El martes me enteré que hoy firmaba en la Feria del Libro. Me habían asignado otro día (que sigue en pie, de todas formas) y, sorpresivamente, me dieron otro. Así que tras salir de trabajar, a casa corriendo, un duchazo rápido y corriendo again al Retiro a darme da narices (y nunca mejor dicho) con las gramíneas y demás pólenes que me harían estornudar durante mi estancia allí.
Y como no podía ser de otra forma en alguien que parece una mezcla entre Mr. Bean y el Pato Donald se me ha hecho tarde, me he topado con el puntual e impertérrito atascazo de las siete de la tarde de la calle O'Donnell y, cuando por fin he llegado al Retiro, me he recorrido el paseo enterito porque, cumpliendo alguna de las innumerables leyes de Murphy, mi caseta estaba justamente en la otra punta.
La tarde ha sido tranquilita. Un par de visitas anunciadas y otro par algo más inesperadas (al final el llamamiento blogueril ha surtido efecto y he podido poner cara a dos comentaristas de esta página) y otra francamente indeseada. He firmado algunos libros, he charlado y al final he salido de la caseta a las nueve y media y me he ido con mi amiga S. a cenar por Chueca... Primer round superado. Próxima cita: sábado 9 de junio de 11 a 14 horas.
Y mañana viernes... Ainss... (ese ainss dedicado para los que saben de qué va la historia)
(Y no puedo escribir más sin ser incoherente porque me caigo de zueño.... ZzzzZzzzZ...)
Las blogueras somos una plaga. Una plaga que se extiende como una mancha de aceite, además. Y que conste que no lo digo en sentido peyorativo. La verdad es que me hace gracia. Un buen día empiezas a conocer blogueras y luego es un no parar. Yo creo que habré conocido a unas cuarenta o cincuenta. No todas de Madrid y, claro está, no con todas tengo la misma relación o el mismo contacto. Pero hay como una afinidad invisible, que sobrevuela el ambiente cuando nos reunimos.
Luego está la cosa de que a las blogueras te las encuentras donde y cuando menos te lo esperas y no sólo en Chueca, que sería lo más obvio. No, tú vas paseando tan tranquila por la calle Carretas y ahí van dos. O estás en la Fnac hojeando algún libro o sopesando si comprarte un dvd y detrás tuyo surge una vocecita que te saluda. O estás en un concierto y de entre las miles de personas que pululan por allí pasas justo al lado de un grupito de blogueras. No hay escapatoria posible de la logia masónica.
A veces nos parecemos a los mormones, porque solemos ir de dos en dos. Y porque a la mínima de cambio nos ponemos a hablar del monotema utilizando las mismas palabras una y otra vez: blog, post, actualizar, colgar, postear y demás palabros de nuestro propio argot. Hablamos de otras blogueras y de lo que han escrito. O elucubramos acerca de lo que han querido decir. Comparamos nuestras estadísticas de visitas, desde donde nos llegan o las búsquedas absurdas que hace la gente en Google y que les remiten a nuestras páginas.
Con lo grande que es Madrid, con la de millones de habitantes tiene, con las vidas tan distintas que tod@s tenemos y siempre habrá una bloguera tras la esquina menos pensada... Sin duda somos como una plaga... ;-p
P.D.: Otro lugar por donde seguramente estarán pululando una buena cantidad de blogueras es por la Feria del Libro de Madrid (porque que todas somos taaaaan cultas). Así que un pajarito me ha comentado que el alter ego de Arrierita estará firmando ejemplares (o brazos o pechos o lo que se tercie) mañana jueves de 18.30 a 21.30 en la caseta de Odisea Editorial. Habrá dedicatoria especial para las que se atrevan a descubrir su identidad bloguera, jijiji (si es que Arrierita no os conoce ya, que todo es posible).
Anoche me encontré una cana. Una cana blanca como la leche y retorcida como un alambre. Y me da igual que ya hace cerca de dos años mi madre fuera la primera en encontrarme una cana (al fin y al cabo las madres siempre están fijándose en los detalles más insospechados) o que en una foto del año pasado en la Feria del Libro se pueda apreciar sin aguzar los ojos esa raya blanca entre mi magnífico pelo castaño (no en vano la que hizo la foto parece que estaba más empeñada en sacarla a ella que a mi persona). Encontrarte tú misma una cana es desolador… Que sí, que ya se va notando el paso del tiempo… Y como siga así…¡¡¡tintes para qué os quiero!!!
Hoy en el curro casi salgo tarifando con SuperMamá. Y es que, la verdad, últimamente mi compañerillas me tienen un poco hasta el higo. Me enerva que quieran quitarme la razón cuando la tenga, que pretendan decirme que algo que hago todos los días no es como yo lo hago y sólo por no querer darme la razón y admitir que se han equivocado. Porque para ellas yo estoy siempre equivocada en todo (y no, no es complejo de Calimero) y todo lo que hago es para llevarles la contraria (como si no tuviera mil cosas mejores que hacer o en las que pensar). Intento llevarlo con buen humor pese a que sé que el tono de broma con el que disfrazan sus pullas es sólo eso, un disfraz. Pero últimamente no hago más que pensar que ojalá me despidieran… (bueno, eso puede ocurrir a finales de septiembre, cuando acaba el concurso, así que sólo me queda esperar).
Y ahora me he duchado para asistir a un acto cultural al que no quiero faltar y luego me temo que acabaré pasando la noche en urgencias a ver si me dicen qué coño me pasa en el ojo…
Mmmmm, creo que iré pensando en comprarme un parche en plan pirata, que seguro que los hay com mucho glamour…
Editado para: Decir que a veces la SS funciona hasta bien. Desde que hemos entrado por la puerta de urgencias hasta el momento en que hemos salido no ha llegado a transcurrir ni una hora. Un doctor poppy muy mono y simpático y una MIR con aptitudes bollo... Y no tengo nada. Bueno, sí, tengo las pupilas como si me hubiera tomado las pastillas de media Ibiza. Que puede ser una retención de líquidos que afecte a la refractación (¿ein?) y que se me irá igual que ha venido. Pues vale.
