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Intrusismo y capacidades reales
martes, 11 de diciembre de 2007
---¡AVISO! ¡POST HIPEREXTRALARGO! (Que ya hacía mucho... Jijiji...)---
Hago una pausa en la temática que últimamente ocupa mi blog. Y lo hago para hablar de algo un poco más serio que las series. Un tema ambiguo, polémico, relativo y que suele provocar muchos enfrentamientos (ya sabéis que me encanta meterme en camisas de once varas).

El otro día, hablando por Messenger (programa que cada día odio más por la cantidad de malentendidos que provoca) tuve una conversación que finalmente zanjé porque mi estado de salud, agravado por la gripe, la contractura en las cervicales y mi puntual regla, me impedía tener el ánimo para iniciar una discusión que, como la gran mayoría, no me llevaría a ninguna parte.

Para entrar en materia y resumir brevemente os diré que el tema, a grandes rasgos, era el intrusismo laboral. Aparte de por los motivos físicos ya explicados, la razón de que cortase rápidamente el diálogo messengeril fue que es un tema que me enciende demasiado (y bastante cabreo e indignación tengo con la amiga de la persona con la que hablaba como para también mosquearme con ella).

Como en todo, ante esto, hay dos posturas enfrentadas. Lo malo es que las dos llevan su parte de razón. Por un lado tenemos la de las personas con diplomaturas, licenciaturas, másters y/o doctorados que no consiguen encontrar un trabajo a la altura de su formación y acaban por aceptar empleos por debajo de sus capacidades. Por otro nos encontramos a personas que sin estudios o sin haber acabado los mismos tienen tantas o más dificultades para conseguir un puesto digno. Y digo desde ya que no voy a hacer apología de la ignorancia y la incultura pero sí que quiero señalar que hay muchos matices que a menudo no se tienen en cuenta y son de suma importancia.

Comenzaré ilustrando la situación con mi propia experiencia. Yo he sido (y sigo siendo) una buena estudiante. No sólo porque mis notas fueran buenas (que lo eran aunque no siempre y no en todas las materias) sino porque disfrutaba aprendiendo. Mi abuela a menudo cuenta que cuando era pequeña y me portaba mal me amenazaban con un castigo muy particular: no ir al colegio. Evidentemente, nunca lo cumplían pero la sola posibilidad de que pudieran hacerlo me transformaba en una niña dócil y obediente. Había aprendido a leer a los tres años y nunca nadie (ni profesores ni familiares) tuvo que obligarme a leer un libro. De hecho, ése era el regalo que más entusiasmo podía provocar por mi parte y, a día de hoy, los libros que he leído se cuentan por miles, de todos los géneros y épocas. Eso por no hablar de la treintena de novelas que he escrito y los centenares de relatos cortos (lo cual no quiere decir que sean buenos, simplemente indico que los he escrito, que no es poco).

No obstante, mi paso por la EGB, la ESO y, más tarde, el Bachillerato no fue precisamente brillante sino que se alternaron las épocas en las que coleccionaba sobresalientes con otras en las que eran los suspensos lo que más abundaban en mi boletín de notas. La explicación a esos altibajos sería mucho más compleja y larga de contar así que lo resumiré en que, a menudo, mis problemas personales y familiares interferían directamente en mi rendimiento académico. Esos mismos problemas fueron los que me hicieron abandonar los estudios a los dieciocho años sin haber acabado el Bachillerato (para los más veteranos, el equivalente a COU) para comenzar a trabajar e independizarme.

Es posible que en aquel momento no fuera del todo consciente de lo que ese hecho me suponía pero las circunstancias me abocaron a ello. En realidad mis planes siempre habían sido justamente los contrarios: acabaría el instituto y cursaría una licenciatura. Primero, porque me gustaba estudiar. Segundo, porque se suponía que ello me facilitaría mi entrada en el mercado laboral. Y tercero —y quizá la razón más vanidosa—, porque así me convertiría en la primera persona de mi familia en acceder a una carrera universitaria y, presumiblemente, a finalizarla.

