Mucha gente se piensa que mi trabajo es un chollo y quizá no les falte razón. Jornada intensiva (de 8 h. a 16 h. todos los días y los viernes hasta las 15 h.), ubicado en pleno centro de Madrid (con el consecuente desembolso mensual en las tiendas de la zona… aunque yo aproveche eso menos de lo que quisiera), Internet sin limitaciones (podría ver hasta páginas guarrillas si quisiera), compañeros y compañeras con l@s que, en la mayoría de los casos, me llevo bien y un sueldo medianamente decente (con la salvedad de que yo sigo contratada por la ETT y en la nómina me prorratean las pagas extras y las vacaciones). Si a eso le sumamos que últimamente si no hacemos una parada a media mañana para comer pasteles o roscón, la hacemos para degustar unas buenas raciones de ibéricos o que El Potentado nos invita a comer a lujosos restaurantes al menos una vez al mes ya noto cómo los instintos asesinos hacia mi persona van creciendo. Y que conste que currar también curro. Porque aunque, por lo general, mis tareas son rutinarias y aburridas pero me permiten ir a mi ritmo, cuando entra trabajo lo hace de golpe y sin previo aviso y entonces sí que no hay pasteles ni jamón que valga que te cagas en todo como cualquier hijo de vecino. No es el trabajo de mi vida. No quisiera estar haciendo lo mismo dentro de cinco años ni mucho menos hasta que me jubile. Pero de momento me viene bien. Porque no es el tipo de trabajo en el que te llevas los problemas a casa (ni yo lo permitiría, claro está) y porque después de años de bregar en todos los curros posibles supongo que necesitaba un poco de estabilidad. Y es que si bien por mi casa han pasado no menos de 25 personas en los últimos ocho años, en el plano laboral he sido yo la que ha pasado por más de 25 puestos de trabajo en casi el mismo tiempo (lo cual nos da una media de cuatro meses y poco más en cada uno y eso que no cuento todos los que hice bajo cuerda…). Digo yo que un poquito de sosiego no me venía mal… Al menos ya he batido mi record de permanencia en la misma mesa de lunes a viernes… ¿Y por qué cuento todo esto ahora? Pues porque hoy de nuevo teníamos comida de trabajo (juas, qué gracia me hace siempre ese concepto cuando de lo que menos se suele hablar es de trabajo) y, para más inri, con otros curritos de cierta institución pública de la que dependemos. Mientras escribo estas líneas no sé si los que se han quedado (ya iban por el segundo o tercer cubata a las seis y media de la tarde), seguirán practicando barra fija y levantamiento de vidrio o habrán decidido ir a casa a dormirla… Yo es que no podía más. Tal vez un fin de semana pueda aguantar de copas hasta las mil pero un jueves, tras las fabes con almejas, el chorizo a la sidra, el lacón, el cabrito, el cabrales, el Rioja, las natillas, los orujos y el pacharán y un único cubata y un Nestea más tarde en un pub de la zona he tenido que salir a propulsión (y nunca mejor dicho, que las fabes es lo que tienen) hacia mi casa, que el pobre Chuchín Infernal (cada día menos infernal y más adorable) me esperaba impaciente. Y es que, en el fondo, tanta comilona cansa… |
Solo puedo decir un...PERRA!