No tenía bastante con la infección de garganta y los problemas de estómago que una nueva afección sacude mi -juas- cuerpecillo: veo borroso por mi ojo derecho, me pica, me escuece y a ratos me duele. Y, además, resulta la mar de gracioso porque me paso el día guiñándolo (pese a lo cual ninguna fémina me ha hecho el más mínimo caso). Mi médico de cabecera -a la que últimamente veo más que a mi madre- me ha mandado urgentemente al oftalmólogo y yo no hago más que preguntarme si esto será la primavera, mi manía de somatizar o que ya estoy más cascada que una escopeta de feria...
Y de mis eternas contracturas y mi nervio ciático mejor no hablo que esto iba a parecer ese programa de antaño que respondía al nombre de Más vale prevenir... ¿De verdad me creo que voy a llegar a los treinta en plenas facultades? ¡Já!
Antes que nada, un olé, olé y olé por el miembro de la mesa electoral que hoy se ha negado a darle la mano a Ana Botella. Justo cuando me estaba preguntando si todo el mundo era tan políticamente correcto como para darle la mano a un miembro de la ideología contraria, este hombre ha respondido a mi pregunta.
Yo he votado más bien tarde no como antaño, que solía acercarme al colegio electoral de empalmada y con las gafas de sol puestas. He votado rápidamente (pero concienciada y concienzuda) y me he ido a una fiestecilla en la que hemos acabado viendo el último concierto de Madonna y ha ocurrido lo que ya he visto que es una constante cada vez que esas imágenes se pasean por la retina de un grupo de personas: todos nos hemos puesto a prestarle atención, a babear (algunas) y a comentar el glamour que tiene (otros).
Ha sido curioso ver en una misma reunión a cantantes, actores, diseñadores, escritores, fotográfos e, incluso, tarotitas y sastres de musical...
Y mañana comienza una nueva semana. Y me temo que el tiempo que queda de aquí al viernes se me va a hacer extremadamente largo...
Este es un fin de semana raro. Iba a ser significativo y está siendo gris. Saldré un rato y me iré pronto a casa porque estar hasta las seis de la mañana danzando por ahí me apetece tanto como revolcarme en un campo de ortigas (como diría Rita). Además, el no poder beber alcohol y que mi maltrecha economía no está para muchos trotes son las razons perfectas para disuadirme de todo. Por muy atractivo que sea el plan o la persona que me lo proponga...
¿Qué hay más friki que comer sentada frente al ordenador viendo capítulos de Pérdidos? Pues comer sentada frente al ordenador viendo una selección de vídeos de Youtube convenientemente cargados pero sin nada que ver unos con otros...
Que soy una friki nadie lo duda a estas alturas (y menos la gente que me conoce directamente y sabe cuán alto puede llegar a ser mi grado de frikismo). Dentro de un mes celebraré otro Orgullo distinto. Pero como yo (y todo el mundo, por otra parte) soy tantas cosas creo que me quedaría sin días para celebrarlas todas.
Mi estómago ha dado el primer aviso. Y mi doctora ha sido tajante: Nada de café, té, cocacola, redbull, salsas ni picantes. Vamos, básicamente de lo que me suelo alimentar. Así que aquí me véis, intentando -por enésima vez- hacer vida sana, dormir más horas y comer cuando toca. De momento, pese a la comida y la medicación, aún noto el estómago raro. Y un sueño atroz. De esos en los que te duermes por las esquinas. A ver, que yo tomo café no para despertarme sino para poder funcionar mínimamente. Es decir, que a mí un café no me despeja ni me acelera, sólo funciona como mero combustible para mantener la maquina en funcionamiento.
Hoy, cuando he salido a desayunar al sitio de siempre, le he pedido a la camarera un triste colacao y se me ha quedado mirando con cara de alucinada como preguntándose si había oido bien. Pero eso no será nada comparado a mi indecisión cuando me plante en la barra del Escape y tenga que decidir qué tomar. Ballatine's avec coke queda descartado, cocacola en solitario también, el zumo de naranja también puede resultar agresivo para el estómago... Al final me pediré una botella de agua que me costará un riñón, quedaré como una pastillera de pro y, encima, seguiré estando sobria...
Puede ser casualidad que al Ave y a mí nos haya vuelto a entrar la vena metralleta. Como dice ella, será que el Orgullo está a la vuelta de la esquina y las neuronas activistas se despiertan y entran en estado de alerta. Además, hoy he comprado el polémico número de Zero con Gallardón en la portada que ha provocado que nueve colaboradores de la revista hayan roto sus relaciones con ella. La verdad es que no sé muy bien por qué compro esa revista. Supongo que por estar un poco enterada de lo que se cuece en cierto (y digo cierto) sector del mundillo gay. Porque los que salen en sus páginas no son ni una décima parte de los que somos, estamos o, en algún momento, hemos aportado nuestro granito de arena a la normalización. Ni, por supuesto, deberían erigirse en adalides de una causa que no sea la suya propia (y aquí no hace falta mencionar que muchos de los grandes nombres propios del movimiento gay sólo luchan por una única causa que no es más que ellos mismos; ellos mismos, su ego y su cuenta corriente).
El caso es que hojeando la revista se me ha caído de entre las páginas un separador, flyer o como se quiera llamar. En él sólo una fecha, el próximo 8 de junio, y una web, esta. Lógicamente, he entrado a ver qué coño era. Aunque me he quedado como estaba porque se trata de una de esas campañas sorpresa para crear expectación. Pero me ha traído a la memoria una tarjeta que cogí el sábado al salir de un restaurante que también anunciaba una web, Barrio de Chueca. Y todo esto me hace pensar en cómo cuatro calles mal iluminadas (esas que conocí hace ya más de diez años) se han convertido en el barrio más cool, fashión y trendy de todo Madrid.