No fue así. Abandoné los estudios, el hogar familiar y comencé mi vida en solitario. Al iniciar la veintena traté de retomar el Bachillerato. Llegué incluso a aprobar algunas asignaturas y, año tras año, volvía a matricularme para intentarlo. Hasta que cumplí los veinticinco y pensé que me salía más a cuenta hacer el examen de acceso a la universidad. Sin embargo, por unas cosas u otras, nunca he acabado de decidirme.

Llegados a este punto algunos me dirán que hay mucha gente que trabaja y estudia y puede con todo. Me parece bien. Incluso lógico y justo para con esas personas. Pero yo, tras intentarlo una y otra vez, llegué a la conclusión de que no era capaz. Cada uno debe ser consciente de cuáles son sus propias limitaciones y yo, con trabajos inestables, pluriempleada en ocasiones y, además, viviendo sola no tenía fuerzas. Admiro profundamente a algunas personas de mi entorno que lo han hecho, que han demostrado una disciplina y una fuerza de voluntad que yo ni poseo ni creo que llegue a poseer algún día. Pero también es cierto que la inmensa mayoría de diplomados y licenciados que conozco han cursado sus estudios cómodamente, sin más ocupación ni preocupación que su trayectoria académica puesto que el resto de aspectos de su vida —comida, dinero, techo, cama— estaban cubiertos por sus papis (y, de hecho, cuando acceden al mercado laboral, siguen en esa misma tónica, que está muy bien eso de “centrarse en su carrera profesional” y así dilatar lo máximo posible la entrada en la vida adulta con las responsabilidades y consecuencias que ello conlleva). Como mucho, algunos estudiantes aceptan trabajos eventuales para sufragarse determinados gastos pero quedarse sin esos empleos temporales no les supone la catástrofe que me puede suponer a mí si el día 1 no tengo dinero en mi cuenta corriente para pagar alquiler y facturas (y comer a diario, que es una de esas malas costumbres que no consigo quitarme). Y aquí también podría incluir un caso todavía más extremo: el de las universidades privadas en las que el número de aprobados es directamente proporcional al dinero que papá ha pagado por la matrícula, lo que hace que cada año salgan hordas de “licenciados” que ya no es que tengan un nivel cultural pésimo sino que no están en absoluto preparados en la materia que se supone han estudiado.

Cuando me paro a pensar en esa situaciones tan comunes siempre me pregunto hasta qué punto el conseguir acabar una carrera universitaria depende tanto de la voluntad del estudiante como de una suerte de lotería genética. Es decir, probablemente si mis circunstancias hubieran sido más acomodadas (como las de muchas de estas personas en las que pienso para ilustrar el párrafo anterior) ahora iría por mi tercera carrera o estaría preparando un doctorado. Pero mi lotería genética (esto es, nacer en una familia de recursos limitados y no ser capaz de compaginar trabajo y estudios) hizo que esa trayectoria que yo creía marcada desde hacía mucho, se desviara de su curso. ¡Cuidado! No me estoy justificando. Tan sólo expongo los hechos. Así sucedió y no puedo volver atrás en el tiempo para cambiarlo. La única forma de enmendarlo ha sido, en los años siguientes, tratar de retomar esos estudios del mejor modo posible o, en cambio, realizar cursos de cariz más práctico con el que suplir mis carencias.

De este modo llegamos al momento actual. Un momento en que, cual conjunción planetaria favorable, ha confluido el cese laboral en mi empresa con la posibilidad de cobrar el paro y el inicio de un curso académico. Y a sus veintiocho añitos Arrierita se ha vuelto a colgar la mochila al hombro para realizar un montón de cursos con los que mejorar su currículum, reorientar su carrera laboral y conseguir trabajar en algo que, al menos, no le desagrade del todo. Maquetación, corrección ortotipográfica y de estilo, redacción y el supercurso de edición profesional. Campos que conozco de antemano, bien por mi habilidad con la informática, bien por mi interés y gusto por la lectura y la escritura o bien por mi discreta vinculación al mundo editorial gracias a la publicación de mis novelas.

