gay aquí.

Se le pasó por la cabeza a Arrierita a las 20:40:00   11 Berrido(s)
Esos pequeños momentos...
viernes, 28 de marzo de 2008
Cuando hace días que apenas sales de tu casa y estás hasta el gorro de ver las cuatro paredes que siempre te rodean aprovechas cualquier excusa para dejarte caer por el centro y que te dé un poco el aire. En mi caso ha sido una reunión con el tutor de mi curso para hablar del proyecto que tenemos asignado. Puro trámite porque nuestro equipo apenas tiene dudas y, en cambio, está perfectamente estructurado y con el trabajo bien planificado.

Luego me he dejado caer por la presentación de un libro. Esos bonitos actos que sirven de excusa para verle la cara a algunas personas y emborracharte como un buen intelectual dipsómano. Horas después, con un dolor de cabeza producido por la ingesta de cerveza en cantidades industriales que ha caído en un estómago que hace eco por la escasez de alimento ingerido durante el día, una vuelve a casa con un hambre feroz. Es entonces cuando, al llegar a casa, te encuentras a tu compañero de piso gabachín y a su novia que te dan un plato con una quichè que han hecho y te dicen que esperan que te guste.

Y tú te vas a tu cuarto con el plato en la mano y una sonrisa en la boca a conectarte a Internet y ver qué novedades hay en tu correo electrónico.

Esos pequeños momentos que hacen que te vayas a la cama tranquila y contenta...

Y para saber más de la presentación, pinchad aquí.
Se le pasó por la cabeza a Arrierita a las 1:08:00   3 Berrido(s)
Sci-Fi
martes, 25 de marzo de 2008

Los habituales de este blog y, sobre todo, aquell@s que me conocen ya saben que cuando me da por algo soy como ese refrán que dice: Cuando un tonto coge una linde, la linde se acaba y el tonto sigue. Para entendernos, que cuando me da por algo hasta que no me canso, me aburro o encuentro otro pasatiempo no paro.

Digo esto porque ahora ando interesada en algo en particular. Y lo que más curioso me resulta es que si alguien me preguntara si me gusta la ciencia-ficción contestaría que no sin pensármelo demasiado. No, a mí me gustan más los dramas, lo sociológico, el realismo urbano… Sin embargo, si me pongo a pensar descubro que desde siempre me ha gustado la ciencia-ficción, lo paranormal, lo tecnológico y lo geek. Desde E.T. y la saga de La guerra de las Galaxias en mi más tierna infancia (aunque, permítanme el sacrilegio, yo era más de los Ewoks) pasando por Blade Runner y las numerosas adaptaciones de relatos de Philip K. Dick hasta llegar a la trilogía de Matrix y el neocyberpunk.

Por lo tanto debo admitir que sí, me gusta la ciencia-ficción. Aunque debería matizar: me gusta la ciencia-ficción apocalíptica y sombría, la historia-ficción que presenta sociedades alternativas. Puede que no haya leído (y confieso que tampoco me interesa demasiado) a Asimov o la mítica saga de Dune pero he leído varias veces 1984, Un mundo feliz o los relatos del citado Philip K. Dick. Y me suelen llamar mucho la atención historias de ese tipo.

Hace unos días vi por fin la tercera versión del clásico de Richard Matheson, Soy leyenda. La verdad es que no esperaba gran cosa tras haber leído las críticas que había recibido pero, lo admito, Will Smith siempre me ha caído estupendamente pese a su imagen de chuleta así que me armé con una tarrina de helado Ben&Jerry y me dispuse a verla.

Lejos de ser un peliculón (y podría haberlo sido, que conste) no me decepcionó. Es más, la primera hora de metraje me pareció bastante digna obviando ciertas licencias que se toman (¿tres años después de que la humanidad se extinga sigue habiendo agua corriente y energía eléctrica) Amos, anda…). Recordemos que uno de los muchos pensamientos del imaginario colectivo es: ¿qué harías si fueras el último habitante de la tierra? Estoy segura de que todos y todas hemos fantaseado a ese respecto: campar por la ciudad a tus anchas, entrar en los comercios y coger lo que se te antoje, ver películas en cualquier cine con la sala toda para ti… Todo eso se puede ver en la película. Sin embargo, Robert Neville, ya no está descontrolado entrando aquí y allá sino que ha organizado una rutina milimétricamente estudiada para no volverse loco ante la soledad de verse condenado a ser el último vestigio de la humanidad tal y como la conoció.

