Comience usted una serie en plan
Mujeres desesperadas (un extraño e inesperado suicidio), continúe con un remedo de
Falcon Crest (pero con el mundo de la moda en vez de los viñedos y con Carmen Maura en vez de Jane Wyman), finalice del mismo modo que la primera temporada de
Dexter (un asesino inesperado) y aderécelo con cierto tufillo al caso de las niñas de Alcàsser; agítelo bien y preséntese como la serie con la que Antena 3 pretendía dar la campanada la primavera pasada (y a la que acabó relegando a horario de madrugada) y tendrá una bonita colección de doce capítulos con la misma duración que doce películas llamada
Círculo Rojo de la que no podrá salir.
Reconozco que nunca habría visto esta serie de no ser por la presencia de María Botto (y es que cuando un tonto coge una linde, la linde se acaba y el tonto
sigue) puesto que en mi afán de ver toda su filmografía no podía dejar a un lado semejante atracón de escenas suyas. Reconozco también que me la ventilé en apenas dos días (y ya he dicho que cada capítulo tiene una duración tremenda: una hora y cuarenta y cinco minutos, ¿por qué las series españolas no pueden ser como las americanas y durar veinte, cuarenta o cincuenta minutos? :-S) porque, ciertamente, no podía salir del dichoso círculo (obsesiva y proclive a la adicción que es servidora). Y reconozco finalmente que me divirtió cosa mala pero… esta también entra dentro de la máxima de Coppola que mencioné en el anterior post. Y no precisamente por su excelencia.
A ver, en principio la serie prometía: un plantel de actores espectacular (Carmen Maura, Emilio Gutierrez Caba, Jorge Bosch, María Adanez y mi querida Botto), provenir de la misma productora que
Motivos personales (no porque fuera buena sino porque tuvo relativo éxito), una realización bastante cuidada para lo que es la ficción en España y, lo más importante, saber desde el principio que tendrá un final y que no se eternizará ni estirará cual chicle Boomer temporada tras temporada. Doce episodios, tramas resueltas y punto final. Sin embargo, por alguna razón, a posteriori te das cuenta de que había algo que no funcionaba.
La mayoría de tramas que giran en torno a la intriga y el suspense suelen ser muy tramposas. No ya en esta serie sino en general. Recuerdo que la primera vez que sentí que un guionista se estaba riendo de mí fue al ver, años ha,
Instinto Básico. Lo malo es que sus trampas funcionan y te obligan a analizar los hechos expuestos (con el consecuente desmoronamiento de sus explicaciones). De este modo yo señalo las incongruencias de la historia desde su raíz…
Todo comienza en la noche de San Juan de 1988 cuando las tres amigas deciden salir de marcha a una discoteca llamada Orión. Y aquí es donde empieza la inconsistencia. Las niñas bien madrileñas de finales de los ochenta iban a sitios como Oh! Madrid y Archy y no a una discoteca-barraca poligonera en vete tú a saber qué carretera comarcal (por eso antes hablaba del sospechoso parecido con el caso de las niñas de Alcàsser. Por eso y por otra circunstancia que se da al final de la serie en la que mencionan las sádicas orgías que alguna gente de dinero se regala de vez en cuando y que durante tanto tiempo dijeron que estaban también tras ese nefasto capítulo de la historia negra española). Y en el supuesto de que lo hicieran jamás irían solas sino acompañadas por el Borja Mari o el José Javier López de las Heras y Martínez del Hierro de turno que las habría llevado hasta allí con su Audi. Lo de que durante dieciocho años no hablen con nadie, ni siquiera
entre ellas, de la violación múltiple que sufren esa fatídica noche puede resultar creíble si lo coges con las pinzas de que creen haber atropellado a uno de ellos. Bueno, vale. Se lo callan (como sufridas pertenecientes del género femenino que son). Una se lo niega a sí misma, otra huye y la otra se recluye. Pero ¡ay! cuántas coincidencias, cuántas casualidades, cuántas vueltas da el azar y cómo pretenden liarlo todo y hacer que nos creamos que al final todo estaba conectado y que los últimos causantes de lo ocurrido no fueron los violadores sino los padres de todas ellas. Eso por no hablar de quién resulta ser finalmente el asesino principal. Tan sólo pasaron cinco meses desde el final de
Dexter en EE UU y el estreno de
Círculo rojo en España pero apostaría mi mano derecha a que los guionistas se aprendieron bien los guiones de la serie de Showtime (sobre todo si escuchamos a las tres protagonistas en el programa de Buenafuente diciendo que no sabían nada de la trama porque les daban los guiones según rodaban e, incluso, viendo que la fisonomía de ambos actores es bastante similar).
Giros argumentales, retorcidas vueltas de tuerca, rizos rizados hasta el infinito y más allá, tópicos y topicazos, interpretaciones dispersas, como si los actores no
supieran muy bien por dónde se están moviendo (al principio todos andan mas tiesos que el palo de una escoba aunque según avanzan los capítulos van relajándose, sobre todo María Botto, a la que le sale esa estupenda vis cómica que tiene) Y ya no digamos lo poco creíble que resulta ver a la hija de Cristina Rota como madre de una adolescente. ¿De verdad pensaban que puede colar ver a una tía de 33 años interpretando a la sobreprotectora mamá de una chica de 21? Que sí, que es ficción y todo lo que queráis pero es que en todas las escenas que tienen juntas es bastante difícil creérselo por mucho maquillaje marcado que le pongan a la supuesta madre… Como mucho podrían ser hermanas pero nada más…
Es probable que si en esta serie no hubiera aparecido la señorita Botto nunca hubiera llegado a verla. Y no hubiera sigo una desgracia, la verdad. Pero también admito que me tragué los doce episodios (recordad: 1 hora 45 minutos cada uno, es decir, 21 horas) casi del tirón porque era incapaz de irme a la cama sin saber qué iba a pasar. Y es que, ya sabéis, sólo veo lo realmente bueno o lo francamente malo. Quizá porque a veces la línea que separa ambos conceptos es realmente difusa…
Creía que era una Adicta (con mayúsculas) a las series , pero comparada contigo me quedo corta :P
De todos modos, yo a circulo rojo no le cogí el punto