Pero aquí me vuelvo a encontrar con un problema que se planta frente a mí como un muro de hormigón armado: no tengo una licenciatura. Y es que parece que poseer ese título te legitima como alguien capacitado para tratar con el lenguaje (aunque hayas estudiado Ciencias Exactas). Sé que muchos filólogos, ante mi intención de forjarme una carrera profesional en este campo, pueden llegar a acusarme de intrusismo, de quitarles un trabajo que, supuestamente, les pertenece por derecho. Bien, lógico es que alguien que se ha pasado cuatro, cinco o seis años sacándose su carrera quiera ver recompensado su esfuerzo de algún modo y que no venga cualquier niñata a la que le gusta escribir a quitarle el pan de la boca. Sin embargo considero que yo también tengo derecho a intentar trabajar en un campo que me interesa, me gusta y que, además, trato de conocer. Porque mi formación no ha sido a través de la enseñanza reglada sino autodidacta. Cierto es que ser autodidacta provoca lagunas en los conocimientos al no haber sido estructurados pero todo es solucionable y por eso estoy haciendo estos cursos. Mi cabreo viene cuando veo que una diplomada en vías de opositar que, de cada tres palabras que escribe, en dos le pega una paliza al diccionario, se queja del “intrusionismo ése o cómo se diga”. Mi cabreo aumenta cuando veo que un señor licenciado, que acaba de hacer el prestigiosísimo máster de edición de Santillana, que trabaja como corrector en una editorial (pese a lo cual está haciendo un curso de corrección profesional) pregunta candorosamente qué es una aposición dentro de un texto o qué significa el ‘metalenguaje’. Y la sangre me hierve directamente cuando veo la ignorancia, la incultura, la superficialidad y la frivolidad de la inmensa mayoría de aquellos que esgrimen su colección de títulos para justificar su ventaja sobre mí a la hora de optar a un mismo puesto.

Cuando le dieron el novel a Doris Lessing leí en alguna parte que hablaba del hombre contemporáneo como alguien que salía de la facultad conociendo en profundidad una determinada disciplina pero que era un analfabeto funcional que desconocía cuándo sucedió la Revolución Francesa, incapaz de situar el Renacimiento en un período concreto y que apenas sí había leído unas docenas de libros en su vida (y la mayoría relacionados con la materia estudiada). Y yo, no por tirarme flores pero sí porque siempre trato de ser objetiva y realista con mi persona, puedo no tener una carrera universitaria y puedo haber dejado los estudios colgados pero jamás he dejado de aprender. He leído, he viajado, he vivido, he tenido múltiples experiencias personales y laborales, he trabajado en empresas de índole muy distinta y nunca he perdido la curiosidad por conocer los entresijos de lo que me rodea o me puede ser útil en un futuro. Nadie me enseñó a manejar un ordenador (ni a montarlo y desmontarlo ni, mucho menos, a arreglarlo), nadie me enseñó a manejar determinados programas informáticos y, aún así, en la mayoría de oficinas en las que he estado, he acabado por convertirme en la “informática suplente” que arregla desaguisados cuando el oficial no está. Mi entorno se compone en su mayoría de personas con estudios superiores y jamás me he sentido en desventaja ni me he perdido en una conversación por no entender de lo que se estaba hablando (y cuando no lo entendía, en lugar de cambiar de tema, preguntaba para saber qué se decía).

