En las últimas semanas me ha dado por revisar todo lo que escribí durante la adolescencia. Novelas y relatos sobre todo (con los poemas no me he atrevido, sé que no podría leerlos sin sonrojarme). Tras las lecturas se me ha quedado un extraño sabor en la boca. Por un lado me jode comprobar que parece que escribía mejor con quince o dieciséis años que ahora con veintiocho cuando por fin he conseguido publicar libros y se me considera “oficialmente” escritora (y mira que odio que hagan esa distinción sobre mi persona como si esa faceta de mi vida fuera la única importante). Aunque sea lógico puesto que a esa edad me pasaba el día leyendo y escribiendo y, en consecuencia, tenía bastante soltura y un vocabulario más amplio de lo que se hubiera esperado a esa edad. Me jode. Porque se supone que eso me debería haber dado la experiencia suficiente para llegar a los veintiocho y no tener que cabrearme conmigo misma cada vez que abro el archivo de Word en el que intento, sin mucho resultado, escribir mi nueva novela. Y no me consuela pensar que ahora apenas tengo tiempo para leer, que tengo otras cosas en la cabeza o que en muchos momentos estoy demasiado cansada como para hacer nada que no sea desconectar mis neuronas. Me siento como si hubiera perdido la ilusión y la curiosidad que antaño motivaba todos mis actos y alimentaba mis sueños. Por otro lado verme retratada en esos escritos adolescentes me ha llevado a descubrir que, al fin y al cabo, no estaba tan equivocada como mi entorno se empeñaba en hacerme creer. Que siempre tuve las cosas muy claras (puede que incluso más que ahora) y que, pese a lo que dijeran o sigan diciendo, he luchado por alcanzar mis metas y tener la vida que quería. Porque a los quince, dieciséis años cuando me imaginaba llegando al borde de los treinta, lo hacía viéndome a mí misma viviendo sola en una casa llena de libros, música y películas, teniendo un perro (algo que nunca me permitieron) y un montón de buenos amigos y personas interesantes cerca de mí. El colofón de mi sueño lo ponía el hecho de que para entonces vería cómo mis libros se publicaban. Y eso es justo lo que he conseguido. Tengo la vida que siempre quise tener. Sin embargo no me he limitado a ver cumplirse mis sueños de brazos cruzados y quedarme quieta. Hace tiempo que me fijé nuevas metas porque la mayor quimera del ser humano es intentar estar siempre un poquito mejor de lo que se está. Y eso es justo lo que sigo intentando conseguir. Tener la vida que creo que me merezco. Al haber hurgado entre mis recuerdos me he puesto a rescatar aquellas cosas que me acompañaban durante mi adolescencia. Los libros que leía, la música que escuchaba, las películas y series que veía… Una de esas series (y es que a mí lo de las series me viene de lejos) que si bien no me marcaron sí que me hace ilusión recordar fue My so-called life (aquí mal traducida con un soso Es mi vida que le quita todo el carácter irónico al título). Una serie que dio a conocer a actores medianamente conocidos como Claire Danes, Jared Leto o Devon Gummersall (al que muchas recordareis como Lisa, el-hombre-que-se-siente-lesbiana de la primera temporada de The L Word) pero que tan sólo duró una temporada. Venía avalada por ser de los creadores de Treinta y tantos y Relativity. Mientras que estas dos últimas retrataban las vivencias, anhelos y problemas de treintañeros y veinteañeros respectivamente, My so-called life se centraba en la complicada época de la adolescencia. Pese a provenir del entertainment yanqui, tan dado a lo irreal y edulcorado, la serie aprobaba con nota a la hora de describir el malestar adolescente siguiendo a un pequeño grupo de quinceañeros disidentes de esa lista de normas no escritas que dicen cómo debe ser un adolescente (en este caso un adolescente yanqui, arquetipo vomitivo donde los haya). He comenzado a descargarla (junto con Relativity, que también vi por la misma época) y la verdad es que tengo ganas de volver a verla. Me trae buenos recuerdos (y, además, me hace comprobar, de nuevo, lo cíclico de las modas. Cuando vi por primera vez los vídeo-clips de Avril Lavigne me resultaron demasiado familiares y es que, no sé por qué, pero su estética y su música habrían encajado perfectamente en la serie. Sé que no es una buena asociación porque la Avril es una petarda fabricada por el sistema y lo otro es una serie votado con un nueve sobre diez en Imdb pero es la que hace mi cerebro, qué se la va a hacer). P.D.: Hace un par de días me enteré de que se había filtrado en la red The beat goes on, lo que será el primer single del nuevo disco de Madonna (que saldrá, si no recuerdo mal, en noviembre). Obvia decir que no he parado hasta descargármela. La canción es un medio tiempo cantando por una Madonna que potencia los matices nostálgicos de su escasa voz con toques a medio camino entre el hip hop más tranquilo y un raro r&b. No es tan pegadiza como Hung up o Sorry (o tantos otros temazos del Confessions...) pero me gusta. Desde que la escuché por primera vez a los seis años, la voz de Madonna siempre me ha hecho sentirme extrañamente segura. Y ver que han pasado más de veinte años y sigo pudiendo recurrir a ella para sentirme así, reconforta…
No sé cuánto estará el vídeo disponible, que ya me he encontrado con otros que Warner Music ha retirado...
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Es raro porque ayer estuve haciendo lo mismo, es decir, leyendo todos mis escritos de la adolescencia... mejor dicho, lo que ha ido quedando. Leí nueve años de mi vida en una tarde, quieta y sola hasta que me dió frio... Y coincido con vos, en que en cierto modo, y sobre todo teniendo en cuenta la edad, escribía mucho mejor que ahora, con más fluidez y mucha más pasión... y además tenía razón en todo ;-)
salu2