Un debate que últimamente mantengo con algunas personas es sobre si Chueca es un ghetto o no lo es. Y me parece que gueto es una de esas palabras que se utilizan muy a la ligera. Aquello de “me suena que significa algo así, voy a utilizarla”. Pero veamos qué dice el diccionario de la RAE:
gueto.
(Del it. ghetto).
1. m. Judería marginada dentro de una ciudad.
2. m. Barrio o suburbio en que viven personas marginadas por el resto de la sociedad.
3. m. Situación o condición marginal en que vive un pueblo, una clase social o un grupo de personas.
Basándonos en eso podríamos llegar a afirmar que Chueca quizá fuese un ghetto en sus inicios. Sin embargo, una de las características más marcadas de un ghetto es la ausencia de intercambio o flujo con el exterior. Y, hoy en día, a menos que me haya vuelto ciega, no es lo que veo en Chueca. Por Chueca salen gays, lesbianas, bisexuales, transexuales y sí, heterosexuales. Muchos, además. Heterosexuales que vienen con sus amigos gays o que, simplemente, les gusta salir por allí (o, también, no voy a negarlo, parejas buscando a un/una tercero/a con quien cumplir ciertas fantasías). Chueca es una de las zonas de la ciudad donde se respira mayor tranquilidad (ahora no voy a entrar en cuestiones internas, que también las hay), donde a nadie le importa cómo o lo que seas, donde, a fin de cuentas, lo único que importa –como en cualquier otra zona de copas- es el dinero que te dejes en la barra.
Sí, es cierto que existe una identidad gay, una estética gay, ciertos estilos de música que se asocian al mundo de la noche gay (o de la noche en general) pero se trata de unas identificaciones que se hacen a cualquier tribu urbana, movimiento social o etiqueta generacional que cualquier avispado periodista decida asignar a un grupo de personas. Lo que Chueca ofrece es cabida a todo tipo de personas cuyo único punto en común es, fíjate tú, una orientación sexual distinta a la norma. Y sí, es cierto también, Chueca ya no es un lugar de reivindicación sino una marca registrada. Y, al igual que ocurre con los productos que nos ofrece la publicidad, la decisión de consumir o no consumir es únicamente nuestra.
Yo no salgo por Chueca porque me gusten las mujeres (porque, además, también me gustan los hombres). Salgo por Chueca porque, tras conocer todas las zonas de copas de Madrid, es la que más me gusta. En la que más cómoda me encuentro. En la que la oferta es mucho más alta que mi propia demanda. Me gustan sus bares y sus gentes. Aunque siga diciendo que cuando más me gusta es un domingo a las cuatro de la tarde, cuando parece que caminas por las calles de un pueblo. Me gusta lo que veo. Y la mayoría de mis amigos salen por allí. Salgo por Chueca no para recluirme en “territorio comanche” sino por costumbre. Como el que se ha acostumbrado a salir cada fin de semana por Malasaña o Alonso Martínez.
Y pese a mi querencia por esas cuatro calles, ya mejor iluminadas, no rechazo salir por otros lugares. Y, lo que me parece más importante, mostrarme por esos lugares con la misma naturalidad con la que me comporto en Chueca. No hace mucho, en estas últimas semanas de fiestas y más fiestas, he salido por La Latina, por Huertas o por el mítico Ya’sta y no me ha preocupado lo más mínimo estar en una zona “hetero” para besar o abrazar a la chica con la que iba. Si hubo reacciones homofobas, malas caras o miradas aviesas es algo que ni me molesté en comprobar. No me creo ni mejor ni más valiente por ello. Simplemente soy yo. Nunca he creído estar en el armario por tanto no tengo la necesidad de meterme en él. Bastante he sufrido las consecuencias de los armarios ajenos como para cargarme yo con uno.
Aún no he cumplido los treinta y tengo más achaques que mi abuela. Y lo peor es que no lo llevo nada bien. Ahora mismo no podría enumerar todas esas pequeñas o grandes dolencias que tengo y que me hacen el día a día un poquito más insoportable de lo normal. Pero parece que, aparte de las cervicales, el estómago se ha convertido en mi principal enemigo. Mi estómago, que ya andaba tocado de por sí por mi afición al café, al alcohol y toda clase de salsas y picantes. Mi estómago, del que yo presumía que estaba hecho a prueba de bombas. Mi estómago, ese que ha crecido y decrecido con mis vaivenes de peso. Pues mi estómago amenaza con hacerme la vida imposible a la voz de ya.
En los últimos días me he alimentado basicamente de Actimel, yogures y pastillas masticables de Almax. Esto ha derivado en una debilidad extrema y un dolor de cabeza punzante (aquí entran en juego también mis queridas cervicales, si es que catorce horas delante de un ordenador no puede ser bueno). Así que he ido de nuevo al médico. Una recetita de Omeprazol y un paseo bajo la lluvia torrencial (rayos y truenos incluidos) en busca de una farmacia abierta. Y ahora me estoy preparando unas judías verdes y una mísera tortillita (y no de las que yo quisiera, snif) mientras bebo Aquarius de limón y contemplo el fin de semana como algo todavía muy lejano...
La primavera y el otoño son las grandes épocas de lanzamientos musicales. Y yo disfruto como una enana con nuevos discos que escuchar en mi mp4 o en mis tardes de -ejem, ejem- escritura en casa. Tras el álbum de Maroon 5 llega la nueva entrega (cuatro años después de su último trabajo de estudio, Meteora) de uno de mis grupos favoritos, Linkin Park con Minutes to midnight.
El disco lo he escuchado un poco por encima y no puedo decir que me ha haya emocionado especialmente. Es más tranquilito que los anteriores, menos metal pero aún en su línea melódica. Vamos, que lo más chocante es el cambio de logotipo. Eso sí, el primer single, What I've done, me mola. Aunque el vídeo sea tan típicamente apocalíptico-concienciado as usual en los grupos de rock supuestamente comprometidos de hoy en día...