El intrusismo es muy relativo. A mí nunca se me ocurriría plantarme en un hospital y solicitar un puesto de neurocirujana argumentando que he visto tantas series de médicos que me siento capaz de trepanar un cráneo para extirpar un tumor. Ni me iría a un estudio de arquitectura porque de pequeña me gustase dibujar plantas de edificios imaginarios. Ni a una empresa de software porque creo que tengo un “nivel de usuario avanzado” suficiente para ponerme a desarrollar nuevos programas (aunque esto último siempre es discutible ya que es sabido por todos que los mejores informáticos suelen ser los que han aprendido por su cuenta). Ni siquiera me plantaría en un periódico o cadena de televisión porque hay cuestiones técnicas que no domino por mucho que el medio me guste. El intrusismo tiene que ver más con un déficit en las capacidades y habilidades que con la carencia de títulos que las legitimen. Un filólogo puede conocer todas las reglas ortográficas y gramaticales pero luego ser incapaz de redactar un texto mínimamente legible mientras que una persona que no ha estudiado una filología (o que ha cursado una carrera que nada tenga que ver con las letras) puede tener una corrección lingüística y un desarrollado sentido estético que le permita intervenir en un texto hasta dejarlo impecable.

El problema del intrusismo comienza cuando se coloca a personas para desarrollar un trabajo para el que no están capacitados (por muchos estudios que tengan) y le arrebatan ese mismo puesto de trabajo a alguien que lo podría realizar mucho mejor. Es triste que una persona que se ha esforzado estudiando no logre encontrar un trabajo a la medida de sus aptitudes pero igualmente triste es que esa titulitis sea el único rasero con el que se miden los conocimientos de una persona. Pero lo que me parece más triste de todo es que se están creando generaciones de “especialistas” en campos muy específicos que carecen de una mínima cultura general. Es muy triste que sólo se estudie con el único objetivo de tener una salida laboral provechosa y se haya olvidado el concepto primigenio de “universidad”: el conocimiento global, el crecer como individuos pensantes que cuestionan lo que sucede a su alrededor y opinan sobre ello. Es desolador que el ser humano haya dejado de evolucionar para solamente involucionar en pos de objetivos materiales tan vacuos como fugaces.

Se le pasó por la cabeza a Arrierita a las 21:59:00  
12 Berrido(s):
  • El 11 diciembre, 2007 23:52, Blogger K. berreó…

    Arrierita...

    Después de haberme leído atentamente tooodo el post he entendido perfectamente tu cabreo. Que no, que es coña... no lo entiendo. Que no, que es coña... no lo he leído. Vale confieso entre sms y sms (y han sido muchos) he leído todo el post y ahora es en serio:

    Estoy de acuerdo contigo y...

    ¡¡viva el "intrusionismo" o como se llame!!

    p.d.: esta noche alguien me ha dicho que soy una "kbzona" y creo que tú también lo eres

     
  • El 12 diciembre, 2007 00:23, Blogger Pinda berreó…

    Hola. He estudiado filología, y cierto q en nuestro campo abunda el intrusismo, pero digamos que hay intrusismos e intrusismos. Y los patanes de los que hablas, es cierto, por mucho titulo q tengan, patanes e intrusistas son... Creo que el problema está en que a veces a la gente se le olvida que la formación se puede recibir de diversas maneras, y por lo que cuentas, tú te la has organizado, por circunstancias, de otra manera...
    En fin, que a la mierda con esos plastas y que tengas suerte en encontrar tu huequecillo :)
    saludos.

     
  • El 12 diciembre, 2007 11:04, Anonymous Anónimo berreó…

    Creo que lo has explicado a la perfección, tras lo cual paso a explicar mi postura ante este tema. Soy una de esas personas que tiene chorrocientos títulos universitarios, a cada cual más prestigioso. Sin embargo, durante cinco años me gané la vida como ayudante de biblioteca: un día llegué a una biblioteca, pedí trabajo (el único requisito imprescindible era saber un idioma raro, y yo sabía dos) y me contrataron. Lo hice tan bien que de mi primer puesto en el departamento de compras me fueron trasladando al más difícil, que era el de catalogación. Todo lo que sé lo aprendí en mi puesto de trabajo, por el que cobraba un sueldo decente como ayudante. En mi caso, no le "quitaba" el trabajo a nadie ya que para ocupar esa posición había que ser estudiante en la misma universidad en la que trabajaba. Bien.

