A menudo tengo la sensación de que me estoy volviendo una carca antes de tiempo. Que pese a que todavía estoy en los veintitantos (por poco que me quede en ellos) me he vuelto bastante reaccionaria a según qué comportamientos típicamente asociados a la gente joven. Lo que pasa es que siempre he creído que ser joven no tenía que ser, necesariamente, sinónimo de inmaduro e irresponsable. Que se podía ser idealista, rebelde, contestatario y utópico y, a la vez, tener dos dedos de frente. Sin embargo, la cruda realidad me muestra día a día que la juventud, tal y como yo la presuponía, no existe. Muchos de mis amigos están hartos de oír mis quejas acerca de la excesiva dilatación de la adolescencia que permite la sociedad de consumo en la que vivimos. De que se pasa de la niñez a la adolescencia sin casi darnos cuenta y que ésta se extiende hasta que, de golpe y porrazo y porque no queda más remedio, la peña se instala en la madurez, muy probablemente, con los cuarenta bien cumplidos. Me indigna hasta límites intolerables la desfachatez, la abulia y la irresponsabilidad de muchos (¡Ojo! Digo muchos pero no digo todos) de mis compañeros de generación. O de la cobardía con la que se enfrentan a la vida adulta y la comodidad de la casa paterna en la que se refugian para retrasar lo máximo posible dicho enfrentamiento. No puedo, de verdad. Me pone enferma. Y cuando creo que mi indignación ha alcanzado cotas impensables siempre me encuentro con algún individuo o individua que supera la marca. Y para muestra, varios botones: -G. tenía, la última vez que hablé con ella, 27 años (ahora anda cerca de los 32). Era la cuarta hija (y la única chica) de un matrimonio opusino, facha e intolerante. Para colmo era (bueno, supongo que lo seguirá siendo) lesbiana. Estudió una carrera de letras y se marchó a París durante un año con una beca Erasmus. Esa época de su vida siempre la recordaba con nostalgia, supongo que porque fue la única vez que pudo ser realmente libre sin sentir el aliento de sus padres en el cogote. Al volver a España, comenzó a encadenar una serie de trabajos por aquello de convertirse en una mujer de provecho mientras soportaba estoicamente el maltrato psicológico de la autora de sus días (el padre vivía feliz en la inopia más absoluta) debido a su orientación sexual. Intentaba ahorrar con la ingenua excusa de abrir una cuenta ahorro vivienda con la que poder comprarse un piso (y digo ingenua porque con su salario era y es totalmente imposible conseguir una hipoteca) mientras justificaba una y otra vez que no podía marcharse de casa de sus padres porque aquello podría suponer el fin de su relación con ellos y es que, pese al maltrato, los interrogatorios a los que la sometían y las continuas faltas de respeto e intrusiones en su intimidad, había sucumbido a un particular síndrome de Estocolmo. No era capaz de ser libre (y es que nada asusta más que la libertad). Se agarraba a sus recuerdos de París y se enredaba en relaciones destructivas en las que, subconscientemente, lo único que buscaba era reproducir el mismo maltrato psicológico al que la sometían sus queridos papis. A día de hoy no sé nada de ella pero, dada su trayectoria, imagino que seguirá en la casa familiar, ahorrando para su pisito de soltera y argumentando su decisión de cuidar de sus padres hasta que se mueran porque es lo que tiene que hacer. Y supongo que cuando esto ocurra (y no creo que falte mucho, si es que no ha ocurrido ya, puesto que eran bastante mayores) G. se encontrará al borde de los cuarenta o con ellos ya sobrepasados dándose cuenta de que ha malgastado la mayor parte de su vida. En mi opinión, claro. -El caso de I. es menos melodramático pero no por ello menos indignante (de hecho es en el que más extenderé porque es el que más me enerva). A sus 27 años es una excelente profesional en su campo. Estudió una ingeniera y, tras acabarla, se marchó a Sheffield (Reino Unido) a mejorar su inglés y, en sus propias palabras, “encontrarse a sí misma”. Esa búsqueda interior se refería (creo yo, por lo que pude entresacar de su discurso) a acabar de aceptar su bisexualidad. En este caso sus padres no eran opusimos y, aunque profundamente cristianos (que no católicos), su ideología tendía más hacia la izquierda, por lo que el anuncio de la ambigüedad de su hija pequeña (sí, esta también era la menor de varios hermanos, en este caso de tres) no causó excesivo malestar aunque, según contaba, su propia madre sentía cierto recelo a la