No voy a entrar en la resolución del film ni en las segundas y terceras lecturas que se pueden hacer de él. Me gustó y me sirvió de acicate para querer ir más allá. Conseguí la novela original (creo que no hace falta decir cómo) y me la leí en una mañana. Me gustó aún más y me alentó a conseguir las otras dos versiones cinematográficas anteriores: El último hombre sobre la tierra (Last man on earth) de 1964 y con Vincent Price como protagonista y El último hombre vivo (The omega man) de 1971 y con Charlton Heston en el papel de Robert Neville. Aún estoy en pleno proceso de descarga así que todavía no puedo opinar sobre ellas. Pero, de nuevo, Internet es lo que tiene, una cosa te lleva a la otra y navegando encontré una nueva película, basada a su vez en otra novela, en la misma línea: Cuando el destino nos alcance (Soylent Green) de 1974 y protagonizada también por Heston (que me cae bastante mal, todo hay que decirlo). La novela en la que está basada es ¡Hagan sitio! ¡Hagan sitio! (Make room! Make room!) de Harry Harrison, que también he conseguido pero que, al ser más extensa que la de Matheson, aún no he conseguido leerme y que todavía no sé si lo haré antes o después de ver la correspondiente película.

¿Y por qué cuento todo esto? Pues primero para darme cuenta de mis propias contradicciones cuando niego que me gusta la ciencia-ficción y en realidad me encanta, segundo para animaros a que leáis y/o veáis los libros y/o las películas que he nombrado y tercero para que, por favor, por favor, por favor, me recomendéis obras de ese estilo, que hay que aprovechar que ahora estoy ociosa y tengo tiempo libre. ;-p

Se le pasó por la cabeza a Arrierita a las 23:49:00   8 Berrido(s)
Postear o no postear
lunes, 24 de marzo de 2008
Sí, supongo que debería postear ya. Para eso tengo un blog, ¿no? Aunque, la verdad, no sé ni qué contar porque en mi vida últimamente no ocurre nada fuera de lo normal (lo cual, valga la redundancia, sí que no es normal).

Podría contar que la semana santa se me ha hecho eterna. Y podría decir que la razón ha sido que todo el mundo estaba fuera pero teniendo en cuenta de que cuando todo el mundo está en Madrid tampoco les veo pues como que no cuela. Pero se me ha hecho eterna. He visto películas, navegado por Internet, jugado con la Play hasta que me han ardido los ojos y no conseguía sacurdirme el sopor y la desidia de encima...

Podría contar también que el gabachín es un compañero de piso fantasma. Desde que el día 9 se instaló ha pasado no más de ocho días en casa porque el resto (fines de semana y estos días de fiesta incluidos) se ha ido a ver a la novia a Valladolid. Y, vamos, que los días que ha estado aquí como si no hubiera estado porque nada más llegar de currar se encierra en su cuarto a conectarse a Internet y ni se le oye. De momento no parece mal chaval...

Podría contar también que he descubierto que escuchar chill out en según qué momentos me baja la tensión o me provoca ansiedad. Pero, claro, ponerme a escuchar a Metallica a las doce y media de la noche tampoco es de recibo...

Podría contar también que, en un nuevo intento de matar el tiempo, me he estado instalando gestores de correo nativos en el ordenador para no tener que andar siempre abriendo y cerrando cuentas para chequear los mails recibidos. O que quiero, quiero, quiero, quiero, quiero un iPod y una PSP con todas mis fuerzas después de comprobar cómo se ven las pelis y los vídeos en los citados cacharritos (bueno, a decir verdad, primero quiero la PSP y luego un iPod Touch, jojojo)...