    Años después, y después de una vida académica completita, he tenido la suerte de poder dedicarme a mi campo de trabajo preferido. Digamos que académicamente mi titulación universitaria está solamente "medio" relacionada con mi trabajo (me licencié en filología y trabajo como traductora, que evidentemente son campos muy relacionados). Sin tener una titulación específica en traducción (es decir, no he tenido nunca ni tiempo ni dinero para realizar uno de esos carísimos másters que en general no sirven para nada. A mí, es cierto, me ha servido mi entrenamiento como filóloga, pero a la hora de la verdad únicamente me ha servido trabajar muy, muy duro y dar a mis clientes lo que estos me piden, entregando un trabajo de calidad extraordinaria que, me juego el cuello, está muy por encima en términos de calidad que el de muchos titulados en traducción o en filología inglesa. Han sido mis experiencias personales, mi esfuerzo y mi dedicación, no mis títulos académicos, los que me han permitido hacer este trabajo con la calidad requerida.

    ¿Cuál es el problema? Pues que vivimos en España, donde sufrimos la gravísima enfermedad de la "titulitis", donde tener un título universitario parece querer significar algo cuando en realidad en la inmensa mayoría de los casos un título universitario esconde a personas que o no han leído un libro en su vida, o parecen no haberlo hecho. Por otro lado, el tema de la capacitación de adultos sigue siendo la gran tarea pendiente del sistema español. ¿A cuénto de qué una persona de tus años (no los diré, tranqui) ve cerradas todas las puertas por no tener un título de algo? ¿Qué pasa, que tener un título universitario es equivalente de saber realizar mejor un trabajo determinado?

    Esto lo dice una persona (y lo sabes) que tiene títulos para empapelar una habitación entera, y que nunca se quejará de eso que llaman "intrusismo" porque ¿sabes qué? Mientras estés dada de alta en Hacienda en el IAE correspondiente y no me quites trabajo cobrando en negro, lo único que debe preocuaparme como profesional es que mi trabajo sea mejor que el tuyo. Punto.

     
  • El 12 diciembre, 2007 11:08, Anonymous Anónimo berreó…

    Insisto en lo de estar dado de alta y pagar impuestos porque eso sí es intrusismo: el único intrusismo que yo concibo es este, es decir, que una persona ejerza una actividad económica determinada sin cobrar ni pasar por caja es intrusismo, porque mientras yo estoy aquí pagando mi cuota de autónomos, mi IRPF y toda la pesca, hay gente que está trabajando con todo su morro en negro, y eso sí que es ilegal y está mal. pero a mí me da exactamente igual que tenga títulos que no los tenga.

     
  • El 12 diciembre, 2007 11:18, Anonymous Anónimo berreó…

    De todos modos, no todo el mundo ha tenido apoyo de los padres para acabar unos estudios, eso está claro. Pero normalmente estos son los que menos se quejan, porque son los que han tenido que currárselo todo desde abajo...

     
  • El 12 diciembre, 2007 18:38, Anonymous Anónimo berreó…

    te leo desde siempre, arrierita (y de hecho te admiro mucho)

    No pensaba que alguien tan inteligente como tu, no tuviese por lo menos 200 títulos universitarios (y sin exagerar, jeje).

    Te cuento mi caso. A mi me quedan 4 asignaturas aun para acabar la (puta) carrera, pero ya estoy currando en un puesto que normalmente sólo le dan a los licenciados (lo mio es diplomatura), con master, etc... que pasa? que mientras mis colegas estaban pedo, yo me iba a aprender idiomas (pedo tambien, pero iba) y que mientras mis colegas estaban fumaos, yo estaba haciendo cutre-becas por 150 euros (de empalmada, pero iba)

    Que ha pasado? que ahora todos me "recriminan" que ellos han acabado la carrera y que su curro es peor que el mio. Y yo les digo lo mismo, que si se hubiesen esforzado y hubiesen sido más espabilados no estarían con 25 años de becarios o cobrando una basura (no cobro como Onassis, ojala)

    Yo siempre he valorado más el esfuerzo personal, el trabajo de las personas que el hecho de tener una formación. Porque hay gente sin formación que son unos garrulos y gente con formación (y con mucha formación) que son más garrulos aun.