Y siguiendo con vídeos... Arrierita tenía como unos trece años cuando escuchó por primera vez esta cancioncilla de una lolita francesa llamada Vanessa Paradis, actualmente consorte del pirata más queer que ha dado la historia del cine, Johnny Depp. Y oye, ha sido una canción que siempre me ha gustado. Refresquémonos la memoria y echemos un vistazo al vídeo...
Y digo echemos porque a continuación habrá que comparar original con versión (a nivel audiovisual, que la canción sigue siendo la misma). Dicen que las copias o las versiones suelen ser peores que las originales. Pero en esta ocasión la re-invención del vídeo supera con creces al vídeo original de la ñoña Paradis (cuyos dientes separados siempre me han dado muchísima grima). Y es que MariPili sigue siendo mucha MariPili. Y no, no es amor de amiga-hermana mayor. Es que la chica lo vale, aunque enseñe demasiado... ;-p
Como dije, no tenía pensado salir. No me encontraba bien. Pero me insisten y me insisten y acabo sucumbiendo. Aún así no contaba con que mi estómago me respondiera. Me dolía y me molestaba. Supongo que por el tratamiento de tres días con antibióticos. Primero quedé con mi amiga S. Entramos en el My Way a tomar algo. Ella una cerveza, yo una cocacola que me sienta mal. Luego vamos a cenar algo al Baco y Beto (o algo así). Una tosta de salmón y otra cocacola. También me sientan mal. Más tarde hacemos una parada en el Olivia. Decido tomarme una cerveza a ver como reacciona mi cuerpo. De nuevo me sienta mal.
A la una y cuarto hacemos aparición en el Escape para reunirnos con la logia masón... digo con las blogueras. Me pido mi primera copa de garrafón. Milagrosamente y en contra de lo cualquiera (sobre todo yo misma) hubiera esperado, se me asienta el estómago y a partir de ahí continuo con el trasiego habitual de copas de una noche de sábado. ¿Alguien lo entiende? Yo desde luego que no.
Pero eso, como otras tantas cosas que me ocurren, es algo inexplicable. Joder, ¿dónde coño me habré dejado yo el libro de instrucciones? Últimamente no consigo comprender nada...
Yo hoy no pensaba salir. Aún estoy convaleciente de la infección de garganta y tengo el estómago jodido por los antibioticos. Y mal cuerpo. Mucho mal cuerpo. Además, no quiero estar mañana con el resacón y que el lunes esté aún peor. Pero con lo que yo a veces no cuento es con las dotes de persuasión de mis amigas. Desde distintos frentes se han pasado la tarde tratando de convecerme para que salga. Dos cenas diferentes, varios planes posteriores y un venga, venga que se ha repetido constantemente a lo largo del día. Y mi problema es que no sé decir que no. Me siento mal cuando me niego. Tengo poca fuerza de voluntad. Envidio a la gente que dice no y es que no. Mi no es dubitativo, fácil de rebatir y siempre terminan convenciéndome.
Así que acabo de salir de la ducha y en breve aterrizaré en el barrio de lujuria y perdición... Miedo me da...
Realmente lo único bueno que tiene estar pachucha es que el tiempo de ocio se extiende en paletadas ante ti. Hoy de nuevo he pasado la tarde apurando la segunda temporada de Prison Break (y me han confirmado que habrá tercera temporada, lo cual me ha hecho preguntarme cómo coño van a rizar más el rizo...). Luego he tenido una noche de teléfono. Cerca de cinco horas, diferentes personas, diferentes llamadas, llamadas repetidas de las mismas personas, móvil y fijo (inalámbrico, menos mal), cambios constantes de oreja y muchas divagaciones. Divagaciones y preguntas. Pocas conclusiones. O conclusiones ya sabidas o expuestas desde hace mucho.
Los antibióticos actúan en mi cuerpo como un puñetazo en la mandíbula. Me tumban. Hoy he llamado a la oficina para decirles que no contaran conmigo. Aún así les he tenido que dar instrucciones sobre mi trabajo y todavía me han tenido que volver a llamar para preguntarme más cosas. Mientras tanto yo me revolvía entre las sábanas alojando en el estómago una angustia tremenda.
He pasado el día como un zombi. Mal durmiendo durante toda la mañana porque no tenía fuerzas para levantarme. Vegetando en el sofá viendo la segunda temporada de Prison Break por la tarde. Atiborrándome de ibuprofeno para que se me fuera el mal cuerpo. Odio estar enferma.
Porque además, conociéndome, hay algo que me preocupa. Se lo decía a la Lincesa por teléfono. Y ella se asusta. Porque sabe que cuando me pongo mala (y si el malestar conlleva angustia y ansiedad) es que algo va a pasar. A ella le preocupa mi psicosomatización. A mí me aterra.
Intuyo que algo va a pasar. No sé qué es. Pero espero equivocarme.
¿Qué sucede cuando una persona lleva desde el 27 de abril (y, apurando, casi desde semana santa) yéndose de fiesta cada dos o tres días, haciendo algunos viajecillos cortos y, en definitiva, no parando más que lo imprescindible para dormir cada día un puñado de horas que se pueden contar con los dedos de una mano?
Pues sucede lo inevitable. Ya el lunes, a consecuencia del movidito fin de semana, noté una molestia ya conocida en la garganta. No le hice caso y me volví a ir de juerga el lunes por la noche que había que aprovechar que al día siguiente era fiesta. Ayer noté cómo iba a más pero como mi rayada mental era considerable tampoco lo tuve en cuenta. Hoy...
Hoy ya me he levantado tocadita. Malestar físico no tenía pero no podía tragar nada. Así que en cuanto he llegado a la oficina he demostrado que aún me queda media neurona operativa y he llamado al médico (acto que únicamente llevo a cabo cuando es cuestión de vida o muerte) para pedir cita. Y menos mal, porque a las seis de la tarde, momento en que por fin he pasado a la consulta de mi querida doctora, ya tenía el cuadro completo de malestar general, dolor de cabeza y unas décimas de fiebre.