hora de asociar a su niña con esa masa frívola y carnavalesca que se manifiesta todos los años en cuanto aprieta el calor. Una vez I. se encontró a sí misma por las calles de Sheffield en una corta estancia de apenas unos meses, regresó a su ciudad natal dispuesta a introducirse en el mercado laboral. Y también comenzó una relación con otra chica (creo que la primera, no he podido indagar mucho al respecto). Durante un año y medio su vida estuvo supeditada a esta otra persona, dejando a un lado a sus amigos, su familia e, incluso, su trabajo. En sus propias palabras, la historia duró más de lo debido y cuando acabó se encontró a sí misma totalmente destruida. “Me miraba en el espejo y no me gustaba lo que veía, me daba asco”, me decía. Supongo que se refería a un nivel interno porque su rostro no estaba desfigurado ni nada por el estilo y, aunque no es especialmente atractiva, tampoco es un adefesio. Entonces decidió reorientar su vida, centrarse en su trabajo, retomar la relación con sus antiguos amigos y cuidar más de su familia. Perfecto. Maravilloso. Encomiable. Su proceso de reconstrucción duró cerca de año y medio. Pero se volcó tanto en el trabajo que éste se convirtió en el centro de su vida. Jornadas de, como mínimo, diez o doce horas se convirtieron en tónica habitual. En consecuencia, el poco tiempo libre lo quemaba al máximo saliendo hasta bien entrado el día y emborrachándose para olvidar la dura semana. Sin embargo la reconstrucción se estaba tornando en destrucción y su excesivo celo en el trabajo repercutía en el resto de aspectos de su vida que siempre salían perdiendo. A I. le debo la anécdota del DVD que aparece en mi última novela. Una noche, hablando sobre las películas que ambas descargamos de Internet, ante el hecho de que las veía en el portátil o, en su defecto, en el iPod, le pregunté que por qué no se compraba un reproductor de esos de marca Nisu que valen no más de veinte euros y que reproducen todo tipo de formatos. Su respuesta me dejó anonada. “Es que no voy a ser yo la única que lo utilice”, adujo sin sombra de rubor ni vergüenza. Al ver mi cara, ella misma se dio cuenta de la burrada que acababa de soltar y trató de defenderse: “Ya, ya sé que yo no pago el agua con el que se lava mi ropa ni… pero es que me jode comprar algo que no va a ser sólo mío”. Ya. Claro. Sólo las idiotas como yo compran reproductores de DVD por la astronómica cantidad de veinte euros para que se los machaquen sus compañeros de piso. También me regaló, otra noche de farra, una nueva anécdota con la que reafirmar su ruindad: Estaba harta de que todas sus bragas fueran sobaqueras (para entendernos, enooooormes). Y es que, pobrecita, era su madre la encargada de proveerla de ropa interior. Alcé mi ceja en modo Sarcasmo On y rápidamente I. desvió el tema porque debió ver que en mi frente la frase: “Pues cómpratelas tú” titilaba como el neón de un casino de Las Vegas. I., al igual que G., también tiene la futura intención de comprarse un piso. Para ello, se ha abierto una cuenta ahorro vivienda y debe de meter mucho dinero al mes porque siempre entra en bares y restaurantes preguntando el precio de las consumiciones. Además I. tiene su vida planificada al milímetro: lo primero es conseguir una estabilidad laboral para poder comprarse un piso y vivir sola una temporada; después encontrar una pareja con la que poder formar una familia y, para acabar, el adosado en las afueras, los niños, el perro y el monovolumen en la puerta. Y todo tiene que ser en ese orden. Quizá por eso cuando algún elemento de esa lista se le adelanta, declina la posibilidad aduciendo que “no está preparada”. Poco tiempo después, harta de esas jornadas laborales extenuantes, consiguió cambiar de trabajo con la esperanza de tener más tiempo libre. Y la cosa pintaba bien. Pero algo falló en sus cálculos y pasó de trabajar diez horas de lunes a viernes a permanecer en la oficina quince y dieciséis horas diarias de lunes a domingos con los festivos incluidos. Pero ella está contenta porque le gusta lo que hace, porque se siente realizada, porque se siente respetada y porque tiene a un equipo de cinco personas a su cargo aunque para conseguir todo eso tenga que hacerse fotos periódicamente y dejárselas a sus padres pegadas a la nevera con un imán para que no se olviden de ella. En mi opinión, I. tiene todas las papeletas para ser una infeliz. Me explico. Está muy bien eso de realizarse a una misma con un trabajo que te guste. Pero no a