    En fin, que ojala tengas suerte, te salga un curro decente y a los que te acusan de "Hintrusionismo" (toma!!) que les den por cu...

    Conozco infinidad de gente que ha acabado la carrera y no sabe hacer la o con un canuto, y eso si que es penoso.

    Animo

    Nuria (alias Soyasín)

     
  • El 12 diciembre, 2007 21:38, Anonymous Anónimo berreó…

    Ya sabes lo que opino respecto al tema. La titulitis, como la llamas, es uno de los grandes males de nuestros tiempos. Porque sí, porque el hecho de que cuentes con doce másters y cuatro carreras universitarias no indica necesariamente que seas una persona eficiente y capaz para desempeñar un determinado puesto de trabajo y sus funciones.

    Primero porque lo que prima en un puesto de trabajo son aptitudes que no tienen nada que ver con los conocimientos técnicos que se tengan sobre una materia. Normalmente, no se valora tanto el conocimiento como la mezcla que se produce entre ese conocimiento y las aptitudes de la persona, las que ha desarrollado a lo largo de su vida independientemente de su rendimiento académico: trabajo en equipo, gestión de conflictos, toma de decisiones adecuadas y un largo etcétera. Por poner un ejemplo, yo puedo haber obtenido un 10 en todas las asignaturas de la carrera de cirugía, pero si a la hora de decidir si debo operar a un paciente urgentemente o no me paso cuatro días pensándomelo... ¿de qué me valen las notas?

    Por supuesto, aparte de lo que ya he mencionado, el sistema educativo tiene mucho que ver. Y no lo digo en plan político para criticar el plan de estudios, sino porque los mismos profesores que están impartiendo conocimientos son unos incultos en toda regla que no saben hacer la O con un canuto y a los que se les pasó la mano en el colegio, el instituto y la universidad porque sí. No digo que sean todos (menos mal que no), pero sí es verdad que los hay a patadas y estos señores, que no piensan en la responsabilidad que se cierne sobre ellos, se lo pasan pipa con sus sueldos y vacaciones sin pensar en qué las personitas que tienen delante son las que moverán la sociedad en el futuro. Se nota mucho cuando un profesor hace bien su trabajo, que no sólo consiste en soltar una parrafada, sino en motivar y hacerles comprender a sus alumnos la importancia de lo que están enseñando (nuevamente, valores desligados de la formación académica).

    Por otro lado, la gente, en general, adolece de una desidia enorme a la hora de leer y aprender. Y esto se traduce en que no existe un interés verdadero en las materias que se estudian, sino un mero aprendizaje de memoria que se olvida y no sirve, porque no se interioriza ni se asimila.

    Estoy de acuerdo contigo: las carreras universitarias no son indicativas de la cultura de la persona. A veces, ni siquiera son indicativas de los conocimientos de esa persona sobre el campo en el que, supuestamente, se ha especializado...

    No te desanimes y demuestra lo que vales y que no necesitas un título universitario para hacer un buen trabajo y que se te tenga en cuenta.

    Besos.

     
  • El 12 diciembre, 2007 21:39, Anonymous Anónimo berreó…

    Sin olvidarnos esas notas de corte que pueden terminar siendo castrantes en la eleccion de ese titulito,que para el caso sera mas teorico que practico...hipotecando tu vida 5 años sin verle la utilidad o salida laboral al asunto...Pero estoy con todo lo dicho si uno se prepara o esta mejor cualificado que otro con titulo (ya sea en universidad publica o super-privida) por qué no tener una posibilidad?...la vida no es justa sin duda...y nos lo demuestra continuamente....suscribo el post...el intrusismo es muy relativo pues a veces no queda otra

    blodis!!

     
  • El 13 diciembre, 2007 16:15, Blogger formentera6 berreó…

    En primer lugar, creo que hay algunos puestos en los que es evidente y lógico que se demande un título (ya sea universitario o de otra índole) ya sea un médico, un arquitecto o un chofer de autobús.

