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Cuento de navidad
domingo, 30 de diciembre de 2007

---Último post del año. Y aviso: es largo de cojones---

Una de las fábulas con la que más nos machacan año tras año en estas fechas es con la de Cuento de Navidad de Dickens. ¿Quién no ha oído hablar de Scrooge y su frialdad de corazón y de las visitas que le hacen los fantasmas de las mavidades pasadas, presentes y futuras? Visitas que pretenden enseñar la diferencia entre la bondad y la maldad y advertir al viejo avaro de que o cambia o su final será muy triste. Vamos, que sigue en la línea de tantas y tantas historias que aleccionan al espectador convenciéndole de que si se porta mal, mal recibirá y si se porta bien, bien le traerán los nuevos días. Y aquí es donde yo digo bien alto y claro: ¡¡¡Paparruchas!!!

Porque es que no, ser bueno no conduce a nada. Mirad a vuestro alrededor. ¿Cuántas malas personas conocéis a las que les sonríe la vida? Y por el contrario, ¿cuántas personas nobles y honestas hay que no hacen más que recibir palos? Y ahora no me digáis que al final esas personas que actúan mal recibirán su merecido y las que no actúan tan mal obtendrán su recompensa porque no cuela. Eso sólo ocurre en nuestra imaginación cuando intentamos consolarnos pensando que quién nos hirió algún día encontrará la horma de su zapato. Pues no. No sólo es probable que no la encuentre nunca sino que seguramente será mucho más feliz que tú. Y eso jode. Jode muchísimo.

Hace dos semanas recibí la visita del fantasma de las navidades pasadas. Era un viernes por la tarde. Yo había quedado a eso de las nueve en el centro pero en ese momento estaba tirada en el sofá viendo la serie de las mujeres sin lengua. De repente sonó el timbre de la puerta. Como no esperaba a nadie ni suelo ser sorprendida con visitas inesperadas no me molesté en levantarme a ver quién era. Seguramente algún comercial echando horas. Chuchín, por supuesto, se puso a ladrar como un loco instándome a abrir. Como la llamada fue breve y no se repitió di por buena mi suposición. Pero un par de minutos más tarde el timbre sonó de nuevo. Intrigada me levanté y caminé a través del pasillo dirigiéndome hacia la puerta con sigilo. Me asomé a la mirilla y la contrariedad me dominó. Allí, al otro lado, estaba un viejo amigo. Pero no un viejo amigo cualquiera. A decir verdad el calificativo de amigo le caducó hace tiempo ya. Justo hace tres navidades. Este chico, al que llamaremos F, era un conocido mío de mis tiempos de colectivos y actividades diversas. No era un íntimo pero era de los que estaban por ahí. Como otros muchos amigos míos, hizo buen uso de mi condición de relaciones públicas. Es decir, yo conozco gente, la presento entre sí, se hacen amigos y se olvidan de mí. F en concreto pertenecía, si bien no muy estrechamente, al círculo de mi ex, Bollera Reprimida, y el Comando de Bolleras Desalmadas (sí, esos personajes de los que hace tanto y tanto tiempo que no hablo). Si bien estas últimas me traicionaron en masa y me dieron la espalda como una sola mujer, F lo hizo por omisión. Simplemente desapareció. Sé que su trato con ellas no era especialmente estrecho pero debió enterarse de todo lo que pasó (y fue mucho, os lo puedo asegurar). Si por aquel entonces decidió hacer mutis por el foro y no dar señales de vida, ¿qué retorcido mecanismo de su cabeza le había llevado, tres años después, a la puerta de mi casa un viernes por la tarde sin haber sabido nada de mí ni si, siquiera, seguiría viviendo en el mismo sitio?

Pero me quedé con la duda. Justo en el mismo momento en que le vi se giró para marcharse y yo estaba tan estupefacta que no abrí. ¿Para qué? ¿Qué hacía allí? ¿Querría decirme algo? ¿Algo de esas personas que ya dejaron de importarme? ¿Acaso habría ocurrido alguna tragedia y yo debía enterarme? De nuevo, ¿por qué y para qué? Esas personas ya no me importan. ¿O es que acaso pasaba por el barrio, le dio un ataque de melancolía y pensó que sería buena idea subir a saludarme? Si fue eso, ¿cómo puede tener tanta poca vergüenza como para fingir que lo que pasó y los tres años transcurridos desde entonces no han existido? Muchas fueron las preguntas y las hipótesis que pasaron por mi cabeza. Durante estas dos semanas he esperado que se repitiera la visita. En vano. Tal vez no fuera nada. O tal vez sí pero a mí ya poco me importa.

