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Las edades del hombre (y de la mujer, claro)
martes, 24 de abril de 2007
No sé por qué hoy mis compañerillas andaban hablando de la edad. De que La Pija y yo ya nos estábamos acercando a ese fatídico momento en que año que cumples, año que acaba en “ta” (treinta, cuarenta, cincuenta y así hasta que se pare el tren) y que ya no somos tan jovencitas. Yo soy la segunda más joven de la oficina, sólo aventajada –y avejentada- por La Pija, que tiene uno menos que yo. Seguimos de cerca a Ricitos y Supermamá, que andan estrenando la treintena. Sólo Jefa y Amargada están instaladas en los cuarenta (y Jefa ya encaminándose al siguiente decenio con garbo y paso firme).

Cuando era adolescente creía firmemente que los años me darían todo aquello que me faltaba y que tanto me reprochaban los adultos colindantes a mí. Que eran los años los que me harían cambiar y me convertirían en una persona mejor. Que cuando la fecha de mi nacimiento quedase lo suficientemente lejana en el tiempo, el resto del mundo comenzaría a tomarme en serio y yo tendría la suficiente autoridad para emitir mi juicio sin que nadie me llamara cría o me restara importancia debido a mi (corta) edad.

Por el contrario, el paso de los años lo único que me ha traído ha sido perplejidad, impotencia y la certeza de que, en esencia, nada ha cambiado (y de que siguen sin tomarme en serio). Incluso a veces me da por pensar que tenía todo mucho más claro a los catorce que a esos veintiocho que abandero este año (y sólo este año, que conste). Y es que desde entonces he mantenido la firme convicción de que son las experiencias las que enseñan, las que te hacen madurar y las que te sueltan el sopapo cuando menos te lo esperas. No el tiempo ni los años. Una vida puede transcurrir por un sendero calmado, apático y vacío y llegar a su fin sin haber aprendido gran cosa de ella. Pero también un puñado de años puede estar tan trufado de vivencias, momentos duros y felices, hostias y caricias, tan llenos de vida y, en definitiva, experiencias de todo tipo que nos enseñan tanto que si comparamos los dos ejemplos, el primero estaría en franca desventaja.


Y esto me lleva al jocoso pensamiento que se me ha venido a la cabeza mientras facturaba mecánicamente cual empleada ejemplar. Un jocoso pensamiento que me ha venido al recordar un comentario que dejé a Paper en su blog hace ya tiempo y que venía a decir algo así: Es un hecho empíricamente demostrado que el 90% de la población comprendida entre los 25 y los 40 años tiene una edad mental que no supera los 15... Es debido a esto que el 10% restante cuya edad mental coincide, más o menos, con la fisiológica vivan experiencias surrealistas cuando tratan que sujetos del primer grupo estén a la altura de las circunstancias. Pero estos, como adolescentes inseguros que son, se sienten atemorizados por los más nimios detalles. Nada, habrá que ir con una camiseta que diga "No te voy a pedir matrimonio formal, sólo quiero saber tu edad mental”.

Como he dicho antes, es la experiencia y no la edad la que dicta la madurez de una persona. Y se me ha ocurrido que alguna de esas empresas de videojuego ya podrían sacarse uno de la manga que, en vez de calcular la edad cerebral como hace el dichoso Brain Training, midieran la edad mental. Anda que no molaría plantarles la consolita delante a la peña que vamos conociendo para que hicieran la prueba. Por supuesto, a ellos en pantalla les saldría un resultado parecido al del juego original: Tu edad cerebral es de 49 años. Tienes un poco de fatiga pero si practicas todos los días rejuvenecerás tu cerebro en un pis pas (juro que el muñecote del japonés ese dice este tipo de paridas). Pero en cambio habría una opción oculta que, lejos de la vista del objeto de estudio, nos permitiera conocer el resultado real: Su edad mental se quedó anclada en el parvulario y no ha evolucionado mucho desde entonces. A veces podrá acercarse a la adolescencia pero ya sabes lo dura que es esa época y la incertidumbre y obstinación que la dominan. Avisad@ quedas. Yo de ti no me dejaría engañar por esa apariencia de sensatez y saldría corriendo a la voz de ya. Pero si te gustan las emociones fuertes, ya sabes, adelante y que la fuerza te acompañe.

Ese sí que sería un juego útil e interesante y no hacer sumas y restas de 2º de E.G.B. en una pantalla táctil. Yo desde luego lo compraría (¡qué coño! Yo me lo bajaría con el eMule, como hago con todos) y tardaría poco en descubrir que la mayoría no íbamos a pasar de tener una edad mental de estudiante de 3º de la E.S.O., seguro…

Se le pasó por la cabeza a Arrierita a las 20:33:00  
5 Berrido(s):
  • El 24 abril, 2007 22:15, Blogger bea berreó…

    creo que desde que cumplí los...veintiseis en lugar de cumplir descumplo...el viernes descumplo veintiuno...

     
  • El 24 abril, 2007 23:24, Anonymous Anónimo berreó…

    Uno con la edad, se libra del deseo de hacer las cosas como los demás y hace tranquilamente y sin miedo lo que le parece a él.

    La gente joven está convencida de poseer la verdad. Desgraciadamente, cuando logran imponerla ya ni son jóvenes ni es verdad.

    K.

     
  • El 24 abril, 2007 23:54, Blogger Rita The Singer berreó…

    Pero tú no tenías 35? No me salen las cuentas....

     
  • El 25 abril, 2007 10:04, Anonymous Anónimo berreó…

    No sé, Arrierita, a mi los años me han traído un poco (poco) de sabiduría, un bastante de tranquilidad y mucha, muchísima indifirencia ante el qué dirán. Creo que los treinta son un buenísimo momento

     
  • El 25 abril, 2007 16:06, Blogger Eva Luna berreó…

    Lo peor es no es ser alguien de 20 con mentalidad de 30, es dar con uno o una de mentalidad 14 degenerativa, vamos, que encima de escaso, va pa tras como los cangrejos... una pena, hija, una pena!!

     
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Me llaman:Arrierita
Vivo en: Madrid, Spain
Y digo yo...: Acercándome peligrosamente a los treinta he desistido de encontrar a alguien en sus cabales. Me aburre que me digan lo maja que soy y lo mucho que merezco la pena personas que después salen corriendo como si se hubieran dejado la comida en el fuego. Me aburre la gente que va de legal por la vida pero nunca es consecuente con sus actos. Me aburre salir a la calle y cruzarme con tanta gente a la que no quiero saludar. De lo que no me aburro nunca es de tener a mi lado a tantas personas que me hacen sonreír cada día. A todos los demás... ¡Arrieritos somos... y en el camino nos encontraremos!
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