    En cambio, en otros ámbitos es muchísimo más importante la experiencia, la voluntad, la capacidad de adaptación u otras muchas capacidades que se vinculen directamente al puesto (tener don de gentes para ser relaciones públicas, etc.).

    Por otro lado, recalco el punto que destaca Ave. El que no paga impuestos SI es un intruso, porque juega con otras reglas y así no se puede competir.

     
  • El 13 diciembre, 2007 16:16, Blogger formentera6 berreó…

    Además, y este es otro punto peliagudo, creo que hay títulos y títulos. No tienen el mismo valor unas titulaciones u otras, no es lo mismo una universidad que otra (ya sea pública o privada). Es verdad que el que se obtenga uno u otro tiene un componente de tener “suerte” de pertenecer a una familia u otra, pero hay que reconocer que también tiene un componente de esfuerzo personal.

    Es decir, creo que hay un exceso de “titulitis”. Pero también creo que en los procesos de selección cada vez se miran más otras cosas, no basta con un CV lleno de másters.

     
  • El 15 diciembre, 2007 14:23, Anonymous Anónimo berreó…

    Me ha entrado el agobio y la inseguridad al leer tu post, jejeje. ¡Qué complicado es todo!

     
  • El 28 diciembre, 2007 00:01, Blogger Inés berreó…

    Creo que es la primera vez que te comento….

    Lo primero, felicidades por el post. Me gustaría añadir algunas cosas (ejemplo personal más que nada).

    En mi caso soy la persona más “titulada” de mi entorno “x” (personas con perfil de preparación y edad similar), dos carreras, idiomas, he vivido fuera, leo (entorno “x” no lee nada, literalmente) bastante….. .

    A eso le sumamos que durante todos los años de “preparación” mientras entorno “x” hacía lo “esquemático” (véase, ir a clases de instituto y/o universidad y punto), a mí me tocaba compaginar con prácticas en empresas (“pagadas” a razón de 3 euros la hora y gracias), clases particulares con niños drogadictos de diversa índole, clases de idiomas por las tardes…. Como ejemplo los últimos dos años de universidad los pasé entre trabajo y clases a razón de 10-11 horas diarias de “trabajo”. Familia de renta muy baja, siempre haciendo malabarismos contables para llegar a fin de mes, para poder permitirnos estudiar, becas salvadoras del ministerio, de la junta y de organismos varios… .

    A día de hoy, entorno “x” gana mucho más que yo, en contratos mil veces mejores que mi precaria situación (aunque siempre “y gracias” porque soy mileurista), y con un trabajo mucho más tranquilo que mis marrones criminales (sector bancario-financiero).

    (el otro día en el trabajo me dijeron que yo “no tenía responsabilidades” porque no tenía pareja…. Sólo porque ahora me estoy divirtiendo y saliendo todo lo que no pude hacer cuando estaba en la universidad…. Pero el comentario era para metérselo a la “guapa del pp” de turno por donde te imaginas).

    Pero, ¿y qué?. Te felicito por tu intrusismo, te deseo suerte y que llegues bien lejos. Si tienes claro hacia dónde quieres ir (según lo leído, así es), adelante con ello y mucha fuerza. Que currárselo conlleva infinitos sacrificios y casi nunca reconocimiento.

    cuídate, saludos
    Inés

     
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Y digo yo...: Acercándome peligrosamente a los treinta he desistido de encontrar a alguien en sus cabales. Me aburre que me digan lo maja que soy y lo mucho que merezco la pena personas que después salen corriendo como si se hubieran dejado la comida en el fuego. Me aburre la gente que va de legal por la vida pero nunca es consecuente con sus actos. Me aburre salir a la calle y cruzarme con tanta gente a la que no quiero saludar. De lo que no me aburro nunca es de tener a mi lado a tantas personas que me hacen sonreír cada día. A todos los demás... ¡Arrieritos somos... y en el camino nos encontraremos!
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