Todos podemos ser fantasmas para alguien. Yo misma podría convertirme en el fantasma de las navidades pasadas para mucha gente a la que hace tiempo perdí la pista. O de las navidades presentes o futuras de gente que ha estado o está cerca de mí últimamente. Tan fácil como ir a un sitio determinado, llamar a una puerta, refrescar la memoria y esgrimir unas pocas razones con las que criticar el comportamiento ajeno. No me estoy refiriendo a retomar esas viejas amistades con las que nos distanciamos por circunstancias a menudo casuales. Estoy hablando de esas personas con las que sientes que tienes una deuda pendiente, quizá una explicación, puede que una venganza. Cualquiera podría hacerlo. Yo podría. Y a veces dan ganas. Candidatos no faltan. Pero nunca lo hacemos. Por pereza. Por hastío. Por: “Total, ¿para qué? No serviría de nada”. Es cierto. No valdría la pena. Porque las personas no somos buenas ni malas, no. Las personas cometemos buenas o malas acciones dictadas por nuestra propia naturaleza.

Hace poco hubo una pequeña polémica a raíz de unas declaraciones de Will Smith en las que decía que no creía que Hitler se levantara cada día pensando en cómo hacer el mal, simplemente era su naturaleza retorcida la que le decía lo que tenía que hacer porque él pensaba que era la correcto. Estas declaraciones se interpretaron como que el actor estaba diciendo que el Führer era una buena persona. Nada más lejos de la realidad. Es muy probable que él no creyera estar haciendo el mal, lo que ocurría simplemente era que para él, dentro de su escala de valores, lo que hacía estaba bien. Y algo parecido les ocurre a las personas que nos hieren. Está en su naturaleza. Como el escorpión que finalmente picaba al sapo después de prometerle que no lo haría. Ellos no creen hacer el mal. Sólo se comportan de acuerdo a sus intereses. Lo cual no es justificable e incluso sería condenable en el caso de mentes perturbadas como el dictador nazi u otros de su calaña pero de nada sirve esperar que la gente de a pie, esos que hieren sin despeinarse, reciban su merecido porque es más que probable que eso no suceda nunca. E incluso si sucediera esas personas se lamentarían de su mala suerte porque en ningún momento creerán que sea un castigo por algo que hayan cometido, uno de esos extraños casos de justicia poética que a veces nos regala la vida.

Ahora que 2007 por fin acaba me dan ganas de saldar cuentas con muchas personas. A unas sólo les daría una colleja. Otras, en cambio, comprobarían la mala hostia que gasto cuando se burlan de mí, cuando me utilizan, cuando me engañan, cuando me traicionan. ¿Serviría de algo? Sin duda no. ¿Serviría para que yo me quedara tranquila? Tal vez sí, tal vez sólo acrecentara mi desazón. Y entre una cosa y otra lo único que hago es encerrarme en casa con mi manta eléctrica, mi myolastan y mis L&M azules mientras veo todas las películas de María Botto sólo porque me recuerda a alguien de quien me jode no ser capaz de olvidarme y a cuya puerta ni siquiera podría llamar porque no sé dónde trabaja y es allí dónde pasa el ochenta por ciento de su tiempo. Supongo que también podría darme una vuelta por cierta zona de Madrid con superpoblación de inmaduras emocionales y esperar a que esa casualidad que me persigue desde siempre me brindara con un encuentro ocasional con ella. Con ella o con alguna otra, que ya digo que por esos lares abundan las de su calaña…

También me gustaría dar collejas a todas esas personas que piensan que por el hecho de publicar novelitas lésbicas soy de dominio público y se me puede marear, calentar, utilizar o afirmar que soy su amiguísima para así saciar su (absurda) sed mitómana. O a las que van por ahí diciendo que me he liado con media bollosfera (cuando todo el mundo sabe que eso no es cierto y que en los últimos tres años sólo me he liado con una que —afortunadamente— nada tenía que ver con el mundo blogueril). Aunque éstas me dan más lástima que otra cosa. Deben de aburrirse mucho como para extender rumores inventados sólo para tener algo de lo que hablar y demostrar lo enteradas que están de las miserias ajenas. O a las que me dijeron que yo no tenía motivos para quejarme y a las que me encantaría ver cómo se desenvolverían en mis circunstancias. O a las que hacen gala de su síndrome de Peter Pan mientras fingen ser adultas pero la vida les sonríe mucho más que a las que nos rompemos los cuernos por cada cosa que intentamos conseguir…

Son tantas las cuentas pendientes que a veces es mejor olvidarlas aún a riesgo de que las espinas se enquisten. A menudo no sé qué hacer. Ahora mismo, mientras escribo, tengo la tele pequeña a mi lado con el directo de Fangoria… Y esto me recuerda una de mis muchas teorías absurdas acerca del comportamiento humano. Cuando todo va bien somos como una canción de La Oreja de Van Gogh (Te voy a escribir la canción más bonita del mundo/voy a capturar nuestra historia en tan solo un segundo y tantas otras ñoñeces que nos suben el nivel de azúcar) pero luego siempre acabamos inmersos en una canción cantada por la voz grave de Alaska (Tiemblo como una loba herida, agonizo contra la pared/Atrapada en calles sin salida vivo acorralada, obligada a enloquecer o la más acorde con lo que estoy contando: Sé que crees que no está nada mal hacer tu santa voluntad; abusar, humillar, despreciar/No, no te lo vuelvo a repetir, porque prefiero no insistir, pero tú no te burlas de mi).