Si lo que vengo diciendo últimamente, que yo tenía que empezar a quedarme en casa como las abuelitas, que luego pasa lo que pasa y viene el tío Paco con las rebajas...
Gran Vía. Plena luz del día. Veintiseis horas sin dormir. Pereza sonando en el mp4 (¿por qué estos chicos tendrán canciones tan emocionales? ¿por qué me gustaría tenerlo tan claro como lo tienes tú? Nadie lo tiene claro, después de todo, y esa canción pertenece a muchos). Fumo un cigarrillo mientras subo de Plaza de España a Callao. La calle está llena de turistas. Pienso que podría acercarme al Rastro a comprar dvd's pero la idea pasa fugazmente por mi cabeza sin hacer mella en ella. Me meto en el metro de Ópera siendo consciente de que vivo en la ciudad más grande de España y que mi radio de acción es cada vez más limitado. Me siento en el vagón y pienso aunque me duerma a ratos.
Siempre me ha gustado volver a ver las películas que me gustaron. Pero hay otras veces que ciertas películas me cansan. Y que no quiero volver a verlas. O que empiezo a ver pensando que son nuevas y me encuentro con que no es más que otro remake. Y que tengo que decidir si merece la pena verlas de nuevo o debo salirme del cine cuanto antes por mucho que me haya costado conseguir la entrada o aunque no me vayan a devolver el dinero...
Empecé la noche en la boca de metro de Callao escuchando en mi mp4 la canción Madrid de Pereza. La acabé, ya habiendo amanecido, bajando la cuesta hasta mi casa desde mi antigua boca de metro y escuchando la misma canción (pero en ambos momentos la versión en la que sólo canta Rubén Pozo que la que hacen con Christina Rosenvinge no me gusta tanto, que esa esa tía es demasiado lánguida para mí).
Entre ambas canciones transcurrieron casi diez horas. Horas en las que caminé por esas calles de Madrid que tanto me gustan. De Ópera a Alonso Martínez haciendo la obligatoria parada por Chueca. ¿Y qué culpa tendré yo de trabajar en una zona que por la noche se convierte en zona de marcha? Pero qué raro se hace salir a las dos de la mañana de la taberna que hay al lado de mi oficina y pasar por delante de ella en unas circunstancias tan distintas a como lo hago todos los días...
Últimamente he recuperado algunos bares de mis viejas rutas. Lo bueno es que no he tenido encuentros indeseables. Aunque en estos momentos nada podría borrarme la sonrisa de mi cara. De hecho, anoche me dijeron que parecía que llevase una percha en la boca. Me instaron a que me pusiera seria y no fui capaz. Pero es que llevo demasiado tiempo seria y ya es momento de cambiar, ¿no?
Por cierto, ¿alguien puede explicarme por qué el Barrio del Pilar está tan lleno de bollos? Desde mis tiempos con el Comando de Bolleras Desalmadas (entre las cuales había varias vecinas del susodicho barrio) no he dejado de conocer tías que viven por allí. Aunque, sinceramente, confío en que no todas sean iguales...
Hoy voy a romper una tradición. Y es que ya desde hace muchos años JM y yo solemos ver juntos el festival de Eurovisión. Podemos estar solos o con más gente pero siempre juntos. Hacemos algo de cena o picoteo, incluso cuadrantes para ir votando a los paises que participan y con cada actuación sacamos nuestra vena de marica mala para criticar todo lo que haya en escena (no enumeramos el número de gays que salen porque siempre perdemos la cuenta).
Pero hoy eso no va a ocurrir. A mí me han invitado a ir a Las Vistillas a las fiestas de San Isidro y no he sabido cómo negarme...
Así que mañana me enteraré que las mariquitas chandaleras que nos representan este año han quedado en vigesimo tercer lugar con uan poin...
Se me acaba la tranquilidad. Ya lo intuía en este post. Y cada vez lo veo más claro. Las cosas van cambiando. La vida evoluciona. Algunas cosas quedan atrás. Otras comienzan. O pueden hacerlo en breve. Y aunque me da miedo no puedo evitar sonreír.
(Y ahora es cuando el lector/la lectora habitual se preguntará qué coño quiero decir. Pero ni es lo que parece ni parece lo que es... jejeje).
Mis amigas se ríen de mí. Y mis amigos. No pueden entender que a veces pueda ser tan pava. Y para colmo, mientras les relato mis cuitas, tengo que hacerlo entre estornudos y lagrimeos porque la alergia me ha cogido del pescuezo y no parece querer soltarme. Menos mal que me lo tomo todo con humor y soy capaz de sacar mi vis cómica en estos momentos.
Hoy he tenido una tarde de encuentros. Primero en la terraza de un parque. Uno de los camareros se ha dirigido a mí a voz en grito al verme llegar con un amigo y su manada de perritas. Era un viejo amigo mío. De una época bastante lejana, a decir verdad. Aunque le he seguido viendo casualmente a lo largo del tiempo, no deja de resultarme curioso ver cómo alguien con el que eras como uña y carne, todo lo que os unía se evapore con el tiempo. Ya por aquél entonces comencé a darme cuenta que no siempre un amigo lo es para toda la vida. Y que, en ocasiones, son precisamente los que te juran amistad eterna los que demuestran mayor facilidad para alejarse. Pero eso es otra historia...
Después, paseando con una amiga por una céntrica y comercial calle, un grito de "¡¡¡Eeeeeh!!!" ha llamado mi atención (y la de la mitad de los transeuntes que pasaban al lado nuestro). Miro al lugar del que proviene la voz y veo una óptica y en la puerta a una muchacha con una bata blanca. Durante un par de nanosegundos la miro sin reconocerla. Si el caso es que me suena. ¿He ido a clase con ella? ¿Hemos trabajado juntas? ¿Coincidimos alguna vez en la cola del Escape y debido a la espera nos pusimos hablar? Pues no. Era una ex. Y de las gordas. Pero de esas que con el tiempo dejan de escocer y puedes mantener una conversación de sana y cordial intrascendencia cuando te las encuentras por sorpresa.
