¿Qué sucede cuando una persona lleva desde el 27 de abril (y, apurando, casi desde semana santa) yéndose de fiesta cada dos o tres días, haciendo algunos viajecillos cortos y, en definitiva, no parando más que lo imprescindible para dormir cada día un puñado de horas que se pueden contar con los dedos de una mano?
Pues sucede lo inevitable. Ya el lunes, a consecuencia del movidito fin de semana, noté una molestia ya conocida en la garganta. No le hice caso y me volví a ir de juerga el lunes por la noche que había que aprovechar que al día siguiente era fiesta. Ayer noté cómo iba a más pero como mi rayada mental era considerable tampoco lo tuve en cuenta. Hoy...
Hoy ya me he levantado tocadita. Malestar físico no tenía pero no podía tragar nada. Así que en cuanto he llegado a la oficina he demostrado que aún me queda media neurona operativa y he llamado al médico (acto que únicamente llevo a cabo cuando es cuestión de vida o muerte) para pedir cita. Y menos mal, porque a las seis de la tarde, momento en que por fin he pasado a la consulta de mi querida doctora, ya tenía el cuadro completo de malestar general, dolor de cabeza y unas décimas de fiebre.
Si lo que vengo diciendo últimamente, que yo tenía que empezar a quedarme en casa como las abuelitas, que luego pasa lo que pasa y viene el tío Paco con las rebajas...
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si necesitas paracetamol, ya sabes q en mi casa tengo una járta...
mejórate mujer, kss