Lo curioso es que mientras miro de reojo el concierto me doy cuenta de que este año he visto a Fangoria tres veces y de las tres tengo distintos recuerdos. De la primera vez, en el Cee’d Festival, casi preferiría olvidarme pero no por ellos sino por la situación personal que yo tenía en aquel momento. De las dos siguientes, ocurridas durante la semana de conciertos de Fangoria en Madrid, en cambio guardo buenísimos recuerdos. Por las personas que me acompañaban (incluso con la que luego me enteré que estaba allí pero con la que no coincidí), por los botes que di, por cómo me desgañité cantando, por los kilos que perdí sudando entre tanta gente… Sí, también ha habido cosas buenas este año. Puede que incluso más que malas pero ya sabemos lo que pasa: lo malo siempre ensombrece al resto.

Y ahora escucho el final de Retorciendo palabras (otra de esas canciones asociadas a recuerdos más o menos dolorosos) y me encuentro otra vez con lo bien que describe cómo me siento: Los milenios son un decimal, una suma de cifras de tiempo sin más/Voces nuevas, presentes, futuras, pasadas que van retorciendo palabras de amor/Construyendo edificios que no durarán, un diseño de algo fugaz/Arquitectos de frases que me hacen dudar y que intentan decirme que no sé lo que quiero.

Aunque quizá no sea del todo cierto eso de que no sé lo que quiero. Sí lo sé. Por eso la desolación me inunda cuando veo que será prácticamente imposible conseguirlo. Porque cada vez confío menos en la gente. Porque la gente cada vez me da menos motivos para que confíe en ella. Porque empiezo a estar cansada de intentarlo y fracasar y de que las razones para triunfar no deriven del propio esfuerzo sino de la suerte. Suerte que está claro que no tengo por mucho que a algunos les parezca que sí. Si supieran que en muchos momentos me cambiaría con ellos sin pensarlo…

No sé si esto es un balance del año. Tampoco me importa. Puede que tan sólo sean palabras sin sentido, frases que se hilvanan con el hilo del absurdo, de cualquier cosa que se me pasa por la cabeza. Como apenas salgo de casa no tengo historias que contar sino un montón de reflexiones sueltas, aburridas, desatinadas… Como yo, supongo.

Todavía me sigo preguntando muy a menudo por qué continúo escribiendo en este blog. Si me hubieran dado un euro por cada vez que he pensado en dejarlo ahora mismo no tendría apuros económicos. Pero sigo aquí. Y puede que sea una de las pocas cosas que dependen de mí de las que no sepa su razón. Sigo aquí. No sé por cuánto tiempo. Mientras tanto, mientras se acaba 2007 y comienza 2008, os dejo con una de las canciones que he mencionado antes. Estés donde estés voy a hacer que me odies, canta Alaska. Yo no quiero que nadie me odie pero sé que algunos lo hacen. Pero ese ya no es mi problema.

¡¡¡Feliz año para aquellos que creo que se lo merecen y que son bastantes menos de los que ellos se piensan (evidentemente, esto sólo va por la gente que me conoce, los demás daos por aludidos sin problema)!!!


Se le pasó por la cabeza a Arrierita a las 4:12:00  
5 Berrido(s):
  • El 30 diciembre, 2007 13:43, Anonymous Anónimo berreó…

    Es la primera vez desde hace mucho que leo uno de tus largos post sin hacerlo en diagonal, largo pero intenso, romántico desde la dureza y fábula navideña (el momento fantasma de navidad es precioso).

    Eres una romántica sin remedio (aunque lo disfraces de palabras duras) y eso tiene que cambiar porque ser así en estos tiempos que corren no es práctico.

    Pídele a los Reyes el curso de "Como ser la mala perfecta" y luego me lo pasas para que lo haga yo (ya ves que también puedo llegar a ser mazo de interesada :). Seguro que triunfaremos en la vida con sus consejos.

    Te dejo con un párrafo que, sin duda, te gustará:

    "Somos infalibles en nuestra elección de amantes, especialmente cuando necesitamos a la persona equivocada.