Hoy ha sido una tarde veraniega, de esas en las que te empieza a sobrar la ropa que llevas y tus pies piden a gritos unas sandalias. Esas tardes en las que sólo te apetece pasear y tomar granizado de limón.
Y me he vuelto a casa con un par de chupa-chups muy especiales...
Si el sábado pasado el macrofestival de las tres mil bollos nos permitió adentrarnos en esa bonita localidad del sur de la comunidad de Madrid llamada Pinto, el día de ayer hizo que, sin salir del sur pero sí yéndonos más hacia poniente, pudiéramos conocer otra bonita localidad de nuestra querida tierra, Alcorcón. ¿Motivo? Servidora daba una charla sobre literatura gay con motivo de la Feria del Libro que ahora se está celebrando allí. Y, ni cortas ni perezosas, mi amiga S., MariPili y yo (que últimamente vamos a todos los saraos como si fuéramos Quijote y Sancho Panza -y, debido a mi curva de la felicidad, está claro quién es quién-) nos montamos en un nuevo tren de cercanías.
La verdad es que yo no las tenía todas conmigo. He crecido en una ciudad cercana y sé que eso de las cosas de maricas y bollos no tiene mucho público. Y los que por allí viven que podrían sentirse interesados tienen demasiado miedo a que les vean entrando en eventos de ese tipo y puedan pensar (acertadamente o no) que pertenecen a ese colectivo de "viciosos y desviadas". Así que este era el aspecto de la sala en la que se celebró (porque se celebró) el coloquio...
Versionando cierto chiste grafico: Reunión de lesbianas cultas, perfectas y sin problemas mentales.
Creo que ha sido la primera charla a la que he asistido en la que el número de personas sentadas en la mesa de ponentes superaba al número de asistentes. MariPili grababa y S. preguntaba y las tres personas de la mesa nos enzarzamos en un ameno debate con el técnico de sonido como único espectador.
Pero la tarde-noche mereció la pena gracias a la inmejorable compañía (tanto antes como después). Tanto que llegué a mi casa de madrugada con ese bonito estado de enajenación mental que me dominaba anoche... Y, además, ya tengo otras dos citas literarias allí en las que confiamos que haya al menos un par de asistentes más...
P.D.: No, en el estado de confusión de anoche no tuvo nada que ver la inexistencia de público al evento... P.D.2: No, el estado de confusión de anoche no fue provocado por unas horas locas de sexo salvaje ni nada que se le pareciera... P.D.3: Y ahora voy a cenar y a ver Pérdidos, a ver si me alivia pensar que hay quienes están más ídem que yo...
Ya sé que la fecha de este post no es la real. Pero es que desde que empecé este nuevo blog he posteado todos los días. Hoy no he podido porque desde las siete y media que salí de casa no he vuelto hasta las dos y media. Y vuelvo confundida.
La primera vez que vi la publicidad no me llamó la atención. Me dio esa sensación de dejà vú. Otra rave lésbica, pufff… Además, yo soy de las que prefiere calidad a cantidad. O sea que me daba igual que fueran a asistir tres mil mujeres. No me iba a llamar más la atención que si fueran trescientas. Luego me fui animando, no sé muy bien por qué. Y en cuanto supe que gente de mi entorno iba a ir, me apunté. Y el sábado a las nueve y cuarto, con el look más bollo que mis ojos recuerdan haber visto en mi persona, me plantaba en los andenes de cercanías de Atocha con las demás.
Al bonito pueblo de Pinto llegamos enseguida. O eso o es que el trayecto se me hizo corto a base de cotillear con MariPili. Nos bajamos y encontramos una estación casi desierta y algunas muchachuelas sospechosas que enfilaban todas por el mismo camino. Pero servidora que, para no variar, estaba sin comer, insistió en buscar un bar donde comprar un bocadillo antes de encaminarnos a Sodoma y Bollorra. Y quizá porque servidora está acostumbrada a las baguettes de Chueca se sorprendió cuando al recibir su bocadillo de bacon con queso se encontró con más de media barra de pan entre sus manos (de la cual di buena cuenta, que el hambre era mucha a esas horas). Mientras comíamos fuimos adentrándonos en el pueblo, preguntando a los lugareños sin acabar de dar respuestas del todo satisfactorias. Y caminamos. Y caminamos. Y caminamos. Y ya nos dicen que la discoteca está un poco más allá de un Eroski. Y en busca del Eroski que nos vamos. Y el Eroski que no aparecía. Hasta que ya, por fin, a lo lejos, vemos unos letreros luminosos. Centro Comercial Plaza Éboli. Pues no tiene que andar muy lejos. Llegamos hasta el centro comercial y lo sobrepasamos y nos encontramos con una carretera muy por encima de nuestras cabezas. ¿Y ahora qué? No habrá que pasar por ese túnel, ¿verdad? (se trataba de un pequeño túnel lóbrego, oscuro y sin asfaltar que pasaba por debajo de la carretera). Pues por allá que nos fuimos. Al otro lado el espectáculo era agreste a más no poder. Pero por fin vemos un cartel. Sala Groove. Parece que hemos llegado. Pues ale, a hacer botellón mientras los coches iban llegando y hacían lo propio con la música bakaluti a toda potencia como si fuéramos parte de una versión bollo de Yo soy la Juani.