Y podría contar que mi compañera de clase (y ahora también de proyecto) me tiene desconcertada. Porque, además, no acabo de dilucidar si entiende o no. Querida, si lees esto, ¿serías tan amable de sacarme de dudas de una vez por todas? Haz algo que me convenza definitivamente, no sé, un muerdo o algo así que yo a veces soy muy cortita y hasta que no me han metido la lengua hasta la faringe no me doy por aludida... ;-p
Se le pasó por la cabeza a Arrierita a las 23:17:00   3 Berrido(s)
Agotada
domingo, 16 de marzo de 2008
Sí, estoy agotada. Física y emocionalmente. Tras una semana repleta de eventos públicos y privados. De situaciones surrealistas, incómodas, agradables o desconcertantes. Mi cabeza no puede más. Y mi cuerpo se resiente.

Noches de cañas y tanteos que me dejaron más perdida de lo que ya estaba. Viajes relámpago por motivos profesionales. Visitas y eventos familiares. Cansancio extremo. Tanto que el sábado me levanté a las dos de la tarde y a las diez de la noche volvía a estar en la cama con un sueño atroz.

Y hoy ha habido un punto y final. O al menos eso creo yo. Porque ya estoy harta de aguantar las gilipolleces de la gente. Estoy harta de que lo único que importe sean los sentimientos de los demás y no los míos. Supongo que me he vuelto un poco hija de puta. No en vano, hoy me lo acaba de llamar la persona que menos derecho tiene de hacerlo, aunque me diga que sí que lo tiene. Pero, ¿qué queréis que os diga? Si ser hija de puta es empezar a pensar en mi bienestar personal, prefiero serlo a seguir siendo la gilipollas a la que se puede pisotear.

Esta taberna me la encontré en mi paseo del jueves por Valladolid. ¿Y si montase yo un bar que se llamase La Arrierita? Bah, seguro que fracasaría...

Si queréis la crónica de la presentación pucelana, pinchad aquí y os enterareis de todo.
Se le pasó por la cabeza a Arrierita a las 21:51:00   5 Berrido(s)
Cómo pasa el tiempo
martes, 11 de marzo de 2008
Llevo varios días pensando en escribir un post especial. Pero como no soy nada disciplinada, no apunto las ideas que se me vienen a la cabeza. Creo recordar que se me ocurrieron dos o tres frases de esas que hacen que hasta te sientas orgullosa pero se han quedado en algún punto de mis escasas neuronas.

No quiero hablar de qué día es hoy ni de cuánto tiempo ha transcurrido. Lo mejor sigue siendo vivir el presente, esos momentos de plenitud que, de vez en cuando, nos vienen de frente y nos dibujan una sonrisa en la cara.

Hace varios días que esa sonrisa no se me despega. Me siento a gusto, me siento feliz, me siento afortunada de tener a mi alrededor a todas esas personas tan especiales con las que comparto mi día a día. O un día de vez en cuando. O una noche mágica. Cada confidencia, cada secreto, cada susurro, cada risa (o carcajada), cada momento lo atesoro como algo único.

Algunas personas me hacen feliz. Y creo que yo también las hago felices a ellas. Y cuando noto esos sentimientos que nos asolan soy aún más feliz. Ver cómo a alguien se le saltan las lágrimas al verse rodeada de las personas a las que quiere vale más que cualquier cosa. Abrazar y sentir el abrazo que te da la otra persona es, a veces, mucho mejor que el abrazo de parejas fugaces que acaban dejando malas sensaciones en lugar de buenos recuerdos. Cruzar las miradas y comunicarse a través de ellas es algo que no todo el mundo consigue hacer.

Hay personas que escribimos entre líneas para que sólo unos pocos nos entiendan. Porque sólo ellos, los que disfrutaron de la compañía, los que se extasiaron bailando como locos su canción fetiche, los que desayunaron churros con nesquick después de robar el periódico en un kiosko aún cerrado, aquellos que estuvieron (que siempre están, en la distancia o en la presencia) y que, seguro, seguirán estando (y esperemos que aún más cerca) son los únicos capaces de entender en su totalidad lo que estas palabras, inconexas y sin sentido para los demás, tratan de decir, de expresar, de hacer sentir.

