Ya hace dos semanas que Las Ratas se largaron y toca hacer un poco de balance. Sobre todo teniendo en cuenta que algunas lectoras consideran que su deber es erigirse en el papel de abogado del diablo. Estimada Carmen, está muy bien que no quieras formar parte del “seguidismo ciego” del que dices adolece la bollosfera (cosa que comparto a medias, aquí nadie obliga a estar de acuerdo con las autoras de ningún blog) pero opino que las lecciones morales sólo deben darlas quienes conocen a las personas y a sus circunstancias. En los ocho años y medio que llevo en ese piso han pasado más de veinticinco personas por él. Con muchos me he llevado bien, manteniendo el contacto incluso hoy en día. Con otras el trato fue el correcto y cuando decidieron marcharse no pasó absolutamente nada. Con otras, como ya he contado en otras ocasiones, la cosa acabó muy mal. Robos, intentos de agresión, denuncias e incluso juicios han sido las bonitas experiencias por las que he tenido que pasar. Han sido las más sonadas pero no han sido mayoría. Cuando Psicóloga y GayArdón se instalaron, como cada vez que se ha instalado alguien nuevo en mi casa, puse todos los medios posibles para que la cosa funcionase. Me considero una persona paciente y tolerante, me gusta hablar y no me cuesta compartir ni mi espacio ni otras cosas materiales. No soy de las que pone el grito en el cielo la primera vez que se encuentra la pila llena de platos. Ni exijo una limpieza extrema. Ni impongo normas militares en la convivencia. Aunque por mi carácter o mi forma de ser me gustaría que las cosas se hicieran de un modo determinado, siempre he considerado que cuando vives con otras personas (sobre todo cuando son personas a las que tienes que ir conociendo a medida que vives con ellas) hay que transigir en la misma medida en que los demás deberían transigir contigo. El problema viene cuando te encuentras con que dos personas (Psicóloga y GayArdón en este caso) no responden en absoluto. Dos personas que entran avasallando, haciendo de tu casa la suya sin contar contigo, ocupando tu espacio, obligándote durante mes y medio a vivir en un piso en obras (recordemos que la que se tendrá que gastar la pasta y la que tendrá que deslomarse para arreglar el desaguisado de las habitaciones voy a ser yo), faltándote el respeto continuamente con sus actos (me hubiera gustado ver su reacción si noche tras noche les hubiera despertado porque yo llegase de juerga armando jaleo), que obvian descaradamente que tú vives en el mismo piso que ellos, que te obligan a mantener a tu perro encerrado por miedo a que en cualquiera de sus despistes se dejen la puerta abierta y el animal (como animal que es) se vaya a explorar esos mundos de dios o dos personas cuyos amigos parecen tener más derecho que tú a ver una película en el salón y que si tú apareces te miran con cara de que sobras y que mejor será que te vayas por donde has venido. Todo eso va quemando la paciencia del más pintado. Desde el primer momento hablé con ellos, intenté dialogar, les recordé que yo también vivía aquí y el resultado fue, por parte de Psicóloga, dejar de hablarme porque se molestó y, por parte de GayArdón, hacer caso omiso porque “ooops, no me he dado cuenta” o “joder, yo no he sido”. Repito, tengo mucha paciencia pero también tengo un límite. Sobre todo cuando veo que por mucho que hable o diga las cosas me toman por el pito del sereno. Por otra parte, mi madre vino porque quiso, porque lleva años oyéndome contarle las barrabasadas que me ocurren en el piso y porque, pues mira, por circunstancias hacia más de un año que no nos veíamos y este momento era tan bueno como cualquier otro. Es más, era el momento más oportuno. Además, puesto que el comportamiento de estos dos elementos denota que se han quedado atascados en la adolescencia, la aparición de una figura “adulta y paterna” pone las cosas en su sitio (como se ha demostrado). Sé que resulta fácil juzgar en base a un relato que, por fuerza, es subjetivo puesto que lo cuenta una parte implicada. Sin embargo hay una cosa llamada empatía que suele ser muy útil en estos casos. Se trata de ponerse en la piel del otro. Y te aseguro que después de ocho años aguantando todo lo que yo he aguantado en el piso y después de haberte pasado los últimos meses sin poder dormir en condiciones porque las personas con las que convives no te respetan y les importa poco tu descanso yo me atrevería a decir que he reaccionado bastante bien. Cuando les dije que se fueran buscando otro piso (y ellos me dijeron que querían irse) no hubo forma humana de hablar porque, como ya conté, Psicóloga se puso a chillarme y a insultarme, se me encaró agresivamente y, pese a sus cuatro o cinco años de Psicología, demostró no tener ni una pizca de modales ni educación ni, mucho menos, capacidad de diálogo. No me justifico ni me escudo en mi estado de nervios (estado que no es sino la acumulación de mucho tiempo de aguantar este tipo de cosas). De hecho, al principio, estaba bastante agradecida de ver que estas dos personas pretendían quedarse una larga temporada en el piso porque eso me evitaría tener que estar buscando compañeros nuevos cada pocos meses. Y mi intención era que estuvieran el tiempo que quisieran para así yo poder ahorrar. Porque sí, cierto es que la idea de quedarme sola en el piso es algo que me viene rondando desde hace mucho. Soy de la opinión de que en la vida de toda persona llega un momento en que vivir sola se convierte en una necesidad. Incluso en aquellas que no han tenido problemas con sus compañeros así que tanto más en mi caso. Y, francamente, aunque ahora el alquiler se lleve más de la mitad de mi sueldo y mi vida social o mis caprichos personales se vayan a ver mermados, bien lo vale porque en tan sólo dos semanas he ganado una tranquilidad y una calma que hace mucho que no sentía. Cuando las cosas se ven desde fuera resulta muy fácil juzgar y decir que uno lo hubiera hecho de otro modo. Pero la vida y la experiencia me ha enseñado que cuando tú te ves en una situación que antaño pensaste que manejarías de otro modo, te encuentras con que en absoluto las cosas son como creías. Yo intenté que esto funcionara como en tantas otras ocasiones. Por eso aguanté tanto, por eso pasé por alto cosas, por eso traté de hablar. Pero fue imposible porque no me dieron opción y cada día que pasaba era una nueva afrenta y a mí esa actitud judeocristiana de poner la otra mejilla ya me suena a pitorreo. Sobre todo con personas que no pondrían su propia mejilla ni siquiera la primera vez. Psicóloga y GayArdón se han largado. Sé que ahora mismo me odian y para ellos soy la mala de la película. Sé que se dedicarán a hablar mal de mí con quien puedan (y recordemos que aparte de mi identidad bloguera tengo otra faceta relativamente pública gracias a mis novelas). Poco me importa. Lo único que les deseo es que llegue un día en que pasen por lo mismo que he pasado yo. A ver si son capaces de actuar mejor de lo que he hecho yo. Aunque, visto lo visto, me voy a permitir el dudarlo. |
Anda ya! Por qué te justificas tanto? Si tu lo tienes claro, pues ya está! Ya se han `pirao, pues oleee!