costa de sacrificar el resto de facetas de tu vida. A lo que hace ella yo lo llamo autoengaño. Sin embargo, en cierto modo, se lo monta bien. Como buena víctima del síndrome de Peter Pan (condición de la que, además, presume orgullosa), su afán de volcarse en su carrera es la excusa perfecta para retrasar al máximo el paso a la madurez. ¿Quién va a echarle en cara que le dedique tanto tiempo al trabajo cuando ése es uno de los pilares de la vida de una persona? Así, mientras ella se concentra en sus proyectos laborales, se exime de asumir las responsabilidades de la vida adulta tales como relaciones personales y sentimentales, compromisos y ese tipo de cosas que tanto agobian a los de nuestra quinta. La excelente y competente profesional que sale de la oficina cada noche (o cada madrugada) no deja de ser una adolescente cuando regresa a la casa de papi y mami en donde se encuentra el plato en la mesa, la nevera llena, la casa limpia, su ropa lavada, planchada y doblada dentro del armario y todas las facturas pagadas dentro del plazo. Y me imagino los siguientes pasos a dar. Cuando la cuenta ahorro vivienda le venza tendrá unos treinta años. Como se verá obligada a comprar algo, lo hará sobre plano, lo cual le dará una prorroga de entre uno y tres años más de tranquilidad en el hogar paterno. Prorroga que dilatará indefinidamente cuando por fin le den las llaves del hipotético piso con la excusa de amueblarlo y acondicionarlo. Eso si entremedias no le da por comprarse un coche nuevo (porque con la cafetera que tiene actualmente, cualquier día se piña por la M-30). En conclusión, llegará a los treinta y muchos con una esforzada carrera profesional en la que habrá trabajado más que otros en toda su vida pero, en mi opinión, seguirá con las manos vacías porque no tendrá nada más a lo que agarrarse. -Y por último tenemos a M., cuyo caso conozco menos pero que también me parece ilustrativo. M. tiene 30 años, cursó una licenciatura de letras enfocada a la docencia. Al acabar se largó a Manchester durante un año y medio a trabajar y mejorar su inglés (vaya tour nos estamos haciendo). En cuanto a su entorno familiar sólo sé que tiene un hermano mayor (vamos reduciendo la familia) y que ahora vive con su padre (de la madre no sé nada como tampoco sé de qué pie cojea). Tampoco ha manifestado un especial interés en comprarse un piso y supongo que bastante tiene con administrarse el dinero que le reportan las clases que da en una academia (para más inri, sin contrato). Lo que sí me ha llamado la atención es la tremenda sentencia con la que auguró su futuro más cercano: se ha dado unos meses de plazo y si no encuentra un trabajo decente se irá a Estados Unidos o a Australia a buscarse la vida (ya puestos, podría barajar Plutón, que está más lejos y seguro que algún alienígena habrá con ganas de aprender español). En principio M. es la que podría parecer la más normal de las tres individuas de las que estoy hablando. Sin embargo el otro día se descolgó con un comentario muy parecido a la anécdota de I. y ese reproductor de DVD de la discordia. Hablando de que no tenía Internet en casa (y, seamos sinceros, cada día resulta más raro encontrar a alguien de nuestra edad que no disponga de conexión en su hogar), mi ceja volvió a alzarse y un nuevo neón iluminó mi frente: “¿Por qué?”. Su respuesta: “Llevo desde noviembre intentando convencer a mi padre”. “¿Y? ¿Es que tu padre no quiere?”. “No, si mi padre sí que quiere”. “¿Y por qué no lo pones tú?”. “Porque mi padre también la usaría”. “Pues pagadlo a medias”. “Qué ecuánime eres tú, ¿no?”. “¿Y tú? ¿Cuántos años tienes?”, le preguntó con sorna otra de las presentes ahorrándome a mí el esfuerzo de mostrarle lo absurdo de su postura. Todas estas historias y anécdotas podrían parecer risibles y de poca importancia si no fuera por la triste realidad que subyace bajo ellas. La mayoría de la gente joven hoy en día no quiere madurar. La mayoría de la gente joven hoy en día quiere ser eternamente adolescente merced a una familia más tolerante, abierta y permisiva (salvo en casos como el de G.). Su empeño en centrarse en sus carreras no deja de ser sospechoso por lo que de cobarde tiene: ese empeño facilita la mejor de las excusas para escaquearse y no asumir las responsabilidades emocionales propias de una edad que ya empieza a ser considerable. No estoy al corriente ni de estadísticas ni de la situación en otros países pero me da la sensación de que esta “adultescencia” es más