    Hay un instinto, imán o antena que nos guía hacia la peor decisión.

    La persona equivocada es , por supuesto, la adecuada para algo: para castigarnos, intimidarnos o humillarnos, defraudarnos, darnos por muertos o, lo peor de todo, darnos la impresión de que no es inadecuada, sino prácticamente perfecta, para de este modo colgarnos en el limbo del amor.

    No todo el mundo puede hacerlo"

    "Siempre es medianoche" (Hanif Kureishi)

    Feliz 2008 y quítale las pepitas a las uvas (siempre es menos complicado comerlas así :)

     
  • El 30 diciembre, 2007 23:12, Blogger Pau berreó…

    ¡Hola!, hay muchas cosas para comentar en este post... como por ejemplo que las personas malas muchas veces no reciben su merecido. Yo soy de los que piensan (aunque quizás, como dices, sea para consolarme) que, aunque en apariencia muchas de esas personas no sean castigadas por la justicia poética, en su propia forma de ser y de ver el mundo llevan el castigo. Es decir, ven el mundo a través de su óptica de maldad, envidia, conspiración, etc, incapaces de confiar plenamente en los demás, de amar sin pedir nada a cambio, de alegrarse de las dichas ajenas; y todo eso, para mí, es un castigo en sí mismo por mucho que económica, laboral o socialmente les va bien.

    De los fantasmas es mejor olvidarse y no vale la pena perder el tiempo en darles collejas.

    ¡Feliz año a ti también (me he dado por aludido como ves, jejeje)

     
  • El 31 diciembre, 2007 01:15, Blogger K. berreó…

    Feliz Año!! también para ti Arriera.

    Como ves yo también me he dado por aludida.

     
  • El 31 diciembre, 2007 14:05, Blogger Rita The Singer berreó…

    Pero tú y io nos hemos liado... y lo que es más interesante aún... a ti y a mí nos han liado?!?!?!? Xq io nunca soy protagonista de esos cotilleos infinitos? eheheheheh? Ah sí.. es verdad.. que van diciendo por ahí que IO enseño el culo. Habráse visto...

    Ósculos, querida, ósculos de año nuevo (xq io sí creo en la magia de la Navidad tilitlitlitlitlii poniéndome ñoña añadiría: io sí veo la magia de la Navidad... a través de los ojos brillantes de mis sobrinos)

     
  • El 31 diciembre, 2007 15:21, Anonymous Anónimo berreó…

    Yo siento contradecir a la uva número 13 y te insto a que sigas siendo una romántica sin remedio. Después de todo es precisamente la falta de romanticismo lo que hace que muchas personas se insebilicen y se enquisten en espirales de acciones contra sí mismas y los demás :D Aunque a veces me den tantas ganas de ser la mala perfecta como a ti o como a la uva número 13, cuyas palabras me han hecho reflexionar. Unidas a tu post, casi podría hacer un pseudotratado (que de hecho haré, porque como sabes soy una esponja, lo voy absorbiendo todo y destilando).

    Malas acciones... cuántas malas acciones, coñe, que es que me enervo cuando lo pienso. Entiendo perfectamente tu estado de desolación porque se parece mucho al mío. Sin embargo, también conozco a quiénes no justifican sus comportamientos contándose mentiras y se miden por raseros mucho más duros que la justificación que ellos mismos se guisan y se comen, la palmadita en la espalda que se dan antes de irse a dormir para no soñar con fantasmas. Por supuesto, hay quienes no nos conformamos con cualquier cosa y nos exigimos más que los otros. Y, por eso, a pesar de lo chunga que está la cosa para las personas como yo, espero sinceramente no cambiar nunca. Prefiero mil veces mis principios que engañarme con otros de cartón. Al menos sé que los míos sí son válidos, sólidos y buenos. Me dan resultados gratificantes y tengo la impresión de que lo que tengo en mi vida, las cosas y las personas con las que cuento, son de verdad.

    Mis mejores deseos para el año nuevo, porque te lo mereces.

    Abrazos de verdad, no de cartón ;)

    PD: Me encanta el nuevo aspecto de tu blog. Creo que me va a seguir encantado entrar aquí...

     
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Y digo yo...: Acercándome peligrosamente a los treinta he desistido de encontrar a alguien en sus cabales. Me aburre que me digan lo maja que soy y lo mucho que merezco la pena personas que después salen corriendo como si se hubieran dejado la comida en el fuego. Me aburre la gente que va de legal por la vida pero nunca es consecuente con sus actos. Me aburre salir a la calle y cruzarme con tanta gente a la que no quiero saludar. De lo que no me aburro nunca es de tener a mi lado a tantas personas que me hacen sonreír cada día. A todos los demás... ¡Arrieritos somos... y en el camino nos encontraremos!
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