Aunque durante este fin de semana he dado sobradas muestras de mi capacidad para quedarme dormida en cualquier momento y lugar yo aún sigo arrastrando el cansancio que he ido echando poquito a poco en un fardo a mi espalda desde el miércoles. El no haber dormido anoche más de cuatro horas supongo que también ha influido. Y, para colmo, no había pedido el día libre en el curro para recuperarme.
El otro día (el jueves para más señas) Jefa y yo mantuvimos este animado diálogo:
Jefa: Ya estáis de fiestas, ¿no?
Arrierita: Ufff, sí. Chueca está imposible...
Jefa: Y el sábado va a ser la leche, ¿verdad?
Arrierita: Madre mía el sábado... No va a haber quien ande por el centro...
Jefa (ya descojonada de la risa): ¿Vas a venir el lunes?
Arrierita (ojiplática, cariacontecida y, quizá, algo ofendida): Claro.
Pues bien, yo a las ocho y diez estaba sentadita en mi puesto de trabajo y, de nuevo ojiplática y cariacontecida, he podido comprobar que la que no iba a venir a currar era precisamente Jefa. Al enterarse una de las nuevas, la que se sienta al lado mío, ha exclamado: Joer, debe estar todavía celebrando el orgullo...
Si lo llego a saber me quedo en casa sobando... Porque la mañana se ha hecho insufriblemente eterna y aburrida. Además, con la nostalgia por los que ya se habían ido o se iban en pocas horas y la sensación de que todo había pasado ya (un año más). Y la tarde ha transcurrido entre cocacolas apuradas y nuevas despedidas.
Han sido días extraordinarios (en el sentido de que se han salido de lo ordinario y común). Días de reencuentros. De risas y abrazos. De borracheras y minis derramados por las aceras de la calle Pelayo. Hoy no contaré nada porque en cuanto pulse el botón de "publicar entrada" apagaré el ordenador y me entregaré en cuerpo y alma a esa abandonada cama mía...
Permanezcan atent@s a sus monitores, en breve aparecerán las crónicas de un orgullo desatado...
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ais... la calle pelayo...