Como una hora y pico después, tras haber hablado por enésima vez de los blogs, las blogstars y demás cosas de las que -juas, juas- nunca hablamos, entramos en la macrodiscoteca con la fiesta ya en plena efervescencia. Primera parada, el guardarropa. Segunda parada, los servicios (ya sabéis que las chicas vamos siempre juntas al baño, aunque seamos cinco y tengamos que cruzarnos la discoteca de punta a punta). Tercera parada, la barra, of course. Como la sala house aún no estaba muy llena, nos fuimos a la de pachangueo y ahí dio comienzo la noche…
Puntos a reseñar: Yo me muevo mejor en las distancias cortas. Era totalmente incapaz de ver dos palmos más allá de mis narices. Si reconocía a las que venían conmigo era porque ya las conocía y aún así a veces tenía que mirarlas dos veces para cerciorarme de que eran ellas. Vi a muchas menos conocidas de las que me hubiera esperado en un evento de estas características. La música y los efectos de luces de la sala house estuvieron muy bien. Pero, insisto, yo sólo veía un bosque de cuerpos anónimos (en serio, ¿os podéis creer que no pude verle la cara a nadie más de un nanosegundo?). Es que ni tiempo a fichar me daba. Era como estar en una sala llena de fantasmas (que alguna habría, seguro). Aunque yo debía ser la única que no veía tres en un burro porque, como ya viene siendo habitual, a MariPili la reconocieron (juas, juas, juas). Pasé unbuen rato mandando mensajes. Incluso llegué a salir fuera para hablar por teléfono. El alcohol no debía de ser de garrafón porque pese a lo que bebí al día siguiente no tuve resaca. Pero, en definitiva, para mí la fiesta no fue especialmente significativa. Mucho ruido y pocas nueces. Aunque, al fin y al cabo, tampoco esperaba encontrar más de lo que encontré.
Abandonamos el recinto casi a las seis de la mañana, con tan buena suerte de toparnos con uno de los autobuses que volvían para Madrid. Y con tan buena suerte de que, aunque desperdigados, tenia los asientos libres justos para todas nosotras. Sentadas en la última fila MariPili grababa las últimas imágenes con su cámara mientras yo daba buena cuenta de un bocadillo ajeno que me supo a gloria en aquellos momentos. Y un ratito después nos estábamos bajando en Callao. Tras las consabidas despedidas a MariPili, RubiaCutre, Galletita y a su amiga (I’m really, really sorry but I don’t remember her name) me encaminé hacia Sol para coger el metro pensando que, después de todo, sólo había sido una noche más.
Reflexiones (a toro pasado): Es curioso que un sábado con dos mil novecientas noventa y nueve mujeres no me lo pasara tan bien como un martes con dos mil novecientas noventa y ocho mujeres menos. Y que me resultara más acogedor, cómodo e, incluso, normalizador pasar esa noche fuera del ambiente y sin mencionar en ningún momento las palabras blog, post o nick. Sí, tremendamente curioso… (lo cual no quiere decir que me lo pasara mal el sábado, ¿eh?). También es curioso que justo ese sábado me encontrara con alguien a quien hacía muuuucho, muuuucho tiempo que no veía y que las pocas frases que cruzamos fueran suficientes para darnos cuenta de que, al cabo de todo este tiempo, lo que tenemos en común es que, aunque en distintos momentos, a las dos nos decepcionó la misma persona. Ya lo dice el refrán: Arrieritos somos y en el camino nos encontraremos…
Espacio reservado para publicidad: Cambiando totalmente de tercio, mañana a las ocho de la tarde en una de las carpas que, con motivo de la Feria del Libro, se han colocado en la plaza del ayuntamiento de Alcorcón, habrá una interesante charla-coloquio sobre literatura gay y lésbica en la que servidora participará. Avisad@s quedáis.
No comments. Llevo ya once días sin parar. Lo curioso es que, aunque con cansancio, mi cuerpo está reaccionando muy bien a la actividad... Se acercan buenos tiempos. Lo sé.
¿Por qué incluso cuando eliges el peinado más bollo del catálogo (en la cabeza de la tía más bollo del catálogo) te acaban peinando como a una niña buena?
Me he cortado el pelo. Bastante. Y me he comprado más ropa. Y unas bonitas imitaciones de Converse en pana (mira, una moderna). Y me he mirado al espejo. Totally bollo. Por si aún me quedaba alguna duda. He sacado (mucho) dinero. Como me lo beba todo la resaca de mañana entrará en los anales de la historia. Pinto, allá vamos. Con cámaras de foto y vídeo. Con muchas ganas. Y algunas hasta con el miedito en el cuerpo. Ay, ay, ay, ¿qué contaremos mañana (o pasado, después de la resaca)?
A falta de 24 horas para el macrofiestón de las 3000 bollos en donde cristo perdió el gorro los ánimos están caldeados y las perspectivas son muchas. Algunas se piensan que aquello se va a convertir en Sodoma y Bollorra pero mi experiencia me dice que luego estas cosas se convierten en mucho ruido y pocas nueces. Mi única perspectiva es pasármelo bien (y oye, que si cae algo tampoco le voy a decir que no, que una empieza a coger impulso para estas cosas), lo demás me resulta, ahora mismo, secundario.
Y si digo aquello de "donde cristo perdió el gorro" que nadie se me ofenda pero es que a una, que ni tiene coche ni sabe siquiera conducir, todo lo que esté más allá de la M40 le resulta lejísimos. Y otra cosa, el pueblo donde cristo perdió el gorro (usease, Pinto, aunque realmente la macrodiscoteca está entre Pinto y Valdemoro) no es el mismo en el que voy a dar la charla, que es Alcorcón, Ciudad sin ley. Como aún no sé exactamente dónde va a ser no puedo decir nada, sólo sé que es el martes a las ocho y... hasta ahí puedo leer.
Ufff, qué bien sientan a veces esos siestones de tres horas como el que me he regalado hoy...
Y lo que me gusta la nueva canción de Maroon 5... Suena muy eighties. Muy eighties americanos de la costa oeste pero eighties al fin y al cabo. Os dejo con el vídeo.
Hay veces en las que odio ir a comprar ropa. Sobre todo últimamente porque todo lo que me gusta no me vale (que esté fuera de mi alcance económico es algo que asumí hace ya tiempo). Así que cuando no queda más remedio -ergo, mis vaqueros empiezan a estar demasiado rotos y mis carnes amenazan con salirse por los agujeros- debo tomar cartas en el asunto y acercarme a algún lugar en el que vendan productos textiles. Y al final, para mi desgracia, siempre acabo entrando en El Corte Inglés. Porque lo tengo al lado del curro y porque es lo más recurrente. Además, meterme en Zara o similares me produciría demasiada depresión al ver que las prendas no pasan de la talla 40 y no es plan de agarrar después la caja de prozac como una desesperada.
