El viernes fue mi último día de trabajo. Dos años, cinco meses y diez días después de entrar en esa empresa Fundada en... ha finalizado mi contrato después de batir mi propio record de permanencia en un mismo puesto. Las razones han sido ajenas a mí. Con esto quiero decir que no es que me hayan despedido. Lo que sí es cierto es que mañana podría empezar en una nueva empresa que ha subrogado todo nuestro trabajo y contratado a mis compañeras y todos los fontanerillos con los que he estado trabajando durante este tiempo. Pero he declinado la oferta.
No he querido continuar en ese espejismo de trabajo estable pero mal pagado porque primero, las condiciones de la nueva empresa no me convencían, y en segundo lugar, y más importante, porque por una vez las circunstancias me han sido favorables, coincidiendo distintos factores que, juntos, me van a permitir comenzar una nueva etapa, muy distinta, en mi vida. Una etapa que pretende ser mejor. O al menos eso es lo que yo voy a intentar.
Sé que me estoy arriesgando, que los próximos meses voy a bailar en la cuerda floja, que no es para nada algo seguro... Pero sé que esta es una de las últimas oportunidades que me da la vida para cambiar su curso (porque soy demasiado realista como para confiar a estas alturas en que me toque la lotería o pegue un pelotazo con alguna novela) y he decidido aprovecharla. Con todas las consecuencias. Si sale bien, será por mi esfuerzo. Si sale mal, será por mi culpa. Y lo asumo de antemano.
Así que mañana, como se suele decir, es el primer día del resto de mi vida. Y digo mañana porque este fin de semana ha sido tan nefasto y humillante que mejor borrarlo de la memoria. Así que, como decía Scarlett O'Hara, «mañana será otro día».
Y me da que las cosas van a salir bien...
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doy fé! saldra bién!!!
(vaya mesecito)