Somos afortunados. Soy afortunada. He creado mi propia familia. Lo hemos hecho entre todos.

Os quiero.

Se le pasó por la cabeza a Arrierita a las 23:24:00   6 Berrido(s)
Habemus compañero
lunes, 10 de marzo de 2008

Se podría hacer un tratado de antropología con las personas que llaman y vienen a ver una habitación en alquiler de un piso compartido. En serio. El viernes se cerró la temporada de “Arrierita busca compañer@”. Y como traca final tuve una tarde de lo más animadita.

Ya el jueves por la noche recibí un sms de alguien que había visto el anuncio pero que —al menos era considerado— como era muy tarde para llamar prefería que yo le dijera cuándo podría llamarme. Al día siguiente, nada más levantarme, a las ocho de la mañana, contesté diciendo que me podía llamar en cualquier momento. No bien hube dejado el móvil sobre el escritorio y me disponía a ir a la cocina a prepararme el café mañanero, mi querido teléfono comenzó a berrear con una llamada entrante. Una muchachuela comienza a hacerme las preguntas habituales. “¿Admitís visitas?” me inquiere finalmente. Confundida, contesto que sí, que claro. Luego me pregunta que si me importa que la habitación sea para un chico a lo que, obviamente, respondo que claro que no me importa. Concertamos una cita para las cinco de la tarde y colgamos.

Un rato más tarde me llama un muchachuelo de acento extranjero. Me cuenta que trabaja en Barajas pero que vive en Getafe y que, por tanto, busca algo más cerca del trabajo. Concertamos una cita para las ocho de la tarde y colgamos.

A las cinco menos dos minutos mi móvil vuelve a berrear. La misma chica de las ocho de la mañana me avisa de que ella y el chico que busca la habitación llegarán más tarde. Les digo que no se preocupen y colgamos. A las seis aparecen por el piso, apurados y casi sin respiración. El chico resulta ser el novio francés de la chica que se ha venido de Toulouse para estar más cerca de ella. ¡Qué bonito es el amor! Les enseño el piso y les gusta. Al gabachín le gusta Chuchín Infernal ya que, como dice su novia, le encantan los perros. Hablamos de lo de admitir visitas y del hecho de que en muchos pisos no dejen. Parece que hay feeling. Y luego la inevitable frase: “Tenemos que ver un piso más. Esta noche te llamamos tanto para decirte que sí como para decirte que no”. Sí, sí, vale. Como si oyera llover. Esa frase es como cuando vas una noche a un bar, te enrollas con una tía que parece normal y después de la sesión de besuqueo apunta tu número en su móvil y te dice: “Te llamo y quedamos a tomar algo un día de estas”. Quieres creerla pero has oído eso tantas veces que no puedes por menos que desconfiar.

Tras la visita de los tortolitos recibo una nueva llamada. Un fijo. Por el número me di cuenta de que era de mi propio barrio. Descuelgo. Una mujer de acento sudamericano y bastante borde me dice: “Preguntaba por la habitación”. “Sí” respondo yo. “¿En qué calle está?”. Se lo digo. Sólo el nombre de la calle sin número ni nada. “¿Es para una sola persona?”, pregunta. “Sí”, vuelvo a responder yo. “Bien”, dice. Y cuelga. Dos segundos después, cuando ni siquiera me había dado tiempo a cerrar el móvil vuelve a llamar. “Preguntaba por la habitación”, me dice la misma mujer con el mismo acento y el mismo tono borde. “Sí, me acabas de llamar”, repongo yo totalmente confundida. “Ajá”, murmura y vuelve a colgar. ¿¿¿???

Poco después recibo una nueva llamada. Un chaval con acento de bakala de extrarradio empieza a hablar: “Mira, que he visto tu anuncio (tronca, le faltó añadir) y me parece interesante. ¿Cómo podríamos hacer para que me pasara a verlo y me explicaras de qué va?” (¿de qué va? ¿acaso se piensa que esto es como una peli?). Le doy la dirección y quedamos para el día siguiente. “Y, oye, ¿eres nacional?” (mi acento madrileño debió de delatarme). “…Sss…sí”, articulo yo como puedo. “Guay, yo también lo soy, así que no habrá ningún problema” (y yo por dentro pensando: “Como cuando mire por la mirilla lleves el pelo a menos del tres no te pienso abrir la puerta”).