acusada en España que en otros lugares. Hasta hace quince años a una persona de mi edad se la consideraba adulta y llevaba una vida como tal. Hoy a todos, incluso a los que llevamos más de una década independizados y totalmente dueños de nuestras vidas, nos rodea un halo de puerilidad del que a duras penas conseguimos escapar. La precariedad laboral y el difícil acceso a la vivienda han pasado de ser una queja a convertirse en una excusa fácil. Asumamos de una vez que la vida es dura, complicada, jodida. Seguir manteniendo el colchón de aire de unos padres excesivamente complacientes sólo hará que el golpe sea más fuerte cuando ese colchón desaparezca. Y luego vienen los traumas, las depresiones y las frustraciones. Yo me agobio inmensamente cuando abro el buzón y sólo encuentro facturas, cuando abro el frigorífico y resuena eco dentro de él, cuando mi móvil berrea con el número de mi casero porque me he retrasado con el alquiler, cuando veo que es día 20 y mi cuenta está a cero. Pero la sensación de saberme independiente, dueña de mi vida y de mirar hacia atrás y darme cuenta de todo lo que he conseguido sin dejar de ser joven, alocada o, incluso, irresponsable en ocasiones, no lo cambio por una cuenta ahorro vivienda ni por una conexión a Internet gratis ni porque mis padres me compren un DVD para poder ver las películas que me descargo gracias a las facturas que ellos pagan. Pero claro, ya sabemos que yo soy muy rarita. Mi alter ego hoy también está combativo hablando de activismo gay aquí. |
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11 Berrido(s): |
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plas, plas, plas. Tienes más razón que un santo (por usar una frase tópica) Yo estoy a ver si mis hijos once y siete años me salen un poquitín más maduros. De momento ya se les ocurre prepararme el desayuno algún domingo y preguntar si algo es demasiado caro. Un beso y sigue escribiendo, hija, que me alegras las noches.
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Ni tanto ni tan calvo, creo yo. Puede que sigas en casa por un deber y puedes pagar las facturas de internet, la luz aunque vivas con tus padres, ya que no te van a permitir pagar un alquiler. Supongo que te has encontrado gente especal, pero como en todo hay término medio, casos y casos, y me considero todo lo joven que quieras pues tengo 27 años, y tan responsable como la que más. Y me siento muy orgulosa de llegar donde he llegado, puesto que mi futuro me lo he ganado yo, y con la conciencia bien tranqila y la cabeza bien alta.
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buenassss arrierita! estoy totalmente de acuerdo contigo. ara que tambien, vaya casos te has encontrado. algunos mas que inmadurez lo que destilan es puro egoismo! anyway, te alegrara saber (o lo mismo te importa un comino, que todo es posible) que algun@s de l@s que se hicieron el tour al extranjero maduraron en dos sopapos. como servidora. hace cuatro agnos llevaba dos opositando y, dados mis brillantes resultados y la oferta laboral de mi ciudad, me largue a buscar mas suerte (y experiencia laboral) fuera. y ahora tengo trabajo fijo (del que queria, pero en el extranjero), una novia estupenda con las que llevo mas de 3 agnos ya, y una hipoteca desde la semana pasada (glubs). y el resto de mis ahorros me los dejo en visitar a los papis o pasearlos por aqui. y en ir a las bodasdeloscojonesdetodoelmundo (tengo 8 este agno, socorro!!!), pero eso, porque soy imbecil y no me quiero perder ningun sarao. y la verdad es que nunca habia sido tan feliz en mi puta vida. en fin....que se me va la pinza, pero vamos, que si los demas no maduran es o porque les dejan o porque pueden. y ya les pondra el tiempo en su sitio...!! un besote
pepi tillla
pd: excuse my french...ejem...y perdona la extension ;-)
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Muy bueno arrierita. Yo me encontré con una Peter Pan como novia, era de esas que sólo piensan en su carrera(al menos era la moto que le vendía a todo el mundo, hasta que oh! putada, se encontró con alguien que tenía un trabajo mejor que el suyo,pero que no le impedia VIVIR), que sólo podía hacer lo que sus padres querían, pero lo mejor de todo es que iba de moderna, de semi intelectual y liberal , pero nadie podía saber de la existencia de su novia, ni amigos, ni compañeros...no fueran a enterarse en su pueblo.
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He llegado al final! He llegado al final!!!!
