Hoy al salir de la oficina he quedado a comer con mi madre postiza. Mientras comíamos hablábamos de las relaciones. Yo le decía que esperaba que no tuviera que verme tras una ruptura porque mi dramaqueenismo suele alcanzar cotas aún no conocidas por la paciencia humana. Ella se ha reído y me ha dicho que lo que ella esperaba era que si tenía que pasar por una ruptura ya hubiese dejado de escribir en el blog. Ha dicho: Es que te imagino tuneándolo y poniéndole pinchos y alambre de espino y luego soltando toda la mierda de golpe... Y yo he pensado que quizá tenga razón. Que ante una ruptura soy de las que tiende a sacar fuera todo lo que se me pueda enquistar. Y no me callo. Y lo suelto todo. Y me quedo tan ancha.
Desde que empecé a conocer blogueras he mantenido férreamente una única máxima: Jamás me liaré con otra bloguera. Hasta ahora lo he conseguido, para sorpresa de muchas. Me parece muy bien que otras lo hagan. Yo no podría justamente por la misma causa que ha mencionado mi querida madre postiza. Acabaría contándolo todo, lo bueno y lo malo. Y ahora, en frío, sé que es algo que no me gustaría llegar a hacer.
Soy consciente de que algún día dejaré de escribir en el blog. No podría decir si será dentro de un mes de seis o de dos años. Pero sé que es algo que no se mantendrá eternamente. Y, como ya dije en el primer post de la etapa blogspot, lo dejaré poco a poco, cuando las actualizaciones se vayan espaciando en el tiempo, cuando no tenga nada que decir. No quisiera que hubiera un último post premeditado diciendo adiós. No quiero una Crónica de una muerte blogueril anunciada. Quiero que este blog muera en silencio, sin grandes aspavientos ni lamentos. Cuando llegue el momento. Que aún no ha llegado, ¿eh? (pues anda que no os queda por aguantar... ¡je!)
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Esperemos que ese momento tarde en llegar...