La relación que me une a mi gimnasio es ambivalente. Casi diría que de amor y odio. Me cuesta horrores acercarme a él. Todos los días entablo una batalla conmigo misma en la que la diablita de mi hombro izquierdo me pincha con el tridente tratando de convencerme de que gaste mi tiempo vespertino apalancada al ordenador o viendo series mientras que la angelita de mi hombro derecho me recuerda que pago la cuota todos los meses para algo y que ya no es sólo una cuestión monetaria sino de salud ya que, por activa y por pasiva, distintos especialistas me han aconsejado que vaya varias veces en semana. Esa es la fase odio. O más bien la fase "Ufff, qué coñazo, con lo a gusto que estoy en casa y lo cansada que vengo de currar".
Cuando por fin he logrado cambiarme de ropa y estoy ya embutida en mi chándal me siento más animada y sin pensarlo demasiado agarro la toalla, las llaves y la tarjeta de socia y me lanzo ligera escaleras abajo. Una vez he entrado en la sala de máquinas (o, bien pensado, en la sala de torturas voluntarias) ya veo las cosas de otro color. Cojo mi tabla y comienzo a ejecutar los ejercicios del día con precisión y esfuerzo. Y según avanzan los minutos y un cansancio relajado se va apoderando de mis músculos me voy encontrando mejor y me voy alegrando de haber ido. Esa es la fase de amor. La fase de "Venga, dame más, dame más, que yo puedo con todo". Y cuando salgo del gimnasio lo hago contenta y satisfecha, con las endorfinas liberadas y esa sensación placentera que proporciona el ejercicio recorriéndome por entero.
Hoy le comentaba a una amiga que desde que he vuelto a ser una asidua del gimnasio me he encontrado con que han metido a una monitora nueva. Esta única chica de la plantilla de entrenadores hizo que se me disparara mi, últimamente defectuoso, gaydar. Pero no sólo porque crea que entienda. Es que la primera vez que la vislumbré entre las máquinas casi me da un patatús porque guarda un asombroso parecido con una de las miembras del Comando de Bolleras Desalmadas (ese grupito de ex amigas que el tiempo me ha hecho relegar al olvido). Y para colmo se llama como una de ellas (casualmente como la ex novia de la chica a la que se parece). Tan grande es el parecido que en varias ocasiones he estado tentada de preguntarle si tiene una hermana. Si no lo hago es porque no quiero que, en caso de que tuviera algo que ver con mi ex amiga, la susodicha sepa algo de mí o que, siquiera, todavía me acuerdo de ella como para preguntarle a alguien si tiene relación con ella.
Dejando esta pequeña anécdota a un lado, me está sentando muy bien volver a hacer ejercicio. A ver si aguanto lo suficiente como para ponerme en forma de verdad de una vez por todas, que se me echan encima los treinta y para entonces tengo la sana intención de estar es-tu-pen-da.
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yo tengo montao el gym en casa, asi que me ahorro la pereza de desplazarme, y mi monitora, mi señora madre. mu graciosa ella, tirada en la cama o en el sofa mientras me dice, venga hija, un poco mas, venga anda, si no estas ni sudando, asi le clavo las miradas asesinas que dice ella