Yo nunca soy de las que canta victoria antes de tiempo por eso el sábado 27, mientras oía –que no veía- a Las Ratas empaquetar sus trastos (los que conocen mi casa saben que los cuartos que alquilaba están al final del pasillo pasada la puerta de entrada al piso, es decir, una zona por la que no suelo pasar y que ahora prácticamente es como si no existiera para mí… hasta que empiece a meter trastos allí, claro está), no las tenía todas conmigo de que la marcha fuera tranquila y pacífica. Además, en principio la única que abandonaría definitivamente el piso sería Psicóloga. GayArdón parecía todavía con ganas de apurar los días que le restaban al mes de enero. En una de las subidas y bajadas sacando trastos apareció El padre de Psicóloga. No crucé ni media palabra con él porque tampoco se dirigió a mí ni a mí me apetecía enzarzarme en una discusión inútil. Para él su hija tendría la razón del mismo modo que para mi madre –aunque no siempre, no os creáis- la tenía yo. Psicóloga ya había sacado todas sus cosas salvo su cama y GayArdón iba por el mismo camino. Como El padre de Psicóloga no había vuelto a subir, la discusión volvió entre mi madre y GayArdón. Ella le relataba los desperfectos que habían causado en el piso: sillas manchadas de pintura (porque, claro, resultaba muy complicado cubrirlas con un plástico) y, sobre todo, el desaguisado que habían hecho con los colores en los que habían pintado las habitaciones (a mí ni me gustan ni me disgustan pero es cierto que si quisiera alquilarlas tendría que pintarlas de nuevo porque no mucha gente soportaría esos colores tan estridentes). GayArdón se iba poniendo más y más violento hasta el punto de que en un momento dado hizo ademán de ir a pegar a mi madre. En un segundo creí que se iba a montar la de dios es cristo. Y no iba tampoco muy desencaminada. Ante su ademán, mi madre, en un acto reflejo, le puso la mano en medio para apartarle, con tan mala suerte que le dio en la nuez. Y ahí fue cuando GayArdón estalló definitivamente. Empezó a gritar desaforadamente mientras sacaba el móvil y nos decía: Eso es una agresión, os voy a poner una denuncia que os vais a cagar. Y se fue corriendo escaleras abajo. Sin perder un minuto, cambiamos la cerradura (en apenas tres minutos, que ya se sabe que una tiene maña en estas cosas de BricoBollo). Que fuera una decisión acertada o no es algo en lo que no voy a entrar. Fue nuestra primera reacción. Además, por experiencia, yo no creía que la policía fuera a venir. Joder, que me han robado dos veces y la policía no se ha dejado ver el pelo… Y ya sabemos lo que pasa con la poli, basta que los necesites para que no los encuentres. Ya te pueden estar violando, rajándote la yugular y sacándote los intestinos para hacerse un collar que no habrá un madero en tres kilómetros a la redonda. Pero como todos los gilipollas tienen suerte, Las Ratas tuvieron su día de ídem encontrándose con dos motoristas que estaban patrullando en ese momento por el barrio. Porque vamos, tardaron en venir lo que yo tardé en cambiar la cerradura (que, repito, fue muy, muy poco tiempo). Afortunadamente para nosotras, no nos tocaron dos polis bordes sino dos chavales bastante amables que, tras exponerles la situación, pese a decirnos que no debíamos haber cambiado la cerradura (a lo que mi madre le dijo que si la hubiesen cambiado ellos, yo no podría entrar en mi propia casa y no podría echarles y, claro, el chaval no pudo decir nada), no les dieron la oportunidad a Las Ratas de salirse con la suya. Volvieron a bajar al portal para subir un par de minutos después acompañados por unas Ratas con las orejas gachas que venían a por las pocas cosas de valor que le quedaban a GayArdón en su habitación (su ordenador y su play) y quedando pacíficamente –qué remedio les quedaba- en volver al día siguiente para recoger la cama de Psicóloga y la ropa de GayArdón. Al día siguiente, a las once de la mañana, Psicóloga llamó a mi móvil. Pero servidora, una vez liberada de toda la tensión que había acumulado, estaba tan profundamente dormida que ni lo escuchó. Luego hubo que llamarles porque dieron las seis de la tarde sin que hicieran acto de aparición. Hacia las ocho y media llegaron con algunos amigos, sacaron las cosas que quedaban, Psicóloga ni se dignó a subir (¡pues menuda es ella!), GayArdón berréo y pataleó un poco más y a eso de las nueve y media pudimos cerrar la puerta definitivamente confiando en que Las Ratas desaparecían de mi vida en ese momento. Y yo respiré tranquila, aliviada, calmada y todos los adjetivos sinónimos que se os ocurran. -¿Y esto lo vas a contar en el blog?-me preguntó la madre que me parió. -Pues claro-fue mi obvia respuesta. -Entonces espero que me pintes al menos como Xena. Que no te pensabas tú que se iban a largar tan rápido, ¿eh?-me dijo abrazándome. Nota: Mañana las afotos del lugar del crimen. Que es para flipar con los colorines (de las paredes, se entiende). |
Jooooooooooooo! Tu madre ha mencionado a Xena...qué potito Ayss!!! O es uno de tus recursos literarios para que me guste aún más tu blog? ¬¬
PD: Y si alguien tiene que ser relatado como Xena...esa soy io!!!!!!!!! Te prometo que si algún día relato algo de algún presidiario que se mete en la cárcel para salvar a su hermano, te mentaré a ti :P