Exhausta.... puffffff!!!
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he estado tentada de caer en la diagonalidad, pero al final lo he leído (casi) de un tirón...
si te digo q me hagas el mismo análisis exhaustivo de mi misma podría darme un poco de miedito, no? :-S
eso si, me lo mandas por email, nada de exposiciones públicas (o púbicas) q para eso me voy a un museo o a un bar o a una biblioteca o a una calle cualquiera q se ve cada performance q te cangas de onís ;)
bss perra (y al perro)
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Has hecho una radiografia bastante exacta de la realidad, que además se puede resumir en ese lema que tanto se oye decir a la peña, algo así como "vive de tus padres hasta que puedas vivir de tus hijos". Salu2.
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Leñe, esta gente de la que hablas tendrá síndrome Peter Pan y lo que tú quieras, pero básicamente lo que son es de lo más ruin y agarrao que ha parido madre! Lo del dvd portátil me ha dejao muetta!
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El verdadero problema no creo que sea vivir con tus padres, con tu prima, con tu novio o con tu hermano sino el hecho de no asumir responsabilidades, de no madurar adecuadamente.
Yo he estado con peterpanes que eran mayores que yo en edad y que ni siquiera se centraban en sus carreras profesionales porque hasta eso les daba miedo, que ya es triste, que por no asumir responsabilidades no las asumían ni en el trabajo. Y es verdaderamente agotador y frustrante.
Por otro lado, recuerdo que uno de ellos me pidió que viviera con él. Madre del amor hermoso, hasta los pelos se me ponen como escarpias de sólo pensar lo que habría sido tener una vida en pareja con alguien así, convivir bajo el mismo techo.
Lo que más gracia me hace es que estos personajillos ni siquiera lo hacen siguiendo el lema que han escrito por aquí de "vive de tus padres hasta que puedas vivir de tus hijos". En el fondo no creo que sean tan listos, que lo hagan de manera inteligente, sino que ellos se cuentan una película, se la creen y hasta se dan palmaditas en la espalda por responsables, serios, maduros e infinitamente trabajadores. Si por lo menos fueran de gorrones... pues hasta tendría su ciencia, oye.
Supongo que algunos somos conscientes de que llega una edad en la que debemos asumir responsabilidades, tomar las riendas de nuestra vida y no creer que esto es jauja, que nos deben mantener y encima dárnoslas de mártir porque trabajamos quince horas diarias. ¿De qué me sirve a mí que seas tan entregado para tus jefes si luego eres incapaz de tener una relación medianamente madura conmigo y con las personas que te rodean? ¿De qué me sirve si luego no asumes responsabilidades, no te enfrentas a tus problemas, no sabes lo que quieres y encima haces que los demás paguemos tu frustración, tu confusión y tus rabietas de niño pequeño porque quieres un dvd y mamá no te lo compra?
Que digo yo que la vida es difícil para todos y que cada uno tiene la suya al alcance de la mano. Otra cosa es que la mitad se desentiendan y no tengan el par de huevos o el par de ovarios que hay que tener para hacerse con ella con todas las consecuencias.
Vamos, que me he quedado a gusto con el comentario :P
Besos, guapa.
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Aunque tienes razón, analizas demasiado, llegando a detalles muy nimios. Como seres humanos tenemos nuestras contradicciones y si nos ponen la lupa cerca ¿ quien resiste?. Porque lo que cuentas es tu percepción, tal y como lo que cuentas tienes toda la razón del mundo, ¿ pero es así realmente?. Solo quiero decir que nos estás trasladando "tu" visión. Como es normal, claro. Hago de abogado del diablo, porque en realidad tienes razón, sólo que a veces caemos en una crítica injusta.
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"En el fondo no creo que sean tan listos, que lo hagan de manera inteligente, sino que ellos se cuentan una película, se la creen y hasta se dan palmaditas en la espalda por responsables, serios, maduros e infinitamente trabajadores."
Cuanta razón tienes, chico, cuánta razón. Ése y no otro es el problema: la gente que se cree su propia película. Son fantásticos (y fantásticas). Y encima se enfadan cuando a los demás nos da por no creernos la peli.
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plas, plas, plas. Tienes más razón que un santo (por usar una frase tópica) Yo estoy a ver si mis hijos once y siete años me salen un poquitín más maduros. De momento ya se les ocurre prepararme el desayuno algún domingo y preguntar si algo es demasiado caro. Un beso y sigue escribiendo, hija, que me alegras las noches.