Yo soy una de esas personas que proclamaba orgullosa que en toda su edad adulta no había sido invitada a la boda de nadie. La última a la que asistí fue en enero del 92, fijáos si ha llovido desde entonces... La suerte me había acompañado. O eso o tengo los amigos heteros más modernos del mundo que prefieren el concubinato a eso de pasar por vicaría. Ni siquiera familiares, oye. El único que me hacía dudar era mi primo pero al final se acabó comprando el piso con su novia sin firmar más papeles que los que le pidió el banco para formalizar la hipoteca (aunque, la verdad, viendo como ha ido nuestra relación con el paso de los años -de ser casi hermanos a ser casi desconocidos- mejor que no se haya casado porque le hubiera dicho que ese día tenía que actualizar el blog).
Y así estaba yo. Tranquila por no tener que pasar por ese fatídico trago de comprarme unos ropajes que no podría volver a ponerme, desembolsar una cantidad indecente de dinero (¿por qué diablos dirán eso de "te invito a mi boda" en lugar de "vente a ayudarme a pagar el fiestorro"?) y de tener que afrontar con ironía y estoicidad las recurrentes preguntas del resto de invitados interesándose por mi estado civil (cachis, ya no podré utilizar la respuesta de "Cuando me deje el gobierno" a la pregunta de "¿Y tú cuáaaandoooo?").
Pero eso ha cambiado. Porque La Pija, mi querida compañerilla de curro, se nos casa. Se casa por montar el bodorrio porque vamos, después de doce años con su novio de los cuales llevan casi la mitad viviendo juntos, lo de casarse ya es por ponerle la guinda al pastel...
Al principio confié secretamente en que no invitara a la gente del trabajo. La verdad es que si yo me casara ahora no estoy muy segura de si les invitaría. Primero porque yo invitaría sólo a los muy, muy, muy cercanos para hacerlo lo más íntimo posible (malo sería que mi futura e hipotética esposa proviniera de familia numerosa y conociera al otro medio Madrid que no conozco yo) y segundo porque no estoy yo muy segura de que les hiciera especial ilusión verse rodeadas de maricas y bollos por doquier (o a lo mejor sí, pensarían que sería toda una experiencia).
Así que si nada lo remedia a primeros de junio me tendré que disfrazar de niña bien, maquillarme (¡uff, qué horror! Con lo poco que aguanto yo el maquillaje en verano), subirme en un par de tacones (mis pies acaban de encogerse sólo de pensarlo) y a poner una bonita cara de circunstancias entre las únicas seis personas que conoceré de entre doscientos invitados...
Y ya sabéis lo que dicen, cuando entras en el circuito de las bodas ya no puedes salir... Por ahí tengo a un par de parejas gays que también andan amenazando con invitarnos al juzgado. Aunque sobra decir que eso me hace mucha más ilusión, dónde va a parar...
|
Acabo de darme cuenta de que tengo una sección para mí sola en tu blog... xD
Yo no voy a una boda desde el 92 tampoco!!! Llevaba las arras, un vestidito blanco y no apenas recuerdo nada... Pss...