A las ocho no aparece el guiri que trabajaba en el aeropuerto, cosa que ya me esperaba. De hecho la desesperación ya empezaba a reptar por mi garganta mientras me preguntaba cuánto tardaría en encontrar a alguien que quisiera alquilar la habitación. Pero a las nueve me llamó y me dijo que acababa de salir de trabajar y que si era posible acercarse en ese momento a ver el piso. Le contesté que sí y decidí posponer la cena. Media hora más tarde llamaba al timbre. Cuando le abrí la puerta y le vi una sola imagen acudió a mi mente. ¿Recordáis las fotos de los secuestradores de los aviones del 11S? Aquél que tenía gafitas y aire de intelectual (creo que fue el que pilotó el United 93, el que los pasajeros hicieron caer en un campo de Pensilvania). Y encima el chaval trabaja en el aeropuerto. Con media sonrisa irónica por la macabra asociación de ideas le enseño la habitación y el resto del piso de forma mecánica. Desde el primer momento vi claro que no le interesaba así que un par de minutos después estaba fuera.

Una vez acabado el desfile me dispuse a cenar y a ver La lesbiana que hay en ti La extraña que hay en ti y a mitad de la película vuelve a sonar el teléfono. El gabachín de la novia. El que se ha venido a España por amor. El que no pensaba que me fuera a llamar me decía al otro lado de la línea que si todavía estaba disponible, él seguía interesado y que si podía alquilar la habitación ya. Respondí que sí, claro. “Pero, ¿seguro? Piensa que si te digo que sí a la gente que me llame le voy a decir que la habitación ya está alquilada”, le dije yo todavía escéptica. “Sí, sí, sí. Me encanta el piso. Me encanta tu perro. Me encanta todo” (léase con acento francés). Concretamos un par de cosas más acerca de cuando vendría a instalarse y de los temas económicos y colgué con sonrisa de gilipollas y un peso enorme que, de repente, se había descolgado de mi espalda.

A ver cómo me sale este…

Se le pasó por la cabeza a Arrierita a las 12:56:00   9 Berrido(s)
Desperately seeking roomie
jueves, 6 de marzo de 2008
A ver, en serio, ¿qué tengo que hacer para encontrar compañer@ de piso? ¿Incluir sexo oral en el precio? ¿Poner televisión por cable? ¿O es que la gente ya quiere que la acojas gratuitamente para no estar sola?

Y es que luego llegan a mi casa los candidatos diciéndome que les han enseñado habitaciones mínimas en las que tienen que entrar de lado a precios astronómicos. Cuartos en los que para acceder a ellos tienes que pasar por el de tu compañero y que en vez de puerta tienen cortina. O que no tienen ventana. O que no tienen derecho ni a cocina ni a baño. Que no pueden traer a nadie (ya no digo a follar sino simplemente a tomar un café o pasar el rato en el zulo que tienen asignado). Vamos, lugares frente a los cuales mi piso parece un palacio. Pues nada. Que actualizo el anuncio a diario en una veintena de páginas web y no hay tu tía.

Menos mal que al lado de casa tengo un puente...
Se le pasó por la cabeza a Arrierita a las 0:45:00   4 Berrido(s)
Post raro
martes, 4 de marzo de 2008
Es estadísticamente imposible que a una persona le salga mal todo lo que hace o intenta hacer. Y como no soy supersticiosa ni creo en el mal de ojo debería ser así: cuantos más intentos más posibilidades de que salga como quieres. Simple ley de la probabilidad. Pero no. Que no doy una a derechas.

Primero, la odisea de encontrar compañero de piso. Y no, no es un relato más, como me preguntaron ayer. Que es real. Que me urge. Que yo pensaba que no conseguía nuevo inquilino por una cuestión de precio y resulta que hay algunos que prefieren irse a piso peores y más caros sólo porque les pilla a dos paradas menos de metro de su lugar de estudios. Yo ya no entiendo a la gente. De verdad. Mi mente no da para más. Se bloquea. Es inútil. Ya tengo asumido que nunca podré.