El caso es que al final siempre termino en la parte de la marca más barata del Tajo Guiri y, para más inri, en la de hombres. Y siempre hay algún amable dependiente que o bien desconfía de mis pintas pensando que voy a robar o que voy a molestar (putos snobs) o me recuerda que estoy en la sección de caballeros (que ya lo sé, pedorro) como si fuera pecado mortal que alguien a quien se le ha adjudicado el género femenino se comprara unos vaqueros "hechos" para el género masculino (y si son los únicos que me valen porque de tía no tenéis más allá de la puta talla 40, ¿qué? ¿no cuenta?). Así que, finalmente, algo plof, he salido con unos vaqueros nuevos y me he venido a casa a ver si conseguía hacer todo lo que quería.
Y es que por si no hubiera tenido poco con el ajetreo de la última semana, los próximos días también se presentan moviditos. Ya no sólo por el ocio. Que está claro que mañana volveré a salir y que el sábado me espera el macrofiestón de los tres mil bollos dónde cristo perdió el gorro. Y que según acabe ese macrofiestón me tendré que ir más lejos todavía para una bonita comida familiar con motivo del día de la madre (y sin dormir, que es lo peor). Y todo eso me hace plantearme cuándo coño voy a sacar tiempo para preparar la charla sobre literatura gay que tengo que dar el martes. Que sí, que las ideas las tengo claras pero tendré que escribir algo para no quedarme en blanco delante de las pobres personas incautas que se acerquen a escucharme, digo yo.
Y, mientras, a mi alrededor me encuentro con todo un repertorio de estados de ánimo. Unas depres, otras buscando su sitio, otras sucumbiendo a la epidemia de ñoñez que siempre se cierne sobre algun@s cada primavera... Y yo creo que cada vez más estoy yendo a mi aire, sin sucumbir ni a la depresión ni a la ñoñez ni a nada. No es que vaya a mi bola y punto. Estoy para quien me necesite. Tiendo mi mano las veces que haga falta (incluso se la tendería a personas que me la han rechazado sistemáticamente pero cuando alguien no quiere pues no quiere y además es imposible). Escucho a quién necesite hablar. Pero ahora, poco a poco, voy encontrando mi lugar. Y estoy aprendiendo a priorizar lo que me importa y lo que no. Y supongo que lo único que importa al fin y al cabo es estar bien con un@ mism@ y con los que tienes a tu alrededor.
Tengo la sensación de llevar una semana entera de juerga. Y el hecho de que, en menos de de diez días, haya tres fines de semana o pseudo fines de semana con sus correspondientes alternativas para la juerga y el despiporre resulta agotador. Desde el concierto de Fangoria del miércoles pasado no he parado ni un momento. Más conciertos, teatro, salidas varias, un viaje, un concierto suspendido y muchas, muchísimas, calles pateadas junto con mucho, muchísimo, alcohol ingerido son el balance de la última semana. Y eso que yo pensaba descansar ya ayer. Volví de Segovia después de comer con la sana intención de tomarme un café (o una cervecita) con unas amigas para hablar de temas estrictamente profesionales. Es decir, yo contaba con un par de horas o tres de charla amena y luego largarme a mi casa con mi querido Chuchín a repantigarme en el sofá viendo alguna película. Lo que no esperaba era recorrerme los bares bebiéndome hasta el agua de los ceniceros, salir por patas al ver en plena Gran Víaa los antidisturbios cargando contra un grupo de malasañeros, desayunar -como no- en el sitio de siempre y llegar a casa a las ocho de la mañana con una considerable borrachera y la certeza -que ya me estaba rondando- de que si quería tranquilidad lo voy a tener complicado porque ya ha puesto rumbo a un lugar muy lejano.
Como casi todas las veces en las que me acuesto tan tarde, no he podido dar rienda suelta a ese marmotismo ilustrado del que L’Avendetta fue testigo ayer. Apenas cuatro horas después de haber caído a plomo en la cama me he despertado sin ninguna posibilidad de volverme a dormir. Así que, tras hacer acopio de tabaco y cocacola en uno de mis chinos favoritos, me he dedicado a vegetar durante todo el día, bien delante de la tele, bien delante del ordenador. Y a pensar en todo lo que tengo que hacer de aquí al fin de semana. Y a darme cuenta de lo descomunal de mi resaca. Y a notar que tengo un raspón en el codo que no sé ni cómo me lo hice pero que me duele mogollón… Las noches de juerga es lo que tienen, que nunca sabes qué puede pasar…
Imagináos un escenario metálico (qué coño, como todos los escenarios), una plataforma que se introduce en el espacio reservado para el público (suponemos que para que Cristina Llanos pegara botes más cerca de sus fans). varias bolas de espejo de gran tamaño diseminadas por toda la estructura y, justo detrás, el Acueducto... Joder, habría molado...
Pero a la lluvia no le apeteció parar. Menos mal que las cañas y los vinos en buena compañía lo curan todo...
Me llaman:Arrierita Vivo en: Madrid, Spain Y digo yo...: Acercándome peligrosamente a los treinta he desistido de encontrar a alguien en sus cabales. Me aburre que me digan lo maja que soy y lo mucho que merezco la pena personas que después salen corriendo como si se hubieran dejado la comida en el fuego. Me aburre la gente que va de legal por la vida pero nunca es consecuente con sus actos. Me aburre salir a la calle y cruzarme con tanta gente a la que no quiero saludar. De lo que no me aburro nunca es de tener a mi lado a tantas personas que me hacen sonreír cada día. A todos los demás... ¡Arrieritos somos... y en el camino nos encontraremos!
