Es estadísticamente imposible que a una persona le salga mal todo lo que hace o intenta hacer. Y como no soy supersticiosa ni creo en el mal de ojo debería ser así: cuantos más intentos más posibilidades de que salga como quieres. Simple ley de la probabilidad. Pero no. Que no doy una a derechas.
Primero, la odisea de encontrar compañero de piso. Y no, no es un relato más, como me preguntaron ayer. Que es real. Que me urge. Que yo pensaba que no conseguía nuevo inquilino por una cuestión de precio y resulta que hay algunos que prefieren irse a piso peores y más caros sólo porque les pilla a dos paradas menos de metro de su lugar de estudios. Yo ya no entiendo a la gente. De verdad. Mi mente no da para más. Se bloquea. Es inútil. Ya tengo asumido que nunca podré.
Ayer empecé el día tempranito. Tras mis dos semanas de hibernación he vuelto a eso de madrugar (madrugar sin motivo porque no tengo nada que hacer y lo único que acabo teniendo es sensación de que los días son más largos y aburridos de lo normal). El primer cabreo me lo llevé cuando recibí el mail de la academia con la distribución de los equipos de los proyectos de edición. A ver, si hay cuatro proyectos y yo te digo que me interesan dos de ellos, ¿no es un poco mala leche que me pongas en el que menos me interesa y que no he mencionado ni por equivocación?
Luego la cara se me alegró cuando me llamó un nuevo candidato a roomie. Y se me alegró más cuando vino a ver el piso y comprobé que era ideal. Y ya llegué al entusiasmo cuando una hora después de haber venido, me manda un mensaje al movil diciendome que le interesa mucho y que lo más seguro es que se quedara con la habitación. Sólo tenía que ver otra más y por la noche me llamaría.
Animada por fin, me fui a clase. Allí hablé con mis compañeros y vi que haciendo un par de apaños, podía cambiarme al proyecto que quería. Pese a que la clase fue un soporífero peñazo sobre propiedad intelectual (sólo animado con el debate-enfrentamiento final entre el profesor y yo a vueltas sobre el canon digital y la SGAE mientras los demás nos miraban atónitos y como queriendo desaparecer de allí) yo andaba más contenta que unas pascuas.
Volví a casa para la cena y para recibir la ansiada llamada comunicándome que mi búsqueda había terminado. Cené, vi un capítulo de una serie y mi móvil seguía mudo. Al final tuve que mandar yo un mensaje aún a sabiendas de que la ausencia de noticias era un claro designio nefasto. Al menos tuvo la deferencia de contestarme al mensaje y decirme que no, que se quedaba con un piso más caro sólo por no andar cien metros más. Quien entienda a la gente, que se la compre y los coloque en una estantería...
Estaba claro que me me iba a meter en la cama con un humor de perros. Menos mal que entre el debate electoral, los chistes que me mandaron por mail y mi habitual sesión de Conversaciones Telefónicas Diarias en varios actos hicieron que, ya a las dos de la mañana y metida en la cama, tuviera el inalámbrico en la mano y mis carcajadas se parecieran sospechosamente a las de Cruella de Vil...
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