Ayer empecé el día tempranito. Tras mis dos semanas de hibernación he vuelto a eso de madrugar (madrugar sin motivo porque no tengo nada que hacer y lo único que acabo teniendo es sensación de que los días son más largos y aburridos de lo normal). El primer cabreo me lo llevé cuando recibí el mail de la academia con la distribución de los equipos de los proyectos de edición. A ver, si hay cuatro proyectos y yo te digo que me interesan dos de ellos, ¿no es un poco mala leche que me pongas en el que menos me interesa y que no he mencionado ni por equivocación?

Luego la cara se me alegró cuando me llamó un nuevo candidato a roomie. Y se me alegró más cuando vino a ver el piso y comprobé que era ideal. Y ya llegué al entusiasmo cuando una hora después de haber venido, me manda un mensaje al movil diciendome que le interesa mucho y que lo más seguro es que se quedara con la habitación. Sólo tenía que ver otra más y por la noche me llamaría.

Animada por fin, me fui a clase. Allí hablé con mis compañeros y vi que haciendo un par de apaños, podía cambiarme al proyecto que quería. Pese a que la clase fue un soporífero peñazo sobre propiedad intelectual (sólo animado con el debate-enfrentamiento final entre el profesor y yo a vueltas sobre el canon digital y la SGAE mientras los demás nos miraban atónitos y como queriendo desaparecer de allí) yo andaba más contenta que unas pascuas.

Volví a casa para la cena y para recibir la ansiada llamada comunicándome que mi búsqueda había terminado. Cené, vi un capítulo de una serie y mi móvil seguía mudo. Al final tuve que mandar yo un mensaje aún a sabiendas de que la ausencia de noticias era un claro designio nefasto. Al menos tuvo la deferencia de contestarme al mensaje y decirme que no, que se quedaba con un piso más caro sólo por no andar cien metros más. Quien entienda a la gente, que se la compre y los coloque en una estantería...

Estaba claro que me me iba a meter en la cama con un humor de perros. Menos mal que entre el debate electoral, los chistes que me mandaron por mail y mi habitual sesión de Conversaciones Telefónicas Diarias en varios actos hicieron que, ya a las dos de la mañana y metida en la cama, tuviera el inalámbrico en la mano y mis carcajadas se parecieran sospechosamente a las de Cruella de Vil...
Se le pasó por la cabeza a Arrierita a las 12:07:00   0 Berrido(s)
Eramos pocos...
lunes, 3 de marzo de 2008
Después de mucho pensarlo creo que ya iba siendo hora de hacerlo. Aunque yo quería tener lista la página web al completo, al final, tras ver las ganas que tienen algunas de criticar a la autora de los libros más que a la bloguera llamada Arrierita, he decidido dar salida al blog oficial de esa muchacha que se empeña en publicar libros de bollos. Así que ya sabéis, si queréis críticas de series, bollosfera y otras secciones habituales de la Arriera, quedaos por aquí. Para elogios e insultos, indistintamente, sírvanse dirigirlos aquí.

De momento seguiré con ambos blogs. Cuando la esquizofrenia comience a ganarme la batalla ya decidiré con cuál me quedo...

Ni que decir tiene que ahí también los comentarios están moderados... Más vale prevenir... ;-p

Se le pasó por la cabeza a Arrierita a las 10:09:00   1 Berrido(s)
¿Quién soy?

Me llaman:Arrierita
Vivo en: Madrid, Spain
Y digo yo...: Acercándome peligrosamente a los treinta he desistido de encontrar a alguien en sus cabales. Me aburre que me digan lo maja que soy y lo mucho que merezco la pena personas que después salen corriendo como si se hubieran dejado la comida en el fuego. Me aburre la gente que va de legal por la vida pero nunca es consecuente con sus actos. Me aburre salir a la calle y cruzarme con tanta gente a la que no quiero saludar. De lo que no me aburro nunca es de tener a mi lado a tantas personas que me hacen sonreír cada día. A todos los demás... ¡Arrieritos somos... y en el camino nos encontraremos!
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