Anoche salí un ratito muy corto. Lo justo para tomarme un par de cañas y una copa. Me fui de casa a las diez menos veinte y a la una y diez ya estaba de vuelta. Como era lógico, después de haber dormido quince horas la noche anterior, no tenía ni pizca de sueño así que decidí ejercer mi papel de Bridget Jones en versión bollo agarrando una tarrina de Häagen-Dazs de medio litro y ponerme a ver una de esas pelis de relaciones sentimentales entre grupos de amigos que tanto coraje me dan para así deprimirme a gusto y dar rienda suelta a mi lado más cínico comentando en voz alta con Chuchín lo irreal que me parecía todo por mucho que viera reflejadas en la pantalla situaciones que no me son para nada ajenas. El pobre animal levantaba la cabeza cada vez que abría la boca y me miraba como implorándome que le dejara dormir tranquilo, que a él esas cosas ni le iban ni le venían.
Por si no había tenido poco con la sesión de flagelamiento cinematográfico nocturno, hoy me he pasado el día tirada leyendo una novela que trata sobre el mismo tema con lo cual el sentimiento de frustración y ansiedad ha crecido un dosciento por cien...
Tengo veintitrés años. De crios veintitrés años parecía una barbaridad. Yo creía que la gente viajaría en cápsulas espaciales y me veía con cinco hijos. Pues aquí estoy. Con veintitrés años y todo sigue prácticamente igual... Creo que ha llegado el momento de hacer alguna excentricidad. Porque a los veinticinco lo excéntrico se convierte en... inmaduro.
Bridget Fonda en Singles (1992)
Han pasado quince años desde esa película que supuestamente retrataba la Generación X. Esa generación de la que decían que vivía en la incógnita, que no sabían que querían ni a dónde iban. Para mí, la última generación de jóvenes. Porque la juventud, como grupo de edad, es algo que está desapareciendo. La juventud, ese rango de edad comprendido entre los 18 y 35 años, ha dejado de existir. Ahora la adolescencia se dilata hasta bien entrada la treintena para aterrizar forzosamente en una supuesta madurez impuesta por las circunstancias.
Tengo veintiocho años. De críos veintiocho años parecía una barbaridad. Yo creía que la gente se comportaría como lo que son, jóvenes, en lugar de ser una panda de niñatos inmaduros que aún no han salido del patio del colegio. Pero aquí estoy. Con veintiocho años, rozando ya la treintena, y enfrentándome todos los días a la inmadurez general que me rodea... Creo que ha llegado el momento de hacer alguna excentricidad. Porque a partir de los treinta las excentricidades seguirán sin considerarse rasgos de inmadurez.
Arrierita en ¿Qué coño he hecho yo para dar siempre con lo peor de cada casa? (2007)
Editado para: El Messenger es realmente nocivo para la salud mental. Tras una sesión particularmente intensa (por el tema del que hablaba no por la persona con la que lo hacía) estaba tan encabronada y me hervía tanto la sangre que me he puesto a fregar los platos de la cena y he acabado limpiando toda la cocina... Dos o tres conversaciones más como esa y voy a dejar la casa como una patena (que buena falta le hace por otra parte).
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Amen
(un achuchon arriera querida)