Empecé 2006 jugando al parchís. Lo acabé cantando al SingStar. ¿Qué más pruebas necesito para saber que en la vida todo consiste en jugar y competir? Hay dos días al año en los que huyo de esos bares atestados y esas masas enfurecidas pidiendo juerga a gritos que tanto me gustan en otros momentos: el día del Orgullo Gay y Nochevieja. Hace años que estos dos días son tranquilos para mí. Y esta vez no iba a ser una excepción. Decliné hasta tres planes distintos por quedarme calentita en casa. Y el 31 por la tarde estábamos en mi casa la triple A (Acuarela, Ave y Arrierita) con la doble C (Coquí y Chuchín) preparando salmón al horno, bebiendo lambrusco y desafiando a las nubes con nuestros gorgoritos. Durante la cena me seguí dando al lambrusco y luego al sorbete de limón hasta el punto de decirme a mí misma que o dejaba de beber o a la una estaría roncando en el sofá. Me comí las uvas al compás de las campanadas. Besé y abracé a mis invitadas deseándoles un feliz año. Hablé con mi madre. Luego vi cómo se realizaba una videollamada (y yo todavía con un móvil de segunda generación). Poco después el cuarteto sufría dos bajas que buscaban algo más de jolgorio para empezar el año. Ave y yo nos quedamos. Nos jugamos el disco del SingStar entero. Luego la pobre pajarilla se quedó sobada en el sofá. Yo aproveché para recoger lo que aún quedaba por medio. Mi móvil seguía escupiendo esemeses cada quince minutos. Yo no envié ninguno. Soy lo puto peor. Pero así nadie podrá sentirse excluido. Ya habrá tiempo de felicitar el año cienes y cienes de veces durante los próximos días. A las cuatro de la mañana me vi a mí misma buscando un tenedor con un mango lo suficientemente estrecho como para que entrase por el cuello de la botella casi intacta del champán que descorchamos para brindar tras las uvas mientras pensaba: ¿Para qué demonios la estoy guardando en la nevera? ¿Acaso pienso bebérmela mañana así como si tal cosa? Todavía no soy tan alcohólica como para beber champán mientras navego por Internet. Pero la guardé. Supongo que por esa manía de muchos de no tirar las cosas del comer y del beber. Y ahí sigue. En la nevera. Y el tenedor hace “clink, clink” cada vez que abro y cierro la puerta del frigorífico. Terminé acostándome a las ocho de la mañana. Me desperté a las dos (mentira, me despertaron mis compañeros a ritmo de salsa). El resto del día vegeté viendo capítulos de Friends mientras comía el queso y el paté que sobró de la cena. Sólo bajé a la calle para bajar a Chuchín. No me apetecía ver a nadie. No me apetecía hablar con nadie. Aunque intentaron sacarme de casa. Pero tal y como estaba creo que fue lo mejor. La vuelta a la rutina ha sido peor que nunca. Toneladas de trabajo me esperaban en la oficina. Ahora toca ponerse las pilas. Cumplir algunos planes. No, no voy a dejar de fumar. Sí que voy a intentar salir un poco menos. Mi estómago empieza a acusar tanto alcohol. También ir al gimnasio. Más por cuestiones de salud que por razones estéticas. Por lo demás, no tengo grandes propósitos. ¿Para qué? Todos sabemos que yo soy de las que no los cumplen. |
Feliz Año y gracias por el excelente tema que colgaste!!Un beso