Se podría hacer un tratado de antropología con las personas que llaman y vienen a ver una habitación en alquiler de un piso compartido. En serio. El viernes se cerró la temporada de “Arrierita busca compañer@”. Y como traca final tuve una tarde de lo más animadita. Ya el jueves por la noche recibí un sms de alguien que había visto el anuncio pero que —al menos era considerado— como era muy tarde para llamar prefería que yo le dijera cuándo podría llamarme. Al día siguiente, nada más levantarme, a las ocho de la mañana, contesté diciendo que me podía llamar en cualquier momento. No bien hube dejado el móvil sobre el escritorio y me disponía a ir a la cocina a prepararme el café mañanero, mi querido teléfono comenzó a berrear con una llamada entrante. Una muchachuela comienza a hacerme las preguntas habituales. “¿Admitís visitas?” me inquiere finalmente. Confundida, contesto que sí, que claro. Luego me pregunta que si me importa que la habitación sea para un chico a lo que, obviamente, respondo que claro que no me importa. Concertamos una cita para las cinco de la tarde y colgamos. Un rato más tarde me llama un muchachuelo de acento extranjero. Me cuenta que trabaja en Barajas pero que vive en Getafe y que, por tanto, busca algo más cerca del trabajo. Concertamos una cita para las ocho de la tarde y colgamos. A las cinco menos dos minutos mi móvil vuelve a berrear. La misma chica de las ocho de la mañana me avisa de que ella y el chico que busca la habitación llegarán más tarde. Les digo que no se preocupen y colgamos. A las seis aparecen por el piso, apurados y casi sin respiración. El chico resulta ser el novio francés de la chica que se ha venido de Toulouse para estar más cerca de ella. ¡Qué bonito es el amor! Les enseño el piso y les gusta. Al gabachín le gusta Chuchín Infernal ya que, como dice su novia, le encantan los perros. Hablamos de lo de admitir visitas y del hecho de que en muchos pisos no dejen. Parece que hay feeling. Y luego la inevitable frase: “Tenemos que ver un piso más. Esta noche te llamamos tanto para decirte que sí como para decirte que no”. Sí, sí, vale. Como si oyera llover. Esa frase es como cuando vas una noche a un bar, te enrollas con una tía que parece normal y después de la sesión de besuqueo apunta tu número en su móvil y te dice: “Te llamo y quedamos a tomar algo un día de estas”. Quieres creerla pero has oído eso tantas veces que no puedes por menos que desconfiar. Tras la visita de los tortolitos recibo una nueva llamada. Un fijo. Por el número me di cuenta de que era de mi propio barrio. Descuelgo. Una mujer de acento sudamericano y bastante borde me dice: “Preguntaba por la habitación”. “Sí” respondo yo. “¿En qué calle está?”. Se lo digo. Sólo el nombre de la calle sin número ni nada. “¿Es para una sola persona?”, pregunta. “Sí”, vuelvo a responder yo. “Bien”, dice. Y cuelga. Dos segundos después, cuando ni siquiera me había dado tiempo a cerrar el móvil vuelve a llamar. “Preguntaba por la habitación”, me dice la misma mujer con el mismo acento y el mismo tono borde. “Sí, me acabas de llamar”, repongo yo totalmente confundida. “Ajá”, murmura y vuelve a colgar. ¿¿¿??? Poco después recibo una nueva llamada. Un chaval con acento de bakala de extrarradio empieza a hablar: “Mira, que he visto tu anuncio (tronca, le faltó añadir) y me parece interesante. ¿Cómo podríamos hacer para que me pasara a verlo y me explicaras de qué va?” (¿de qué va? ¿acaso se piensa que esto es como una peli?). Le doy la dirección y quedamos para el día siguiente. “Y, oye, ¿eres nacional?” (mi acento madrileño debió de delatarme). “…Sss…sí”, articulo yo como puedo. “Guay, yo también lo soy, así que no habrá ningún problema” (y yo por dentro pensando: “Como cuando mire por la mirilla lleves el pelo a menos del tres no te pienso abrir la puerta”). A las ocho no aparece el guiri que trabajaba en el aeropuerto, cosa que ya me esperaba. De hecho la desesperación ya empezaba a reptar por mi garganta mientras me preguntaba cuánto tardaría en encontrar a alguien que quisiera alquilar la habitación. Pero a las nueve me llamó y me dijo que acababa de salir de trabajar y que si era posible acercarse en ese momento a ver el piso. Le contesté que sí y decidí posponer la cena. Media hora más tarde llamaba al timbre. Cuando le abrí la puerta y le vi una sola imagen acudió a mi mente. ¿Recordáis las fotos de los secuestradores de los aviones del 11S? Aquél que tenía gafitas y aire de intelectual (creo que fue el que pilotó el United 93, el que los pasajeros hicieron caer en un campo de Pensilvania). Y encima el chaval trabaja en el aeropuerto. Con media sonrisa irónica por la macabra asociación de ideas le enseño la habitación y el resto del piso de forma mecánica. Desde el primer momento vi claro que no le interesaba así que un par de minutos después estaba fuera. Una vez acabado el desfile me dispuse a cenar y a ver La lesbiana que hay en ti La extraña que hay en ti y a mitad de la película vuelve a sonar el teléfono. El gabachín de la novia. El que se ha venido a España por amor. El que no pensaba que me fuera a llamar me decía al otro lado de la línea que si todavía estaba disponible, él seguía interesado y que si podía alquilar la habitación ya. Respondí que sí, claro. “Pero, ¿seguro? Piensa que si te digo que sí a la gente que me llame le voy a decir que la habitación ya está alquilada”, le dije yo todavía escéptica. “Sí, sí, sí. Me encanta el piso. Me encanta tu perro. Me encanta todo” (léase con acento francés). Concretamos un par de cosas más acerca de cuando vendría a instalarse y de los temas económicos y colgué con sonrisa de gilipollas y un peso enorme que, de repente, se había descolgado de mi espalda. A ver cómo me sale este… |
Ves? Al final la odisea concluye y espero q no vya todo bien con él.
Tú adiestralo en el arte del mariconeo para cuando vayamos a Madrid lo perovirtamos bien :p
Besos!!